Yo creía que la gente se dividía en dos grupos. Por un lado estaban los que habían tenido suerte y habían nacido niños y, por el otro, estaban las niñas, que habían tenido mala suerte y habían nacido con ese cuerpo, pero todas querían ser niños.
Hola, soy Xabier y tengo 19 años. Este verano, por fin, he dicho en casa que no tienen una niña sino que tienen un niño. Lo cierto es que aunque me costó decirlo, todo eran más miedos míos que otra cosa, ya que no me puedo quejar de las reacciones que he obtenido. Aunque… empecemos por el principio.
Desde pequeño siempre tuve claro que no estaba cómodo en un cuerpo de niña. Pero como tampoco sabía nada sobre el tema, nunca le dije a nadie “que no soy una niña, que soy un niño”, ya que era consciente de mi anatomía. Pero lo cierto es que sí que, al no relacionarme con casi ninguna niña, desarrollé una “curiosa teoría” acerca del género, y es que ¿por qué iba a pensar que era diferente? No, en lugar de eso, lo que yo creía era que la gente se dividía en dos grupos. Por un lado estaban los que habían tenido suerte y habían nacido niños y, por el otro, estaban las niñas, que habían tenido mala suerte y habían nacido con ese cuerpo, pero todas querían ser niños. Lo cierto es que me costó darme cuenta de que mi teoría no era cierta y no recuerdo el momento exacto en el que fui consciente de ello. Lo que sí recuerdo es que de pequeño decía abiertamente que yo quería ser un niño. Claro, para mí era lo más normal del mundo…
El tiempo fue pasando y cumplí mis diez primaveras, un año que guardo con especial cariño ya que aquí logré mi primera victoria. Por fin conseguí que mi madre me cortase el pelo como a un niño y me vistiese como a tal. Aunque esto no ayudó demasiado a mejorar mi ya de por sí marchita reputación en el colegio. Así que cuando pasé al instituto, me dejé convencer para esforzarme al máximo por ser una niña como el resto. Ya que, al pasar al instituto, venía gente de otros pueblos y tenía la oportunidad de integrarme en un grupo. Pero no dio resultado y yo seguía sin encontrarme cómodo tratando de ser una niña.
Con el paso del tiempo logré entrar en una cuadrilla de chicas y de nuevo volví a intentar fingir que era una más. Es algo curioso, cada vez que intentaba integrarme en un grupo me ponía nervioso y trataba de vestirme más femenino. Pero la realidad es la que es, por lo que a medida que iba ganando confianza con la gente iba siendo más natural y volvía a vestir más unisex. Pero eso sí, sin sobrepasar jamás el límite de volver a vestir como varón. Ya que temía que, junto con mi estilo, también retrocediese mi situación social. De hecho, en más de una ocasión mi madre, al ver que era casi imposible comprarme una simple camiseta, cuando yo estaba en el probador aprovechaba para hacer una escapada a la zona masculina y traerme alguna camiseta que yo, pese a estar deseando que me la comprase, rechazaba rotundamente por ser consciente de que en el momento en el que volviese a usar una sola camiseta, un pantalón o incluso un calcetín de chico, no podría resistir la tentación y volvería vestirme como en realidad me gustaba.
Cuando iba a pasar a bachiller logré cambiarme de colegio y allí, por primera vez, estuve integrado en clase, por lo que mi autoestima creció bastante y poco a poco me fui soltando la melena hasta el punto de que, cuando comenzó el buen tiempo en primavera, un día llegué a casa y le dije a mi madre: “Ama, ya no aguanto más, quiero raparme el pelo”. Ella aceptó y yo, de manera inconsciente, di ese primer paso hacia volver a ser yo.
Como vi que nadie reaccionó mal ante mi corte de pelo continué con mi evolución de manera natural hasta que un día terminé volviendo a las secciones masculinas de las tiendas. Eso sí, tratando de que no se notase demasiado. Pero llegó un momento en el que se me juntaron un cúmulo de cosas y no me quedó otra que plantearme si realmente no sería un hombre. Pero aquí también tuve que superar varias barreras ya que, cada vez que veía algo relacionado con el tema de la transexualidad, huía como alma que lleva el diablo porque tenía muy claro que en el momento en el que me informase mínimamente terminaría diciendo que no era una mujer. Hasta que un día exploté y terminé contándoselo a una amiga, que me apoyó para que me informase y lo dijese en la cuadrilla.
Cuando siguiendo el consejo de mi amiga, y las ganas que yo tenía de decírselo, lo conté en la cuadrilla, tuve todo su apoyo e incluso me acompañaron a una asociación de Donosti para que me informase. Ahí he de decir que se portaron genial y enseguida me pusieron contacto con otra de Bilbo de la que tampoco sería capaz de decir nada que no suene a halago.
Al final, terminé armándome de valor y se lo dije a mi madre. Porque, aunque se supusiera que sabía que me quería y todo eso, no podía dejar de imaginar fantasmas por todos lados… ¿Y si no se lo tomaba en serio?, ¿y si creía que era una broma?, ¿y si reaccionaba mal?, ¿y si no me creía? Por suerte ese momento también pasó y también mis fantasmas; quedó demostrado que no eran más que eso, fantasmas.
Hacia finales de noviembre, gracias a mi madre, terminé uniéndome a un grupo de WhatsApp. Al principio era un poco raro, no conocía a nadie y se pasaban el día hablando como si fuesen una familia, como si llevasen toda la vida juntxs… Si alguien estaba feliz, lo decía; que a alguien se le habían torcido un poco las cosas, ahí tenía a toda la tribu animando… Pero lo mejor de todo es, que a los dos días ya me había acostumbrado y podía sorprenderme a mí mismo tratandoles como si les conociese de toda la vida. Compartiendo las fechas de la psicóloga o la psiquiatra o, simplemente, buscando ayuda para mantenerme distraído antes de un examen. Ya que, como bien pude observar al principio, terminamos formando una piña y como un solo piñón esté un poco mal, los de alrededor se erizan para tratar de protegerlo lo mejor que puedan; y si un piñón cae, entre todxs nos las ingeniamos para ayudarle a volver al sitio que le corresponde en la cima, rodeado del calor que emana de lxs compañerxs… y es que, como dice Obrint Pas LA VIDA ÉS CORATGE I ALEGRIA!!