EN EL CAPITULO ANTERIOR, decía que reconocer el sexo subconsciente como algo separado del sexo físico es algo crucial para promover una mejor comprensión de la transexualidad y la discriminación anti-trans.
Sin embargo, existe por lo menos un aspecto más que tiene que ver con el género, con el que también hemos de llegar a un acuerdo antes de poder discutir todo el espectro de cuestiones acerca del género y la diversidad sexual:
La expresión de género, esto es, lo que se refiere a si nuestra presentación, nuestros comportamientos, intereses y/o afinidades son considerados femeninos, masculinos, o algún tipo de combinación de los mismos. (1)
La expresión de género normalmente es confundida con el sexo subconsciente y/o la orientación sexual.
Por ejemplo, a menudo se asume que las mujeres y los hombres transexuales realizamos la transición no para alinear nuestro ser físico con nuestro sexo subconsciente, sino porque queremos expresar ya sea la feminidad o la masculinidad.
De la misma manera, es común que algunas personas sean tomadas equivocamente por lesbianas o gays, simplemente porque son un tanto masculinas comparadas con otras mujeres o en el caso de los hombres, sólo por ser más femeninos que los demás.
A diferencia de nuestra orientación sexual y nuestro sexo subconsciente, que suelen ser invisibles para el resto del mundo, cualquiera puede ver fácilmente nuestra expresión de género, por lo que quizás es el aspecto del género más comentado, criticado y regulado de todos.
En efecto, el hecho de que la expresión de género sea algo tan regulado en nuestra sociedad ha llevado a muchos a sostener que la feminidad y la masculinidad no son más que construcciones sociales (es decir, que no se producen naturalmente, sino que son invenciones o artefactos de la cultura humana).
De acuerdo con este modelo construccionista social, a los niños se les enseña a ser masculinos y a las niñas a ser femeninas; aprendemos a producir estas expresiones de género a través de una combinación de refuerzo positivo y negativo, y a través de la imitación, la práctica y el desempeño.
Los construccionistas sociales señalan el hecho de que las palabras “feminidad” y “masculinidad” no se limitan únicamente a describir un determinado comportamiento humano, sino que representan los ideales que a todos se les exige que cumplan.
Para demostrar este punto, concentran gran parte de su atención en las manifestaciones que tiene la influencia social sobre la expresión de género (los llamados roles de género), que incluyen las diferencias entre lo femenino y lo masculino en los patrones del habla y la selección de palabras, los gestos, los roles en las relaciones, los estilos de vestir, las preferencias estéticas, intereses, ocupaciones, etc.
Los construccionistas sociales también argumentan que el hecho de que estos roles de género puedan variar con el tiempo, y de una cultura a otra, es indicativo de su naturaleza construida.
En el otro lado de este debate tenemos a los esencialistas de género, que creen que aquellos que han nacido hombres simplemente están pre-programados para actuar de forma masculina, y que las mujeres nacen programadas para actuar de manera femenina.
La evidencia para apoyar su caso incluye el predominio de la feminidad en las mujeres y de la masculinidad en los hombres, tanto en nuestra cultura, como en otras, el hecho de que las niñas tienden a comportarse como niñas y los niños como niños desde una edad muy temprana, que incluso en la época de los hombres prehistóricos, las mujeres y los hombres parecían llevar a cabo diferentes grupos de tareas; y que otras especies no humanas también muestran signos de un comportamiento dimórfico de género.
Entre los esencialistas de género, es generalmente asumido que las diferencias genéticas (y luego las anatómicas y hormonales) entre los hombres y las mujeres, son la fuente principal de estas diferencias de comportamiento. Sin embargo, a pesar de su insistencia en este punto, tales vínculos directos entre genes específicos y determinados comportamientos en los seres humanos, siguen siendo algo esquivo.
Al ser alguien que es tanto una bióloga especializada en genética, como alguien que ha experimentado de primera mano las muy distintas formas en que las mujeres y los hombres son tratados y valorados en nuestra sociedad, pienso que tanto los construccionistas sociales como los esencialistas de género están equivocados (o al menos que ambos tienen sólo parte de la razón ).
El error fatal del argumento esencialista de género es el hecho obvio de que no todos los hombres son masculinos ni todas las mujeres son femeninas.
Existen expresiones de género excepcionales: hay mujeres masculinas, hay hombres femeninos, y hay personas de cualquiera de los dos sexos, que expresan distintas combinaciones de la feminidad y la masculinidad.
Las personas que tienen expresiones de género excepcionales (igual que en el caso de quienes tienen sexos subconscientes y orientaciones sexuales excepcionales) se encuentran en prácticamente todas las culturas y a lo largo de toda la historia, lo que sugiere que representan un fenómeno natural.
Los esencialistas de género a menudo tratan de desestimar estas excepciones considerándolas anomalías, el resultado de errores, o defectos en el desarrollo biológico. Sin embargo, las expresiones de género excepcionales, los sexos subconscientes, y todas las orientaciones sexuales excepcionales, se producen en frecuencias que son varios órdenes de magnitud mayores de lo que cabría esperar si representaran “errores” genéticos. (2)
Además, el hecho de que tengamos que alentar activamente a los niños a que sean masculinos, y condenarlos al ostracismo y al ridículo si actúan de manera femenina (y viceversa para las niñas), sugiere fuertemente que si no fuera por la socialización, tendríamos aún más expresiones de género excepcionales de las que ya tenemos.
Lamentablemente, un modelo estricto construccionista social por sí solo tampoco nos sirve para entender fácilmente la expresión de género excepcional.
Muchas niñas que son masculinas y muchos niños que son femeninos, dan muestras de ese comportamiento a una edad muy temprana (a menudo antes de que hayan sido socializados por completo en relación con las normas de género), y en general siguen expresando ese comportamiento en la edad adulta (a pesar de la cantidad extrema de presión social que reciben para reproducir la expresión de género apropiada a su sexo asignado).
Esto sugiere que ciertas expresiones de la feminidad y de la masculinidad representan inclinaciones profundas y subconscientes de una manera similar a como sucede con la orientación sexual y el sexo subconsciente.
(Utilizo aquí la palabra “inclinación” como una frase comodín para describir cualquier deseo persistente, afinidad, o impulso, que nos predispone hacia un género en particular, así como a determinadas expresiones y experiencias sexuales.)
Aunque creo que es probable que estas inclinaciones tengan que ver con el cableado de nuestros cerebros (ya que existen en un nivel subconsciente y a menudo permanecen constantes a lo largo de toda nuestra vida), tengo mis dudas a la hora de definirlos como fenómenos puramente biológicos, ya que los factores sociales claramente juegan un papel importante en la manera en que cada persona interpreta estas inclinaciones.
De hecho, en la mayoría de los casos, es imposible distinguir entre nuestras inclinaciones y nuestra socialización, ya que típicamente ambos suelen empujarnos en la misma dirección.
Generalmente, uno se da cuenta de que estas inclinaciones existen sólo cuando son excepcionales, es decir cuando se apartan, tanto de la norma biológica, como de la norma social.
Otra prueba de que las inclinaciones de género representan fenómenos naturales es que éstas ocurren también en otras especies.
Si uno observa lo que le sucede a una amplia gama de mamíferos y aves (cuyos sexos y expresiones sexuales presumiblemente no se caracterizan por ser construcciones sociales en la medida en que los nuestros sí lo son), generalmente uno encuentra ciertos comportamientos y afinidades que parecen ser predominantes en un sexo, pero que también aparecen en el otro sexo, sólo que la frecuencia es más baja, pero de todos modos, sustancial. (3)
Así, cualquier modelo que intente explicar la expresión de género, la orientación sexual y el sexo subconsciente, debe tener en cuenta el hecho de que las dos formas que toman estas inclinaciones, tanto la típica como la excepcional, ocurren de forma natural (es decir, sin influencia social) y en diversos grados.
A fin de conciliar este problema, me gustaría presentar lo que yo llamo un modelo para explicar la inclinación intrínseca de género humana y su variación sexual.
Éstos son los principios básicos de este modelo:
- El sexo subconsciente, la expresión de género y la orientación sexual representan determinadas inclinaciones de género que puden darse por separado y que en gran medida son independientes entre sí. (Este modelo no excluye la posibilidad de que estas tres inclinaciones puedan estar compuestas a su vez por múltiples inclinaciones separadas, o que puedan existir también otras inclinaciones de género adicionales.)
- Las inclinaciones de género son, en cierta medida, intrínsecas a nuestras personas, ya que ocurren en en un nivel profundo y subconsciente, y generalmente permanecen intactas a lo largo del tiempo a pesar de las influencias sociales y de los intentos conscientes de los individuos por purgarlas, reprimirlas o ignorarlas.
- Debido a que no se ha encontrado ningún factor genético, anatómico, hormonal, ambiental o psicológico que cause directamente y por sí mismo cualquiera de las inclinaciones de género, podemos asumir que son rasgos cuantitativos (es decir, son determinados por factores múltiples a través de complejas interacciones). Como resultado, en lugar de producir distintas clases discretas (como femenino y masculino; atracción por los hombres o por las mujeres), cada inclinación muestra un rango continuo de posibles resultados.
- Cada una de estas inclinaciones se correlaciona a grandes rasgos con el sexo físico, dando lugar a un patrón de distribución bimodal (es decir, dos curvas de acumulación en forma de campana), de forma similar a la observada en otras diferencias de género, tales como la estatura.(3) Si bien puede ser cierto que, en promedio, los hombres son más altos que las mujeres, esta declaración se vuelve virtualmente sin sentido cuando se examinan a las personas individuales, ya que cualquier mujer dada puede ser más alta que cualquier hombre dado. La mayoría de personas tienen alturas que están relativamente cerca de la media, pero otras caen en las afueras del rango (por ejemplo, algunas mujeres miden 6 pies 2 pulgadas y algunos hombres 5 pies y 4 pulgadas). Del mismo modo, mientras que las mujeres son en promedio más femeninas que los hombres, algunas mujeres resultan ser más masculinas que ciertos hombres, y algunos hombres más femeninos que ciertas mujeres.
Debido a que estas inclinaciones parecen tener múltiples entradas y muestran un rango continuo de resultados, es incorrecto suponer que las personas con orientaciones sexuales, sexos subconscientes, o expresiones de género excepcionales, representen “errores” biológicos, ambientales o de desarrollo; sino que son ejemplos de variación humana que se producen de forma natural.
Reconciliando las Inclinaciones Intrínsecas con los Constructos Sociales
La belleza del modelo de inclinaciones intrínsecas es que al mismo tiempo que explica por qué la mayoría de las personas parecen tener géneros típicos (por ejemplo, la mayoría de los hombres se sienten a sí mismos como hombres, llegan a actuar de manera masculina, y se sienten atraídos por las mujeres, y a la inversa en el caso de las mujeres), también sirve para entender la gran diversidad de género y sexualidad que existe en el mundo.
Explica por qué los hombres gay y las mujeres lesbianas pueden ser masculinos/as, femeninos/as o andróginos/as; por qué las niñas masculinas cuando crecen pueden ser lesbianas, hombres trans, o mujeres heterosexuales; y por qué las mujeres transexuales pueden ser bisexuales, heterosexuales o lesbianas.
Por otro lado, demás de la variación que existe dentro de estas tres inclinaciones de género, hay que considerar que existe una diversidad adicional con respecto al sexo físico en sí.
El sexo físico puede dividirse en múltiples características, que puden ser consideradas por separado: sexo cromosómico (XX y XY), sexo gonadal (ovarios y testículos), sexo genital (clítoris, vagina y pene), sexo hormonal (estrógenos y andrógenos), y una serie de características sexuales secundarias (como el crecimiento del pecho en las mujeres, el crecimiento de la barba en los hombres, etc.)
Aunque nos gusta pensar que las mujeres y los hombres constituyen clases discretas y mutuamente excluyentes, es un hecho que aproximadamente dos de cada cien personas nacen con algún tipo de intersexualismo. (5)
Así que hay una gran cantidad de variaciones naturales de sexo y género en el mundo. La pregunta es: ¿Cómo dar sentido a todo esto? Aquí es donde las construcciones sociales aparecen.
Si bien la variación en las características sexuales y en las inclinaciones de género pueden ocurrir de manera natural, la forma en que interpretamos esos rasgos, y las identidades y significados que asociamos con ellos, puede variar significativamente de una cultura a otra.
En nuestra sociedad, lo que significa ser una mujer o un hombre -los símbolos, las ropas, las expectativas, restricciones y privilegios asociados a cada clase- es algo muy diferente hoy día, a lo que era hace cincuenta años.
Esto es válido tanto para las inclinaciones de género típicas, como para las excepcionales.
Por ejemplo, en esta época y en este lugar en el que vivo soy capaz de identificarme a mí misma como una mujer lesbiana, transexual y transgénero -y para a mí, cada una de estas identidades representa un aspecto ligeramente diferente (aunque se superponen un poco) de mi género y mi sexualidad.
Sin embargo, si hubiese nacido un siglo y medio antes -antes de que la mayoría de estas etiquetas fueran de uso general o de que éstas existieran- sería imposible para mí identificarme de la forma en que lo hago ahora.
Tal vez mi sexo subconsciente femenino me habría llevado a intentar “pasar” y vivir como cualquier otra mujer, como lo hacían a menudo las personas transexuales antes de que los servicios médicos para la transición se hicieran ampliamente accesibles.
O quizás habría tenido cabida en el movimiento under homosexual de antes, que era una amalgama de personas que hoy día probablemente serían consideradas lesbianas, gays, bisexuales y transgénero.
O tal vez, sin darme cuenta de la existencia de cualquier otro grupo de personas con variaciones de género, podría haber permanecido encerrada por falta de una alternativa obvia.
Además, si hubiera nacido en otro país, podría haber desarrollado una identidad transgénero muy diferente.
Ejemplos de personas transgénero en el espectro hombre a mujer en otras culturas son las hijras indias, las travestis brasileñas, las katoeys tailandesas, y las nativas americanas “berdaches,” o “personas de dos espíritus.” (6) Estas identidades transgénero difieren no sólo en el nombre sino en sus costumbres, prácticas, y roles sociales.
Estos grupos difieren en parte por el hecho de que sus culturas ponen más énfasis en unas inclinaciones de género que en otras.
En algunas culturas, la expresión de género de una persona juega un papel más importante a la hora de determinar su género, que para quienes vivimos en Estados Unidos. Otras culturas parecen poner un mayor énfasis en si la persona en cuestión se involucra en relaciones sexuales con mujeres o con hombres.
En nuestra cultura, nos dividimos en dos grupos de personas -hombres y mujeres- y lo hacemos casi exclusivamente en función del sexo físico.
Por supuesto, muchas características sexuales físicas no son fácilmente visibles, por lo que es más correcto decir que tendemos a confiar exclusivamente en el sexo genital a la hora de asignar el sexo de una persona en el momento de su nacimiento; cuando es un niño o un niña, nos basamos en su expresión de género y en sus roles; con los adultos, dependemos principalmente de sus características sexuales secundarias.
El hecho de que percibimos dos grandes categorías de género nos lleva a ver a las mujeres y los hombres como si fueran sexos “opuestos” -una premisa que se basa en una serie de suposiciones notoriamente incorrectas.
En primer lugar, a fin de que los dos sexos pudieran ser “opuestos”, primero tendrían que ser mutuamente excluyentes.
Por lo tanto, a nivel social, tenemos que ignorar deliberadamente la variación que existe en las características sexuales y crear la ilusión de que no hay absolutamente ninguna superposición entre los sexos físicos.
En segundo lugar, tenemos que ignorar la realidad de que las inclinaciones intrínsecas producen un rango continuo de posibilidades, y en lugar de ello asumir que cada inclinación produce sólo uno de dos resultados posibles, a semejanza de los dos sexos.
De esta manera, suponemos que las personas sólo pueden sentirse atraídas por las mujeres o por los hombres (no por ambos), que alguien sólo puede ser femenino o masculino (no ambas cosas), y que sólo es posible identificarse como hombre o como mujer (no como ambos).
El tercer supuesto que hacemos es asumir que la inclinación típica de cada sexo es válida para todas las personas de ese sexo.
Por lo tanto, todas las personas con cuerpo femenino se supone que tienen que ser femeninas, sentirse atraídas por los hombres, y ser mujeres (y viceversa para quienes tienen cuerpo de hombre).
La sola idea de que hay sexos “opuestos” polariza innecesariamente a las mujeres y los hombres, nos aísla los unos de los otros y exagera nuestras diferencias.
Proporciona el marco para que proyectemos otros pares de “opuestos” sobre las categorías hombre y mujer (y sobre la feminidad y la masculinidad).
Así, suponemos que los hombres son agresivos y las mujeres son pasivas, que los hombres son duros y las mujeres son débiles, que los hombres son prácticos y las mujeres son emocionales, que los hombres son grandes y las mujeres son pequeñas, y así sucesivamente.
Como cultura, nos creemos regularmente esta forma de pensar, a pesar del hecho de que todos encontramos innumerables excepciones que demuestran que estos supuestos son incorrectos: mujeres que son agresivas, ásperas, prácticas y/o grandes, y hombres que son pasivos, débiles, emocionales, y/o pequeños.
Esta idea de los “opuestos” crea una serie de expectativas para lo que significa ser mujer y la feminidad, así como para lo que significa ser hombre y la masculinidad, expectativas que a todos se les pide que cumplan, deslegitimizando al mismo tiempo cualquier comportamiento que no encaje en estos ideales.
Por ejemplo, hacer comentarios sobre las mujeres que son agresivas, mientras que los actos de agresión masculina rara vez son señalados (como si la agresión estuviera incluida en nuestra concepción previa de lo que significa ser hombre y la masculinidad).
Del mismo modo, la gente suele hacer un gran lío sobre los hombres que lloran en público, pero no sobre las mujeres que hacen lo mismo (como si la expresión de emociones estuviera incorporada en las presunciones de lo que significa ser mujer y la feminidad).
A veces estos comportamientos excepcionales son descalificados con más fuerza como ilegítimos y antinaturales mediante el uso de insultos en función del género (por ejemplo, una mujer agresiva es llamada “bruja”, y un hombre emocional es, “llorón” o “maricón” ) .
Muchos oponentes a este concepto de género se refieren a él como el sistema binario de género, lo que implica que su problemática reside principalmente en el hecho de que consta sólo de dos clases: hombres y mujeres.
Personalmente, no creo que haya necesariamente nada de malo en el reconocimiento de que existen dos grandes categorías de sexo, siempre y cuando nos demos cuenta de que estas categorías no son ni discretas ni mutuamente excluyentes, y que sigamos siendo respetuosos al hecho de que muchas personas tienen características sexuales e inclinaciones de género excepcionales.
De hecho, como persona transexual, después de haber pasado la mayor parte de mi vida luchando contra mi propia disonancia de género, no tengo el privilegio que otros han tenido, en el sentido de ser capaces de suponer que la feminidad o la masculinidad de su cuerpo o de su mente carece por completo de sentido, es superficial o no tiene importancia.
He encontrado que mi sexo físico y la manera en que se relaciona con mi sexo subconsciente, es inconmensurablemente importante para mí.
Yo diría que el principal problema con el sistema binario de género no es que sea binario (así como la mayoría de las características sexuales físicas e inclinaciones de género en la naturaleza parecen ser bimodales), sino mas bien, que facilita la creencia ingenua y opresiva de que las mujeres y los hombres son “opuestos”.
Porque la idea de que las mujeres y los hombres son sexos “opuestos” automáticamente crea suposiciones y estereotipos que se aplican de manera diferente a cada sexo, un punto de vista acerca del género que yo llamo, sexismo por oposición.
El sexismo por oposición no sólo forma el marco propicio para el afianzamiento del sexismo tradicional (la idea de que el ser hombre y la masculinidad, son superiores al ser mujer y a la feminidad). También es una idea que margina a aquellos de nosotros que tenemos rasgos sexuales y de género excepcionales.
Este sexismo logra su objetivo, en parte, al invalidar nuestras inclinaciones de género y nuestras características sexuales naturales:
La atracción de un hombre gay por los hombres no se considera tan legítima como la de una mujer heterosexual; la identidad de hombre de un hombre transexual, no se considera tan válida como la de un hombre cisexual; la feminidad de una persona transgénero con cuerpo masculino no se considera tan auténtica como la de una mujer cisgénero; y los cuerpos intersexuales no se consideran tan naturales como los cuerpos femeninos o masculinos no intersexuales.
El sexismo por oposición deslegitima el género y las características sexuales excepcionales, y también puede crear hostilidad y miedo hacia quienes lo representan.
Por ejemplo, el hecho de que yo sea una lesbiana o una mujer transexual realmente no debería tener ninguna incidencia en los sentimientos de ninguna otra persona respecto a su propio género o su sexualidad (después de todo, las inclinaciones de género no son contagiosas).
Sin embargo, las personas que no han tenido ningún pensamiento crítico hacia su propia orientación sexual, su sexo subconsciente, y/o su expresión de género -y que por lo tanto derivan su propia identidad a partir de los supuestos del género por oposición- pueden sentir que su sexualidad y su género se ven amenazados por mi mera existencia.
Después de todo, si uno cree que una mujer se define como alguien que no es hombre, que no es masculina, ni se siente atraída por las mujeres, y que su vez un hombre se define como alguien que no es mujer, que no es femenino, ni se siente atraído por los hombres, entonces el hecho de que yo haya ‘cambiado de sexo’, o que yo sea una mujer que se siente atraída por otras mujeres, inevitablemente pone en tela de juicio el género y la sexualidad de todos los demás.
Debido a que mi identidad de ser lesbiana y transexual les parece que va a diluir el significado de la categoría “mujer”, otras mujeres pueden sentir que de alguna manera yo disminuyo su propio sentido de la feminidad, mientras que algunos hombres pueden temer que si llegaran a sentirse atraídos por mí, esto podría afectar a su propia masculinidad.
Así que en cierto sentido, la noción de “sexo opuesto” entrelaza nuestros géneros y nuestras sexualidades con aquellos de los demás.
Esta interrelación de géneros ayuda a explicar por qué a nosotros se nos pide que modifiquemos nuestro propio comportamiento para encajar mejor dentro de las normas de género dominantes, y por qué llegamos a extremos con tal de fomentar lo que se considera el género apropiado (y para desalentar el género inapropiado) en el comportamiento de los demás.
Los incontables comentarios de aprobación o desaprobación que hacemos acerca de la apariencia, las identidades y los comportamientos de género de otras personas, crean una atmósfera en la que muchas personas con género y características sexuales excepcionales sienten que tienen que permanecer encerrados.
También hace que las personas con inclinaciones de género y características sexuales típicas sean demasiado conscientes de sí mismas y se mantengan siempre en guardia, ya que su género podría ser puesto en duda en cualquier momento.
Así, el sexismo por oposición exacerba la ansiedad de género en todas las personas, y es un factor importante y además el responsable de la mayoría de los prejuicios y la discriminación en contra las minorías sexuales.
Desafortunadamente, una de las formas más comunes con que las personas con género y características sexuales excepcionales tratan de contrarrestar esa discriminación es neutralizar el significado de sus rasgos excepcionales particulares, al mismo tiempo que hacen hincapié en las formas en las ellos mismos defienden los ideales del sexismo por oposición.
Por ejemplo, muchas personas que se sienten atraídas por los miembros de su mismo sexo han tratado de convencer al público, predominantemente heterosexual, de que “somos iguales que tú, a no ser por nuestra orientación sexual”. Esto, por supuesto, le resta importancia a la realidad de que muchas personas bisexuales, gays, o lesbianas también tienen expresiones de género, características y/o sexos subconscientes excepcionales.
Al mismo tiempo, muchas personas en la comunidad transgénero han tratado de neutralizar sus características excepcionales de género haciendo hincapié en su heterosexualidad:
Algunas personas transexuales insisten en que su meta es convertirse en mujeres o en hombres “normales” (es decir, hetero y con expresión de género ‘apropiado’ ); y hay hombres crossdressers que suelen poner énfasis en el hecho de que ellos se identifican como hombres y se sienten atraídos por las mujeres (es decir, tienen sexo subconsciente y orientación sexual ‘normales’ ).
El problema obvio con todos estos enfoques es que marginan a quienes tienen múltiples rasgos de género y características sexuales excepcionales.
Y su éxito limitado, se explica finalmente por el hecho de que intentan buscar una cura para el síntoma (la homofobia, la transfobia, etc.) en lugar de dirigirse directamente a la fuente del problema (el sexismo por oposición).
Después de todo, la razón por la que el gran público confunde regularmente a las personas homosexuales, bisexuales, transexuales, transgénero e intersexuales es que, a sus ojos, todos representan la misma cosa.
Generalmente todos somos agrupados como ‘raros’, excepciones que desafían los principales supuestos que el sexismo por oposicion hace acerca del género.
Por lo tanto, si bien es importante educar a la gente sobre las diferencias entre las diferentes inclinaciones de género, las características sexuales, y las identidades únicas, los problemas y los desafíos que cada grupo minoritario enfrenta a causa de esas diferencias específicas, también es importante permanecer unidos para desafiar el mito de que las mujeres y los hombres son categorías “opuestas”.
En mi experiencia como activista transexual, he encontrado que el mayor obstáculo que enfrentan aquellos que caen dentro de las categorías paraguas “LGBTIQ” o “queer”, en lo que respecta a la unión que se necesita para desafiar el sexismo por oposición, es principalmente de tipo conceptual.
Con los años, los diferentes subgrupos ‘raros’ han desarrollado cada uno en forma individual, sus propias teorías y su propio lenguaje para describir y comunicar sus particulares luchas.
Muchos de estos conceptos, si bien son efectivos en el activismo a favor de una sola inclinación, son contraproducentes en la lucha general contra el sexismo por oposición, porque marginan y hacen invisibles las experiencias de otros grupos.
Por ejemplo, el movimiento de derechos gay, ha enmarcado históricamente gran parte de su activismo en torno a la premisa de que las personas heterosexuales oprimen a las homosexuales.
Esta simplificación crea la falsa impresión de que las personas homosexuales y heterosexuales son “opuestos”, una idea que margina a los bisexuales.
Además, los términos más comúnmente utilizados para describir el prejuicio que enfrentan las lesbianas y los hombres gay -”homofobia” y “heterosexismo”- implican de manera equivocada que las personas LGTB son objeto de discriminación principalmente por su orientación sexual.
Esta es una suposición falsa, ya que los miembros de las comunidades lesbiana y gay que se enfrentan a la discriminación más dura de parte del mundo heterosexual, son aquellos que además de su orientación sexual, también muestran una expresión de género excepcional (es decir, los hombres gay que son abiertamente femeninos y las mujeres lesbianas que son masculinas o butch en su expresión de género).
Este fallo a favor de la orientación sexual por encima de otros tipos de inclinaciones de género, ha permitido que algunos activistas de derechos gay excluyan de su movimiento a las personas con variaciones de género (bajo la premisa de que el movimiento se centra en la orientación sexual, no en la identidad ni en la expresión de género), mientras que al mismo tiempo afirman que el prejuicio y la violencia que enfrentan las personas transexuales es el resultado de la “homofobia”.
Esta apropiación que algunos activistas gay que sólo se preocupan de sus propios intereses, hacen de las experiencias de las personas con variación de género y de sus luchas, parece servir al único propósito de colocar a los gays y a las lesbianas cisgénero en la cima de las persons transgénero y queers, imponiendo la ley del más fuerte.
Cualquier movimiento cuyo objetivo sea acabar realmente con los prejuicios en contra todas las personas LGTB, debe comenzar por sustituir las frases específicamente gays (como “heterosexismo” ) por otras más inclusivas (como “sexismo por oposición” ) que respetan por igual a todos los géneros y características sexuales excepcionales, y que reconocen el hecho de que, en muchos casos, la homofobia y la transfobia son fenómenos indistinguibles.
El movimiento transgénero, que fue formado principalmente por todos aquellos excluidos de los grupos ya establecidos de derechos gay, tiene sus propios problemas conceptuales y lingüísticos.
El hecho de que al menos dos grupos de personas que pertenecen a clasificaciones que se superponen -aquellos con expresiones de género excepcionales y aquellos con sexos subconscientes excepcionales- hayan sido incluidas en la categoría “transgénero”, es algo que ha creado mucha tensión y confusiones innecesarias.
El resultado es que al menos dos puntos de vista diferentes (y en gran medida incompatibles) acerca del género, han sido forzados a estar reunidos en esta comunidad.
El primero, que es mantenido por muchas personas transexuales, se puede resumir en la frase popular “el sexo está en el cuerpo y el género está en la mente.”
Aunque este dicho es útil para transmitir por qué una persona transexual podría desear cambiar su sexo físico para que coincida con su sexo subconsciente, esto simplifica en exceso el concepto de género.
El hecho de que la palabra “género” se use como una abreviatura para referirse al sexo subconsciente, es algo que inadvertidamente crea un privilegio del sexo subconsciente por encima de la expresión de género.
Es más, esto implica de forma equivocada que los aspectos del género que son mas influenciables socialmente (como la identidad de género y los roles de género), así como la capacidad que uno pueda tener para para ajustarse a los ideales del sexismo por oposición, se derivan directamente del sexo subconsciente, algo que ciertamente no es verdad.
Las personas que defienden este punto de vista a menudo menosprecian a las personas que se identifican afuera del binario hombre/mujer, o que expresan combinaciones de la masculinidad y la feminidad, asumiendo que estos grupos no representan a las personas transexuales “serias” o “verdaderas”.
Una visión diferente está a cargo de las personas transgénero que insisten en que el género es algo totalmente construido.
Muchos se sienten fortalecidos por esta idea, ya que libera a sus características excepcionales de género del estigma social inherente en el sexismo por oposición.
Pero esto también simplifica demasiado el concepto de “género” al desestimar la posibilidad de que existan inclinaciones intrínsecas, como el sexo subconsciente y la expresión de género, que contribuyen a nuestra identidad de género y a los roles de género, respectivamente.
Este tipo de pensamiento, cuando se lleva al extremo, puede privilegiar a las personas que están predispuestas a ser bigénero y bisexuales.
En este escenario, alguien que se siente cómodo fuera de la identificación del binario hombre/mujer, o que expresa combinaciones tanto femeninas como masculinas, y/o que tiene relaciones sexuales tanto con personas de cuerpo femenino, como con personas de cuerpo masculino, puede asumir equivocadamente que sus inclinaciones “bi” representan un estado natural que debería estar presente también en otras personas.
A partir de esta perspectiva “bi-sexista,” se asume que las personas que se identifican exclusivamente como hombres o como mujeres, con lo femenino o con lo masculino, como homosexuaesl o como heterosexuales, han desarrollado esas preferencias como resultado de haber aceptado el engaño impuesto por las normas de género binario y la socialización.
Esta opinión también ha llevado a la creación de otro tipo de oposición binaria, favoreciendo a las personas transgénero que se identifican fuera el binario de género (y que, por lo mismo, se presume están desafiando las normas de género) en contra de las personas transexuales (a quienes se les acusa de apoyar el status quo de género mediante la transición identificándose con uno de los dos sexos establecidos).
Tales argumentos -que las personas que son bigénero o genderqueer son más “radicales” o “raras” que las que son transexales, recuerda mucho a ciertas acusaciones similares e ingenuas que en el pasado hacían algunos homosexuales que alegaban que ellos eran más “radicales” o “raros” que las persoans bisexuales
La creación de estos binarios radicales/conservadores de género, es algo egocéntrico y anti-queer, ya que descalifica la verdadera discriminación muy real que experimentan tanto las personas transexuales como las bisexuales, tan solo para favorecer un esablecimiento de jerarquías artificiales dentro de la comunidad gay.
Estos ejemplos demuestran cómo las teorías de género diseñadas para liberar a las personas de la estigmatización o la opresión relacionada con el género, a menudo sin darse cuenta terminan por marginar a otras minorías sexuales, o peor aún, crean nuevas jerarquías de género que son tan opresivas como el sistema inicial.
Hay algunas señales de alerta que nos dicen cuándo una teoría de género es sospechosa.
En primer lugar, que hay que desconfiar de cualquier teoría de género que parte de la hipótesis de que existe una manera “correcta” o “natural” de ser en cuanto al género o el ser sexual.
Estas teorías suelen ser narcisistas en su naturaleza, ya que sólo revelan el deseo de sus diseñadores de escalar hasta ocupar ellos mismos la parte superior de la jerarquía de género.
Además, si uno supone que sólo hay una manera “correcta” o “natural” de ser en cuanto al género, entonces la única forma de explicar por qué algunas personas manifiestan características típicas de género o sexuales, mientras que otros presentan características excepcionales, es través de la suposición de que uno de los dos grupos está siendo intencionadamente manipulado para que se comporte de determinada manera.
De hecho, esto es exactamente lo que la derecha religiosa sostiene cuando inventan historias sobre homosexuales que se dedican activamente a reclutar a los niños pequeños a través de la “agenda gay”.
Y por otro lado, aquellos que afirman que todos nacemos con tendencias bisexuales, andróginas, o neutrales en relación al género (sólo para ser moldeados y convertidos más tarde a través de la socialización y las normas de género en hombres heterosexuales y masculinos, o en mujeres femeninas) utilizan una estrategia similar.
No estoy de acuerdo con ninguna teoría que sugiera que las personas pueden ser tan fácilmente engañadas para someterse a una vida sexual y de género restringida y artificial, ya que, como mis propias inclinaciones de género excepcionales me han enseñado, éstas pueden ser algo demasiado fuerte y persistente como para ser ignoradas o reformadas por la sociedad.
Y mientras que el sexismo por oposición sin duda lleva a muchos a ocultar sus inclinaciones de género en el armario, me parece difícil creer que la gran mayoría de la gente se la pase ocultando su verdadero género y su sexualidad o se hayan resignado a aceptar totalmente unas inclinaciones que son artificiales.
Yo diría que nuestro sistema de cultura de género por oposición sólo se puede mantener de manera firme en su lugar, porque coincide con las inclinaciones de género de la mayoría (que la mayoría de los hombres -pero no todos- gravitan hacia la masculinidad y la mayoría de las mujeres -no todas- lo hacen hacia la feminidad).
En segundo lugar, debemos estar alertas ante cualquier teoría que intente sobresimplificar el género.
Es común que los artículos o libros sobre género comiencen por definirlo de una manera que excluye a los demás, por ejemplo, cuando se refieren a si una persona es masculina o femenina (es decir, a la expresión de género y los roles de género), o si una persona se siente a sí misma como hombre o como mujer (es decir, al sexo subconsciente/identidad de género), o si se comportan o no de acuerdo a las normas sociales asociadas a cada sexo.
Estos supuestos limitan severamente los términos del debate.
La verdad es que cualquier diálogo acerca del género debe comenzar por el reconocimiento de que la palabra “género” abarca varios puntos en su significado, y que todos ellos deben ser considerados seriamente si esperamos mantener una discusión franca y fructífera acerca del tema.
Así, las teorías que se basan en definiciones de género estrictamente esencialistas o construccionistas, o que privilegian ciertas inclinaciones de género en desventaja de otras, están destinadas a ser consideradas inadecuadas para explicar la vasta diversidad de características de género y sexo que existen en el mundo, e inevitablemente terminarán por volver invisibles a ciertas minorías sexuales.
Por último, deberíamos cuestionar cualquier punto de vista acerca del género fundada en el derecho automático a la superioridad de género.
Cuando proyectamos nuestros propios supuestos y opinones acerca del género, sobre los comportamientos y cuerpos de otras personas, necesariamente borramos las distinciones de sus individualidades en lo que respecta a sus géneros y sexualidades.
Cada uno de nosotros tiene una experiencia única con el género, una que está influenciada por una serie de factores extrínsecos, tales como cultura, religión, raza, clase económica, educación, y nuestras propias habilidades, así como por una serie de factores intrínsecos, incluyendo nuestra apariencia por nuestra anatomía, nuestra genética y las hormonas, nuestro sexo subconsciente, orientación sexual y expresión de género.
Juntos, todos esos factores nos ayudan a determinar las experiencias de género a las que nos vemos expuestas, así como las formas en que las procesamos y hacemos algún sentido de ellas.
Por esta razón, nadie puede ser capaz de entender por completo nuestras propias perspectivas y experiencias de género, ni tampoco podemos ser capaces de asumir que conocemos las historias, deseos, motivos y percepciones de género de otros.
Como mujer transexual, he tenido la suerte de haber pasado por la más rara (y surrealista) experiencia de ser percibida por los demás, en distintos puntos de mi vida, tanto como hombre y como mujer, como homosexual y como heterosexual, como femenina y como masculina, así también como si fuera alguien de género ambigüo.
Puedo afirmar que la gente me trató de manera muy diferente en cada caso, y que las suposiciones que hicieron sobre mi género y mi sexualidad a menudo tenían poco que ver con mi propia identidad y con la historia de mi vida.
Como activista de género, creo que es crucial para nosotras reconocer finalmente esta enorme diferencia que existe entre la percepción y la experiencia personal.
Aunque no creo que haya un muro infranqueable que separa a las mujeres de los hombres, o a las personas gay de los heteros, sí creo que existe un límite entre nuestro propio género experimentado, tal y como nosotros mismos lo vivimos, sentimos y vivimos de primera mano, y los géneros de los demás, los cuales únicamente percibimos de lejos y nos limitamos a hacer presunciones acerca de ellos, pero nunca podemos realmente conocer de una manera tangible.
Es hora de que los discursos de género y sexualidad reconozcan esta gran división, para así ir más allá de la insolente retórica del derecho automático a la superioridad de género y las teorías de género tipo “una sola talla para todos”.
Tenemos que dejar de proyectar en los demás lo que nos gustaría que fuera cierto sobre el género y la sexualidad para nosotros, y en lugar de eso, aprender a ceder ante la identidad individual y única, ante las experiencias y las perspectivas de cada quien.
1-En beneficio de la simplicidad, en este capítulo, así como a lo largo de este libro, me referiré a la “expresión de género” en singular. Desafortunadamente, algunos pueden malinterpretar que esto significa qeu la feminidad y la masculinidad son programas o entidades singulares y monolíticas- esta no es mi intención. Creo que la expresión de género puede ser mas bien concebida como una colección de rasgos heterogéneos, cada uno con la potencialidad de tener diferentes orígenes biológicos o sociológicos. Para una discusión más a fondo de este tema, puede verse el capítulo 19, “Trayendo de vuelta la Feminidad al Feminismo”.
2-Roughgarden, El Arco Iris Evolutivo (Evolution’s Rainbow), 280-288.
3-Bruce Bagemihl, Exhuberancia biológica: homosexualidad animal y diversidad natural (Biological Exuberance: Animal Homosexuality and Natural Diversity) (New York, Sto Martin’s Press, 1999); Roughgarden, El Arco Iris Evolutivo (Evolution’s Rainbow).
4-Richard A. Lippa, Género, naturaleza, y crianza (Gender, Nature, and Nurture), 2nd ed. (Mahwah, New Jersey: Lawrence Erlbaum Associates, Inc., 2005), 4-9.
5-Melanie Blackless, Anthony Charuvastra, Amanda Derryck, Anne FaustoSterling, Karl Lauzanne, and ElIen Lee,”Qué tan sexualmente dimórficos somos ? Resumen y Síntesis,” (“How Sexually Dimorphic Are We? Review and Synthesis,” ) American Journal of Human Biology 12 (2000), 151-166.
6-Para una idea general de esos diferentes grupos, puede verse, Serena Nanda, diversidad de géndero: variaciones transculturales (Serena Nanda, Gender Diversity: Crosscultural Variations) (Prospect Heights: Waveland Press, 2000), y las referencias alli incluidas. También, hay muchos ejemplos del el espectro FTM transgénero en otras culturas, aunque tienden a recibie menos atención que sus contrapartes del espectro hombre a mujer.
Traducción realizada por Akntiendz del capítulo 6 del libro de Julia Serano, Whipping Girl. A Transsexual Woman On Sexism And The Scapegoating Of Feminity (Se traduce más o menos como: La Chica del Látigo. Una mujer transexual opina acerca del sexismo y el chivo expiatorio de la feminidad.)
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