Creo que llegó el momento de contar mi historia y cuando digo el momento, es porque creo que estoy en la fase más importante de todo el proceso y una de las más complicadas. Bueno, si se puede llamar así, porque nada se hace complicado si la recompensa es tres veces mayor que la dificultad.
Todo empezó cuando mi niño tan sólo tenía cerca de los tres añitos. Bueno, quiero aclarar que empezó para mí, porque para él desde el momento que nació ya se sentía así. Una noche de verano, dos meses antes de cumplir sus tres añitos, mientras estábamos en el patio de nuestra nueva casa, mi niño vio una estrella fugaz y me dijo «mami, he pedido un deseo, quiero ser mago para convertirme en un niño». Esa quizás fue la señal más clara que me había dado hasta el momento, pero no la última.
A partir de ahí hubo muchos momentos, numerosas señales. Algunas me impactaban más que otras. Nunca olvidaré una de las fichas de su primer año de cole donde le pedían hacer un circulo a un niño o una niña según se identificase, él rodeó el niño. También ese mismo año en clase cuando sin preguntarle de qué quería que le pintasen la cara, lo pintaron de princesa, dando por hecho que por ser niña era lo normal, y cuando lo recogí, nada más que me vio, empezó a llorar como nunca antes lo había visto.
Estos tan sólo son algunos de los momentos, pero hubo muchísimos más: el rechazar ponerse vestidos, el jugar siempre usando el rol masculino, el no querer jugar con niñas, el corregirme cada palabra que le decía en femenino al masculino, el recordarme en numerosas ocasiones que él era un niño, el querer entrar en los servicios de niños. Incluso un verano estando en la piscina , tendría los cinco años, cuando se descubrió su clítoris, loco de contento me vino a buscar para decirme que ya le estaba creciendo la pilila. Nunca olvidaré ese momento, estaba súper feliz, pero le tuve que explicar que no era así, tenía que aceptarse y comprender que su cuerpo era el de una niña.
Un día decidí que ya no podía obligarle más a vestir como él no quería. Le cambié toda su ropa, le corté un poco más el pelo (aunque no tanto como a él le hubiese gustado), incluso su abuelita le regaló su primera caja de calzoncillos. Tengo que decir que jamás había visto tan feliz a mi hijo con un regalo como con aquella primera caja de calzoncillos. Fue tan gratificante disfrutar de esos momentos que por nada del mundo lo cambiaría.
Un día, después de dos años aproximadamente de todo lo que acabo de contar, viendo la televisión descubrí que una mamá estaba contando exactamente lo mismo. Aluciné porque se repetía la historia. Me di cuenta de que no sólo me estaba ocurriendo a mí con mi niño, había otra madre contando la misma situación. Pero ella había sido más valiente porque además de todo lo que yo ya había cambiado, le hablaba en masculino, incluso le había cambiado el nombre. Esto último me impactó mucho porque al no tener información, no entendía como se atrevía a cambiarle el nombre a su niño si más adelante iba a desarrollar y su cuerpo cambiaría. No lo entendí y decidí olvidarme (ahora lo entiendo todo a la perfección).
Al poco tiempo, la madrina de mi niño me avisó de que en un programa de radio iban a tratar de nuevo el tema sobre menores transexuales. En ese momento no lo pude escuchar porque estaba trabajando, pero nada más llegó la noche me metí en la cama, me coloqué mis cascos y escuché el programa completo. De nuevo estaba Eva y junto a ella, Pilar, otra mamá en la misma situación. Contaron cada una de ellas su historia y esta vez no pude dejarlo pasar. Al día siguiente me puse en contacto con Eva. Para mí fue un momento maravilloso, estaba hablando con una persona que había pasado por lo mismo. Nos llevamos una hora hablando, pero jamás me había sentido tan comprendida, tan apoyada y tan informada. Hoy por hoy le debo tanto a esta persona. Me hizo conocer a numerosas madres en la misma situación y ellas son las que me dan fuerzas para seguir luchando. Somos como una familia, siempre están ahí cada vez que las necesito, ellas mejor que nadie saben lo que se siente, lo que se sufre y lo que se puede llegar a querer a un hijo.
Hoy por hoy seguimos luchando y nada ni nadie nos podrá detener. Ojalá muchos padres que se encuentren en la misma situación tengan la suerte que yo he tenido, pero sobre todo y lo más importante:
OJALÁ NINGÚN NIÑ@ MÁS SUFRA SIN NECESIDAD, PORQUE NO TODOS SOMOS IGUALES AL NACER, PERO SIN EMBARGO TODOS SOMOS PERSONAS Y NOS MERECEMOS SER FELICES AL IGUAL QUE LOS DEMÁS.
No puedo terminar mi historia sin decir que no siento haber perdido una hija, todo lo contrario, he ganado una persona feliz, una sonrisa, numerosos abrazos y sobre todo numerosos te quiero. Para mí eso es lo más importante; si seguía como antes no tendría nada de esto.
TE QUIERO, MI ÁNGEL.