Suena el teléfono, miras la pantalla, ves un número que no reconoces y piensas: una familia que necesita asesoramiento. ¡Así es!, hay ocasiones en las que escuchas una voz temblorosa que apenas puede saludarte y hasta se le olvida de presentarse. Está nerviosa e insegura. En un inicio dejas que hable y se explique aunque sea desordenada e incluso atropelladamente, ya que de esta forma logra tranquilizarse al saberse escuchada, para posteriormente transmitirle que no está sola, que entiendes perfectamente como se siente, ya que has pasado por una situación y sentimientos similares.
Encuentras dudas y preguntas de todo tipo dependiendo de la familia y ante todo de la persona menor.
Unas con innumerables dudas:
- Mi “hija” nos ha dicho que es un niño
- ¿No será una época?
- ¿No es demasiado “pequeña” para saber “estas cosas”?
- ¡Es que se nombra en masculino! ¿No será una forma de llamar la atención?
- Se niega a llevar coletas, vestidos, faldas…
- ¡Es que tiene un nuevo nombre elegido!
Otras que tan solo necesitan asesoramiento para iniciar el tránsito social y se muestran seguras y firmes:
- ¿Cómo informamos al entorno?, ¿y a la familia?
- Queremos acompañarle en todo, ¿por dónde empezamos?
A partir de ahí es cuando puedes entablar una conversación más fluida en la que la información compartida, ayuda a centrarnos en las necesidades de la familia y sobre todo de le menor.
La gran mayoría de las familias que nos hemos encontrado que nuestre peque o adolescente nos ha expresado no sentirse identificade por el sexo asignado al nacer, hemos partido de un desconocimiento total. A pesar de este desconocimiento, detrás de cada una de estas llamadas se esconde de fondo el absoluto convencimiento que lo que la persona nos está expresando es su realidad, y necesita que sus demandas sean atendidas.
Seguimos con la conversación y después de una escucha activa, vas dando respuesta a la vez que información sobre las señales que están enviando para saber si serán personas aceptadas e igualmente queridas, sobre la identidad de género, compartiendo tu propia experiencia, o si es el caso, tan solo informando de los pasos a seguir, protocolos educativos si los hay en la Comunidad Autónoma, etc… En definitiva; acompañando y asesorando, desde el respeto y la empatía.
Durante las llamadas, no puedes evitar que fluyan tus sentimientos. Fluyen porque has pasado de una forma u otra por esta situación; miedo a una sociedad desinformada y llena de prejuicios, miedo a que el resto de familia no entienda, miedo a tus propios prejuicios, miedo a posibles faltas de respeto, miedo, miedo, miedo…
Poco a poco notas como la voz al otro lado del teléfono está cada vez más sosegada y liberada. Es posible que por primera vez pueda expresarse libremente, sin cuestionamientos y sintiéndose entendida.
¡Es maravilloso cuando te das cuenta de que se está recibiendo la información de forma positiva! Entiende que no es una época, que la identidad es algo inherente a la persona, un sentimiento íntimo que responde a la pregunta; ¿quién soy? Y que la respuesta solo la tiene la persona independientemente de su edad o el sexo asignado en el momento del nacimiento. Es capaz de reflexionar, mirar atrás y ver que no se está nombrando diferente porque sí; se nombra conforme a su identidad de género, que no tiene un nuevo nombre; tiene el suyo, el que le representa. No necesita atención médica; necesita ser una persona escuchada, entendida y acompañada. Su salud es perfecta.
En general después de esta primera llamada dejamos unos días para que la familia asimile la información, para posteriormente volver a contactarnos y ver que pasos hay que seguir en función de las necesidades de le menor.
Es al final de esta primera llamada cuando suelen dar las gracias una y mil veces, por la escucha, la información, “la paciencia”, etc, etc, etc… Preferimos cambiar las gracias por abrazos.
Cuelgas el teléfono con la satisfacción y tranquilidad de que esta persona va a ser acompañada, entendida y respetada por su familia. Tomas nota de todo lo comentado para que en la próxima llamada no se te escape ni un detalle. Tu sonrisa no puede ser más amplia. Duermes tranquila porque sabes que seguramente al otro día volverá a sonar el teléfono. Esta vez ya no será un número desconocido; ya está grabado en la agenda.
Hay ocasiones en las que nos encontramos con otro tipo de llamadas… Como, por ejemplo, aquellas en las que una de las personas tutoras de le menor no entiende ni acepta bajo ningún concepto la identidad que está expresando. Se niega por completo a ser asesorada o recibir algún tipo de información al respecto. Es aquí cuando empiezas a vivir la lucha de una persona con el entorno, la lucha por informarse, la lucha por hacer entender, la lucha por dar la libertad a su hije; y su lucha se convierte en la tuya.
Ves como una familia se destruye, como una persona no puede vivir conforme a su identidad tan solo por ser menor y depender de la autorización de las adultas para poder ser feliz y expresarse libremente.
Intentas por todos los medios ayudar en el conflicto, dar consignas para buscar una solución, e incluso hablar con la persona en desacuerdo. Mientras lo haces, no dejas de tener en tu pensamiento que hay una persona menor que sigue esperando y dependiendo de la aprobación de una adulta, para poder vivir conforme a su identidad de género… Después de estas llamadas, tomas nota de todo como siempre, pero no hay sonrisa. Tampoco un sueño tranquilo y reparador.
Y es que cada acompañamiento, cada familia es diferente. Unas en las que sus prejuicios les atraviesan de forma tan firme y convincente que son incapaces de reaccionar, aunque solo sea por amor. Otras, en las que los mandatos de género están muy arraigados y necesitan algo más de tiempo para asimilar, pero finalmente lo hacen. Y otras (cada vez más) que descubren su capacidad de repensarse y deconstruirse para volverse a construir y darse la mano para caminar hacia delante.
Cada familia, cada menor, pasa a formar parte de tu día a día. Consultas, anécdotas, situaciones felices, situaciones algo complicadas, risas y llantos, forman parte de tu vida. Porque cada familia, cada persona y sobre todo cada menor te hace aprender, crecer a nivel personal y pasa a ocupar un espacio en tu corazón.
No hay nada mejor que escuchar, acompañar a quiénes lo necesitan, aportar tu granito de arena, aprender de cada proceso y de cada persona, recibir fotos de familias felices después de tiempos complicados, sorprenderte sonriendo mientras amplias la foto de una personita o adolescente para ver su mirada, emocionarte con su voz al otro lado del teléfono o sus abrazos en los encuentros…
Sentir, sentir que no estamos solas, que somos muchas y que hay MIL SONRISAS para todas, y las que ahora no las tienen sin duda alguna llegarán, ¡por supuesto que llegarán!
Así que, ¡MUCHAS GRACIAS POR EXISTIR!
¡Un abrazo enorme y MIL SONRISAS, para todas esas familias y menores valientes!