El feminismo transexcluyente no es nuevo: su historia empieza en los años 70 y su argumentario no ha cambiado mucho desde entonces. Las afirmaciones de algunas participantes de la Escuela Feminista de Gijón han vuelto a poner de manifiesto cómo esta corriente que se autodenomina “radical” violenta a algunas mujeres: las mujeres trans. Lo explican tres de ellas: Carla Antonelli, Diana Cardo y Carmen García de Merlo.
Fuente (editada): El Salto | Patricia Reguero | 2019-07-25
“Todos los transexuales violan el cuerpo de la mujer al reducir la verdadera forma femenina a un mero artefacto”. La cita no es de Alicia Miyares, ni de Amelia Valcárcel, ni de Anna Prats, las tres feministas “radicales” que el pasado 3 de julio en la XVI Escuela Feminista Rosario de Acuña sostuvieron —con sus palabras o con su silencio— que las mujeres trans “son tíos”. Es de Janice G. Raymond, que se expresa así en El imperio transexual: la creación de la mujer-varón en 1979.
Las tesis de Raymond “consolidaron la múltiples líneas de discurso antitransexual que circulaba en el seno de los colectivos feministas” desde principios de los años 70, como explica la activista y teórica norteamericana Susan Stryker en Historia de lo trans (Continta me tienes, 2019), libro que dedica buena parte de uno de sus capítulos a hacer historia de lo que llama la “transfobia feminista”.
Pero, ¿qué dijeron las participantes de la mesa “El borrado de las mujeres y la apropiación lésbica” celebrado en Gijón? Algunos de los highlights de la sesión fueron “las activistas transexuales son tíos, y digo tíos porque son tíos”, o “hay muchos problemas con esto del género que se sustentan con conocimiento de la moda”, o “que nos digan que, si somos lesbianas y no nos gustan los penes, somos tránsfobas, es cultura de la violación y del patriarcado”.
Sin embargo, ni estas posiciones —de quienes se autodenomidan feministas radicales, o radfems— se han mantenido exclusivamente en esta mesa ni este pensamiento es nuevo. Raymond, recuerda Stryker, llega a asociar la transexualidad con el nazismo cuando hace una analogía entre los experimentos médicos de los nazis y las cirugías de reconstrucción genital (en ambos casos, “ciencia al servicio de la ideología”).
“Los miembros de la comunidad transexual llevan preguntándose desde la década de 1970 cómo es posible no percatarse de que la retórica y las recomendaciones políticas de Raymond copian los argumentos esgrimidos por curas ex-gais, fundamentalistas religioses, activistas antiabortistas y extremistas intolerantes de todo tipo”, mantiene Stryker.
Sobre ese aspecto, precisamente, llama la atención Diana Cardo hoy, en 2019, cuando critica que las autodenominadas “feministas radicales” se opongan, por ejemplo, a las leyes que consagran el derecho a la libre identidad de género.
Cardo aclara que ella forma parte del feminismo por derecho propio y no está dispuesta a pedir permiso ni salvoconductos. Como muestra de que este debate no es nuevo en el seno de los movimientos feministas, da un nombre, el de Andrea Dworkin. Una “feminista radical” que ya reconocía las identidades no binarias hace medio siglo. “El sujeto del feminismo somos las mujeres, independientemente de lo que tengamos entre las piernas”, dice.
“Las TERF malinterpretan los datos que no les dan la razón, y obvian a Dworkin, que evidentemente lo nombra de otra manera porque lo dijo en los años 70; lo que hacen es aprovecharse del término radical para sus tropelías”, concluye. Las tropelías son “negar que soy una mujer, decir que quiero entrar a los cuartos de baño de las mujeres para violarlas, decir que soy una pedófila por ser una mujer trans o llamarme en masculino”, enumera Cardo haciendo memoria de cómo tratan las TERF a las mujeres trans.
T-E-R-F es el acrónimo de Trans Exclusionary Radical Feminist, es decir, “feminista trans excluyente”, y Susan Stryker relata en su libro varios ejemplos de cómo esta corriente se abre paso en los años 70 en EE UU. Un ejemplo: a Sylvia Rivera, reconocida activista LGTB, se le intentó impedir que presentara un acto en favor de los derechos LGTB. Ocurrió en medio de un caldo de cultivo teórico que postulaba que las persona transexuales eran “personas retrógadas engañadas por el sistema patriarcal”, dice Stryker.
Otro ejemplo es la campaña contra Sandy Stone, una mujer trans que se unió a un colectivo que impulsaba la música hecha por mujeres y fue blanco de una campaña antitransexual que aseguraba que la presencia de una mujer trans en el colectivo era un engaño a los consumidores, a quienes se indicaba que este colectivo era solo de mujeres.
“TERF es un término para identificar un movimiento que nace en EE UU en los años 70, de gente muy clasista, con ideología de iglesias conservadoras de derechas; que penetra en el movimiento feminista y que expulsa a las mujeres trans de los colectivos feministas”, dice Carmen García de Merlo, presidenta de COGAM y mujer trans. “Su pensamiento es que las mujeres trans son parte del patriarcado porque son o han sido hombres con privilegios y están en el feminismo para minarlo”, añade.
García de Merlo defiende que para estar incluida en el sujeto del feminismo hay que ser mujer, y ser mujer “no solo es un hecho biológico o cultural, es identificarte como tal”. Ella, que hizo la transición ya adulta, dice que ha sido primero una niña, luego una joven y luego una mujer. “Identificarte no es un capricho o algo que adquieres, es algo con lo que naces y mueres”, explica. “Evidentemente, es transmisoginia negar la condición de mujer a aquellas personas que nos sentimos mujer desde que tenemos uso de razón”, aclara.
¿UNA CORRIENTE CON PARTIDO?
Diana Cardo señala que la corriente encuentra cobijo en algunos partidos como IU, el Partido Feminista y, sobre todo, advierte, el PSOE. Así lo atestigua, dice Cardo, la presencia de Amelia Valcárcel, filósofa feminista y catedrática de Filosofía Moral de la UNED, además de consejera de Educación con el Gobierno socialista en Asturias.
La Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales (FELGTB) señaló en enero de este año en el contexto del debate en torno a la Ley de Igualdad LGTBI que integrantes socialistas de la Comisión de Igualdad mantenían una “actitud transfóbica” al oponerse a algunos artículos relacionados con los derechos de las personas trans.
Sin embargo, Carla Antonelli advierte: “Esas personas están en todos los partidos pero no son los partidos”, dice la diputada socialista en la Asamblea de Madrid, que insiste en que su partido es el programa del candidato a presidir el Gobierno, Pedro Sánchez, y los acuerdos salidos de sus congresos. “El programa del PSOE deja claros sus compromisos, que son una ley LGTBI y la reforma de la ley 3/2007 para inclusión de les menores y la despatologización de la transexualidad”, señala.
Para Antonelli, hay que hablar de “personas” que, a nivel individual, transmiten este discurso pero, en ningún caso de una corriente mayoritaria en su partido y no entiende que se trate de identificar a las mujeres con sus genitales —“es una aberración”— y no oculta su enfado con las ponentes de las jornadas de Gijón.
“Estos discursos poco o nada se alejan de los de la ultraderecha que niega nuestra existencia”, dice; y añade: “Que a mí alguien me diga que no existo es fácil de desmontar, porque yo me veo cuando me miro en el espejo y estoy ahí”.
Sobre si el PSOE es un espacio seguro en el que las mujeres trans puedan expresarse ante las compañeras que mantienen puntos de vista transexcluyentes, es tajante: “Por supuesto, mi partido me protege y salvaguarda mis derechos”.
NI MAYORITARIA NI DETERMINANTE
Pese a la polvareda que levantaron y levantan las radfems, esta postura no es mayoritaria, insiste Carla Antonelli. “Hay una estrategia de hacer parecer que esto es el feminismo contra, en este caso, las mujeres transexuales, y eso es una falacia”, dice, para recordar que, en los años 90, el feminismo recibió a las mujeres trans con los brazos abiertos: “El feminismo con mayúsculas es transincluyente”. Además, añade, las feministas transexcluyentes son unas “copionas”, porque no dicen nada que no se dijera ya en los 70.
Stryker también señala cómo entonces, en los 70, la hostilidad hacia las personas transexuales no fue “ni uniforme ni determinante” y, así, dentro del feminismo radical convivían posturas “reaccionarias” junto a otras que postulaban “una inclusión transexual dentro de los movimientos feministas”.
Según Cardo, “son pocas, muy escandalosas y en posiciones de poder”. Para ella, un feminismo en el que quepan todas las mujeres no solo es posible, sino que ya es una realidad. “Existe un feminismo donde cabemos todas, cada una con sus particularidades”, explica, y pide poner a prueba la pregunta “¿tienen cabida las mujeres trans en el feminismo?” sustituyendo “trans” por otro adjetivo: “¿Las mujeres negras caben en el feminismo? ¿Y las mujeres árabes? Sí, claro que sí. ¿Tienen particularidades diferentes a las de las feministas blancas de países occidentales? Sí, porque las mujeres no somos homogéneas”.
CUANDO LAS LESBIANAS AMENAZABAN AL FEMINISMO
En 1970, un grupo feminista irrumpió en el Segundo Congreso para Unir a las Mujeres, celebrado en Nueva York, con un panfleto titulado ‘The Woman Identified Woman’ (La mujer que se identifica como mujer). En este texto, responden a los comentarios peyorativos de Betty Friedan sobre la cuestión de la participación de las mujeres lesbianas en el feminismo. Friedan, un referente feminista, se oponía a vincular los asuntos lésbicos con el feminismo por miedo a que la homofobia de la sociedad pusiera freno al éxito feminista: lo llamó “la amenaza violeta”. La anécdota la cuenta Susan Stryker en su libro Historia de lo trans y ejemplifica cómo los debates en torno al sujeto del feminismo han tensionado al movimiento, no solo en torno a la cuestión trans.