La chica del látigo: Desmontando el privilegio cisexual

HASTA AHORA, LOS DISCURSOS SOBRE la transexualidad invariablemente dependían del lenguaje y los conceptos inventados por los médicos, investigadores y académicos que han hecho de las personas transexuales el objeto de su investigación. Dentro de ese marco, se requiere que los cuerpos, las identidades, las perspectivas y las experiencias de las personas transexuales sean explicadas una y otra vez e inevitablemente quedan abiertas a una continua interpretación. Mientras tanto los correspondentes atributos cisexuales simplemente se dan por sentados -se asumen como “naturales” y “normales” y por lo tanto, escapan a la crítica recíproca. Esto coloca a las personas transexuales en constante desventaja, ya que por lo general nos hemos visto forzadas a depender de la limitada terminología cisexual-centrista al tratar de darle sentido a nuestras propias vidas.

En los últimos años, el auge del activismo transgénero ha proporcionado un nuevo paradigma para la comprensión de las experiencias de la población con variación de género (de la cual las personas transexuales son un subconjunto).  Según este modelo, las personas con variación de género se encuentran oprimidas por un sistema que obliga a todo el mundo a identificarse y a ser fácilmente reconocible ya sea como mujer o como hombre. Esta perspectiva ha llevado a los activistas transgénero a centrar su atención principalmente en oponerse a las normas del binario de género -especialmente hacia aquellas que imponen limitaciones a la expresión de género y a la apariencia propias de cada quien- y en celebrar y crear espacios culturales para aquellos que desafían, trascienden o bien que no logran identificarse con el binario hombre/mujer. Aunque el activismo transgénero sin duda ha beneficiado a la comunidad transexual en muchos aspectos, también es cierto que ha invisibilizado muchos de los temas y las experiencias que son únicos a las personas transexuales. En gran medida, esto se debe a que la retórica transgénero favorece las perspectivas de quienes se identifican afuera del binario hombre/mujer (mientras que la mayoría de las personas transexuales por lo general se identifican ya sea como hombres o como mujeres) así como la de aquellos cuya expresión de género y apariencia no se ajustan al binario (mientras que las personas transexuales por lo general suelen citar la discrepancia entre su sexo subconsciente y su sexo físico como el principal obstáculo en sus vidas.)

Aunque creo que la formación de espacios para las personas que existen fuera del binario hombre/mujer sigue siendo una causa por la que vale la pena luchar, aquellas de nosotras que además somos personas transexuales debemos comenzar a desarrollar de manera simultánea nuestro propio lenguaje y nuestros propios conceptos para poder articular con exactitud nuestras experiencias y perspectivas que son únicas y llenar los vacíos que existen tanto en el lenguaje de los guardianes como en el de los activistas transgénero. Sostengo que ese trabajo debe comenzar con una crítica a fondo del privilegio cisexual -esto es, del doble estándar que promueve la idea de que los géneros de las personas transexuales son distintos y menos legítimos que los géneros de las personas cisexuales. Antes de describir cómo el privilegio cisexual se practica y se justifica, tenemos que abordar dos aspectos del género social que son poco reconocidos y que son sin embargo cruciales, los cuales avalan que el privilegio cisexual prolifere, dos aspectos que sin embargo permanecen invisibles: la generización y el sobrentendido cisexual.

Generización

[Utilizamos la palabra generización como un equivalente al término en inglés gendering, introducido por Julia Serano (2007) para referirse al proceso activo e individual de asignar compulsivamente un género determinado a todas y cada una de las personas con las que nos encontramos. Generización ya se utiliza en algunos informes sociológicos y económicos y en ciertos reportes feministas. Nos pareció que podría ser una traducción justa aunque estemos utilizando un término que aún no aparece reconocido por la RAE.]

La mayoría de nosotros queremos creer que el acto de distinguir entre mujeres y hombres es una tarea pasiva, que todas las personas de forma natural sencillamente caen en una de dos categorías mutuamente excluyentes -hombres y mujeres- y que uno realiza la observación de esos estados naturales de una manera simple y objetiva.  Sin embargo, ese no es el caso. El acto de distinguir entre mujeres y hombres es un proceso activo, y es algo que hacemos de manera compulsiva.  Si alguien tiene alguna duda al respecto, todo lo que tiene que hacer es darse cuenta de la rapidez con que uno determina el género de las personas: Ocurre de forma instantánea. No solamente eso, sino que tendemos a decidirnos por asignarle a alguien un género o el otro, sin importar qué tan lejos se encuentre esa persona del mismo, ni la poca evidencia que tengamos para sustentar tal elección. Aunque nos guste pensar en nosotros mismos como observadores pasivos, en realidad, todos estamos constante y activamente proyectando nuestras propias ideas y suposiciones acerca de la masculinidad y la feminidad sobre cada persona con la que  nos encontramos.  Y todos lo hacemos, sin importar si somos personas cisexuales o transexuales, si somos tan heteros y rectos como una flecha, o tan raras como un billete de tres dólares.

Yo llamo a este proceso de distinguir entre mujeres y hombres generización, para poner de relieve el hecho de que de manera activa y compulsiva nos dedicamos a asignarle género a todas las personas con las que nos encontramos basándonos por lo general en tan sólo unas pocas señales visuales y auditivas. Reconocer la naturaleza ubicua del fenómeno de la generización pone en duda la mayoría de las definiciones de lo que se conoce como “género” en sí mismo. Podemos discutir todo lo que queramos acerca de qué es lo que define a una mujer o un hombre -si son los genes, los cromosomas, la estructura del cerebro, los genitales, la socialización, el sexo legal de un certificado de nacimiento o la licencia de conducir, pero la verdad es que ninguno de estos factores suele jugar papel alguno en el proceso mediante el cual las personas le asignan un género a alguien en las situaciones cotidianas. Por lo general, nos basamos ante todo en las características sexuales secundarias (la forma y el tamaño del cuerpo, la textura de la piel, el vello facial y corporal, la voz, los senos, etc), y en menor medida, la expresión de género y los roles de género (el vestido de la persona, los gestos, etc.) De manera que me referiré al género que constantemente nos es asignado a todos de parte de los demás, como nuestro sexo percibido (o nuestro género percibido.)

Una razón importante para que el proceso de la generización permanezca invisible para casi todos es que, en la gran mayoría de los casos, la evaluación que hacemos del género de una persona tiende a estar de acuerdo con la identidad de género con la que esa misma persona se identifica, así como con el género que las demás personas le asignan. (Si los géneros que nosotros le asignamos a los individuos discreparan con más frecuencia de la evaluación que los demás hacen del género de esas personas, el elemento de adivinanza inherente al acto de generizar se nos haría bastante más evidente.)

Sin embargo, como persona transexual, me he encontrado en muchas situaciones (en particular durante mi transición) en las que dos o más personas que me evaluaban de forma simultánea llegaban a conclusiones completamente diferentes con respecto a mi género percibido  -es decir, una persona daba por hecho que yo era una mujer, mientras que la otra aseguraba que yo era un hombre. Estos casos demuestran el carácter especulativo de la generización.  También he encontrado que las experiencias de las personas y su ideas preconcebidas en torno al género afectan de manera dramática la forma en que generizan a los demás. Por ejemplo, hace tiempo en una época en la que me definía como crossdresser, me di cuenta que podía “pasar” como mujer con bastante facilidad en las zonas suburbanas, mientras que en las ciudades (donde la gente probablemente está más consciente de la existencia de personas variantes de género) a menudo yo era “leída” como un hombre crossdresser. La mayoría de las personas cisexuales permanecen ajenas a la naturaleza subjetiva del proceso de la generización, principalmente porque ellos mismos no han tenido la experiencia de ser mal-generizados -es decir, no se han encontrado en la situación en que se les asigna de forma equivocada un género que no coincide con aquél al que saben que pertenecen. Desafortunadamente, el no pasar frecuentemente o de no pasar jamás por esa experiencia conduce a las personas cisexuales a creer erróneamente que la generización es una cuestión de pura observación, en lugar del acto de especulación que en realidad es.

Sobrentendido Cisexual

El segundo proceso que permite que se de el privilegio cisexual es el sobrentendido cisexual. Esto ocurre cuando una persona cisexual hace la común, aunque errónea suposición, de que la forma en que ella experimenta la relación entre su sexo físico y su sexo subconsciente (es decir, el hecho de que no se sienta mal con el sexo físico en que nació, ni se sienta a sí misma como perteneciente al otro sexo, ni tampoco que desearía poder vivir en ese otro sexo) se aplica a todas las demás personas en el mundo. En otras palabras, las personas cisexuales proyectan indiscriminadamente sobre los demás su propia cisexualidad, transformando así la cisexualidad en un atributo que forma parte del ser humano y que por lo tanto se puede dar por sentado. Existe una obvia analogía con el sobrentendido heterosexual aquí: La mayoría de las personas cisexuales asumen que todas las personas con las que tienen algún contacto también son cisexuales, igual que la mayoría de los heterosexuales asumen que todas las personas con las que se encuentran también son heterosexuales (a menos, por supuesto, de que se les proporcione evidencia de lo contrario.)

Mientras que el sobrentendido cisexual permanece invisible para casi todas las personas cisexuales, aquellas de nosotras que somos transexuales vivimos terriblemente conscientes del mismo. Antes de nuestra transición, nos encontramos con que la mayoría cisexual sencillamente da por hecho de forma equivocada que nosotras nos sentimos plenamente identificadas con el sexo que nos fue asignado al momento del nacimiento, haciendo que sea algo muy difícil para nosotras el manejar nuestra diferencia de género y ser abiertas acerca de la forma en que nos vemos a nosotras mismas. Y después de nuestra transición, muchas nos encontramos con que la mayoría cisexual simplemente da por hecho que siempre hemos percibidas como miembros del sexo que sentimos como verdadero y en el cual vivimos,  haciendo así que sea imposible para nosotras ser abiertas acerca de nuestra condición transexual sin tener que estar saliendo del armario todo el tiempo ante los demás. Así, mientras que la mayor parte de las personas cisexuales no son conscientes ni tan siquiera de que el sobrentendido cisexual existe, aquellas de nosotras que somos personas transexuales reconocemos tal sobrentendido como como un proceso activo que borra a las personas transexuales y sus experiencias.

Derecho Cisexual a la Apropiación del Género

Para la mayoría de las personas cisexuales, el hecho de que ellas se sientan cómodas habitando su propio sexo físico, y que las demás personas les confirmen esa sensación de naturalidad al generizarlas correctamente, les permite desarrollar un sentido de derecho sobre su propio género: Se sienten con derecho a llamarse a sí mismos ya sea hombre o mujer. Esto no es necesariamente algo malo. Sin embargo, debido a que muchas de esas mismas personas cisexuales también asumen que ellas son infalibles en su capacidad para asignarle un género a las demás personas, pueden llegar a desarrollar un sentido demasiado activo del derecho cisexual a la apropiación del género. Esto va más allá de un sentido de auto-propiedad en relación con su propio género, y aborda el territorio en el que dichas personas cisexuales consideran que ellas son los árbitros finales que deciden a qué personas sí y a cuáles no, les está permitido llamarse mujeres u hombres. Una vez más, como ocurre con tantos otros procesos, la mayoría de las personas cisexuales no son conscientes de su derecho a la apropiación de género, ya que 1. los procesos que hacen posible que éstos existan (es decir, la generización y el sobrentendido cisexual) son invisibles para ellos, y 2. siempre y cuando alguien sea cisexual y relativamente normativo, lo más probable es que prácticamente nunca haya sufrido ningún inconveniente porque otros se sienten con el derecho a andar juzgando el género de los demás. Debido a que las personas cisexuales se encuentran reafirmadas en su derecho a poseer su propio género, les es muy fácil asumir que ellas tienen la capacidad y la autoridad para determinar con exactitud quién es hombre y quién es mujer, lo cual de hecho les concede un privilegio -el privilegio cisexual– sobre aquellas personas que ellos deciden generizar correctamente. Para ilustrar este punto, imagina que se aproxima a mí alguien que a mí me parece que es un hombre (es decir lo generizo como hombre.)  Si esa persona se presenta como “El Sr. Jones,” probablemente yo le extendería de inmediato el privilegio cisexual -es decir, respetaría su identidad masculina y pondría a su disposición todos los privilegios asociados al género con el cual se identifica. Lo llamaría “señor,” le garantizaría el acceso a cualquier espacio reservado sólo para hombres, me parecería apropiado si me cuenta que está casado con una mujer, etc.  Sin embargo, al tener yo el derecho a la apropiación del género, habría algunos casos en los que me podría sentir con la autoridad para rehusarme a extenderle los privilegios asociados con el género al que esa persona asegura pertenecer. Por ejemplo si ella se presenta mas bien como “la Sra. Jones,” pero yo elijo considerar el género en el que inicialmente la percibí (es decir, como hombre) como más auténtico o legítimo que la propia identidad femenina con la que ella se identifica, entonces estaría negándole el privilegio cisexual.  De manera similar, si me llegara a enterar que “El Sr. Jones” es un hombre transexual y que nació con un cuerpo femenino y si ese conocimiento me lleva a cambiarle el género a la hora de dirigirme a él, tratándolo como mujer y no como hombre, una vez más yo estará negándole (en este caso a él) el privilegio cisexual.

Un excelente ejemplo de cómo el derecho a la apropiación del género produce el privilegio cisexual, y de cómo ese privilegio puede ser utilizado para intentar minar los géneros de las personas transexuales, se puede encontrar en la siguiente cita de Germaine Greer:

Nadie le preguntó nunca a las mujeres si ellas reconocían a los hombres que han cambiado de sexo como pertenecientes al sexo de ellas, ni tampoco nadie consideró si el ser obligadas a aceptar a los transexuales de hombre a mujer como si fueran mujeres les causaba a ellas un daño en su identidad o en su autoestima. (1)

La sensación inmediata que se obtiene después de leer esta cita (además de la náusea) es el severo sentido que tiene Greer de contar con el derecho a la apropiación del género. A pesar del hecho de que ella sabe muy bien que las mujeres transexuales se consideran a sí mismas como mujeres, Greer decide referirse a nosotras como “hombres que cambian de sexo,” demostrando que se siente con el derecho a generizarnos de la forma en que a ella le parezca apropiada. Del mismo modo, debido a su ejercicio del sobrentendido cisexual (es decir, de su creencia de que la cisexualidad es “natural” y que no hay nada más que decir al respecto), ni siquiera se molesta en definir exactamente lo que quiere decir aquí cuando utiliza la palabra “mujeres;” en su mente, se da por un hecho que se está refiriendo exclusivamente a las mujeres cisexuales. Greer le otorga a esas mujeres el privilegio cisexual cuando sugiere que (junto con ella) tienen el derecho a ser consultadas si las mujeres transexuales pueden o no pertenecer al mismo sexo que ellas.  Es particularmente revelador que Greer utilice la palabra “preguntó” en este contexto. Después de todo, nadie en nuestra sociedad pide permiso para pertenecer a un género u otro; mas bien, simplemente somos quienes somos y otras personas hacen suposiciones acerca de nuestro género en consecuencia. Así, cuando Greer utiliza las palabras “preguntó” y “obligadas”, no está hablando acerca de si se les debería permitir a las mujeres transexuales ser femeninas, sino mas bien si nuestra feminidad debería o no ser respetada y legitimada en la misma medida en que la feminidad cisexual lo es. Mediante la aplicación de distintos estándares de legitimidad a los géneros a los que las personas sienten pertenecer y en los que viven, en función de si se trata de personas cisexuales o transexuales, Greer está generando y ejerciendo el privilegio cisexual.

Mito del Privilegio Cisexual de Nacimiento

Dado que las personas cisexuales por lo general no son conscientes que su derecho a la apropiación del género surge de los actos de la generización y el sobrentendido cisexual, a menudo se ven en la necesidad de justificar su creencia de que su propio género es más legítimo o “verdadero” que el de una persona transexual. El mito más común para justificar este privilegio cisexual es la idea de que que las personas cisexuales heredan el derecho a llamarse mujeres u hombres en virtud de haber nacido dentro de ese sexo en particular. En otras palabras, las personas cisexuales ven su derecho a la apropiación del género como un derecho de nacimiento. Esto suele ser un acto engañoso, ya que muchas (si no la mayoría) de las personas cisexuales en nuestra sociedad tienden a mirar con desprecio a las sociedades y culturas que aún confían en los sistemas de clase o de casta -donde la ocupación, la condición social, la disposición del poder económico, político, etc , están predeterminados en base a un accidente de nacimiento. Así, mientras que la mayoría de las personas cisexuales occidentales fruncen el ceño ante los privilegios de nacimiento como una forma de establecer las clases sociales, hipócritamente apelan a tales privilegios cuando se trata del género.

Una vez que una persona cisexual da por sentado que su derecho a la apropiación del género es un privilegio de nacimiento, entonces se convierte en algo muy fácil para ella desestimar la legitimidad del sexo que una persona transexual reconoce como propio y en el que vive. Después de todo, a sus ojos, las personas transexuales están deliberadamente tratando de reclamar para sí un género al cual no tienen ningún derecho (ya que no nacieron dentro del mismo.)  Sin embargo, como persona transexual, encuentro varios defectos obvios en este argumento del “privilegio de nacimiento.”  En primer lugar, el sexo que se nos asigna al nacer no juega casi ningún papel en las interacciones humanas del día a día. Ninguno de nosotros necesita andar cargando su certificado de nacimiento consigo para demostrar que sí nació en el sexo en el que vive.  Y desde que he estado viviendo en verdadero género como mujer, no me he encontrado todavía con ninguna persona que me pregunte si yo era una niña cuando nací. Ciertamente, el sobrentendido cisexual lo que hace esencialmente es convertir el tema de mi sexo físico en algo irrelevante, ya que los demás asumirán automáticamente que yo nací como mujer (basándose únicamente en el hecho de que ellos me han generizado como mujer.)

Las personas cisexuales afianzadas en su derecho a la apropiación del género pueden tratar de señalarme diciendo que estoy tratando deliberadamente de “robarles” el privilegio cisexual por llevar a cabo la transición y vivir como mujer, pero la verdad es que no tengo necesidad de apoderarme de nada. De hecho, he encontrado que las personas cisexuales son muy generosas a la hora de andar repartiendo el privilegio cisexual por todas partes, otorgándoselo a cualquier extraño de forma mas bien indiscriminada. Cada vez que entro en una tienda y alguien me pregunta, “¿Le puedo ayudar, señora?” me están extendiendo el privilegio cisexual. Cada vez que entro al baño de mujeres y nadie se estremece ni cuestiona mi presencia, me están concediendo el privilegio cisexual.  Sin embargo, como soy una persona transexual, el privilegio cisexual que experimento no es igual al que posee y con el que vive una persona cisexual, ya que el mío puede ser puesto en duda en cualquier momento. Mi privilegio quizás sería mejor descrito como un privilegio cisexual condicional, ya que me puede ser retirado (como a menudo sucede) tan pronto como yo menciono, o alguien descubre, que soy una persona transexual.

Las personas cisexuales pueden intentar creer que su género es más auténtico que el mío si así lo desean, pero esa creencia es deshonesta y demuestra ignorancia. La verdad es que las mujeres cisexuales se sienten con el derecho a llamarse a sí mismas mujeres porque 1. se identifican como tales, 2. viven su vida como mujeres, y 3. otras personas se relacionan con ellas como mujeres. Todos esos indicadores se aplican también a mí en mi condición de mujer transexual. En el campo de las interacciones sociales, la única diferencia entre mi género como mujer transexual y el de ellas como mujeres cisexuales es que mi feminidad generalmente es maliciosamente caracterizada como de segunda clase, como ilegítima, como una imitación de la de ellas.  Y la mayor diferencia entre la historia de mi vida como mujer y la de ellas es que yo he tenido que luchar por mi derecho a ser reconocida como mujer, mientras que ellas han tenido el privilegio de simplemente darlo por hecho.

Trans-Copiado Facsimilar y Des-Generización

Debido a que las personas cisexuales tienen un enorme interés en la preservación de su propio sentido del derecho a la apropiación del género y del privilegio que esto representa, no es nada raro que se involucren en un esfuerzo constante y concertado por hacer ver como artificial el verdadero género de las personas transexuales. Una estrategia común utilizada para lograr este objetivo es la visión tipo trans-copiado facsimilar -que consiste en ver o representar los géneros de las personas transexuales como copias idénticas o facsímiles de los géneros de las personas cisexuales.  Esta estrategia no sólo maliciosamente caracteriza los géneros de las personas transexuales presentándolos como “falsos,” sino que insinúa que los géneros de las personas cisexuales son la versión original y “verdadera” que las personas transexuales simplemente tratan de copiar. La táctica del trans-copiado facsimilar se hace evidente en la regularidad con que las personas cisexuales utilizan palabras como “convertirse en,” “imitar,” “imitación,” o “hacerse pasar por,” al describir las identidades y la expresión de género de las personas transexuales.  También se puede ver en la forma en que los productores cisexuales de los medios de comunicación tienden a representar a los personajes transexuales reales o ficticios, realizando de forma afectada actividades estereotipadas asociadas a los roles del género al que la persona transexual asegura pertenecer.  Estas representaciones de la transexualidad como si fuera una mera afectación socavan las inclinaciones de género de las personas transexuales que constituyen los motivos muy reales que las llevan a vivir como miembros del género al que sienten que pertenecen, en primer lugar. Además, hacen caso omiso de las formas en las que todas las personas -tanto transexuales como cisexuales- observan e imitan a los demás en lo referente al género.  Para las personas cisexuales, esa imitación se produce principalmente durante la infancia y la adolescencia, cuando pueden emular ciertos comportamientos de género expuestos por uno de los padres o por los hermanos mayores del mismo sexo.  Para muchas personas transexuales, este mismo proceso suele darse más tarde en la vida, en el período justo antes o durante la propia transición. En ambos casos, la imitación se da ante todo como una forma de experimentación del género, conservando los comportamientos con los que la persona se siente cómoda y que con el paso del tiempo llega a hacer propios y dejando atrás los rasgos con los que se siente incómoda o que son incongruentes con su sentido de sí misma, los cuales acabarán al final olvidados en la cuneta. Una vez reconocido este punto, entonces queda claro que la táctica del trans-copiado facsimilar es un flagrante doble estándar que asegura que los actos de imitación de género que llevan a cabo las personas cisexuales serán normalmente pasados por alto (naturalizando así sus géneros,) mientras que los actos de imitación de género de las personas transexuales se convierten en objeto de señalamiento (“artificializando” por tanto nuestros géneros.)

Otra de las formas en que los géneros de las personas transexuales suelen ser descartados como “falsificaciones” es mediante la aplicación de normas distintas de generización para las personas transexuales y para las personas cisexuales. Esta práctica se ilustra muy bien en el siguiente pasaje del libro de Patrick Califia, Sex Changes (Cambios de sexo):

Recientemente tuve una experiencia muy educativa.  Me enteré que una de mis amigas a quien conozco de hace tiempo es una mujer transexual.. Teniendo en cuenta la cantidad de trabajo sobre mí mismo que he invertido en educarme a mí mismo sobre la transexualidad, no pensé que esa noticia haría ninguna diferencia en mi forma de percibir a esa persona.  Pero me encontré con que ahora la veía a ella de una manera completamente diferente. De repente, sus manos parecían demasiado grandes, había algo extraño en su nariz y, ¿no me había dado cuenta que tiene una manzana de Adán?  ¿No era su voz un poco profunda para ser la voz de una mujer?  ¿Y acaso no era muy mandona ella, igual que un hombre?  Y Dios mío, ahora me doy cuenta que ella tenía un montón de vellos en su antebrazo. (2)

Califia sigue comentando la forma en que este incidente le hizo tomar conciencia del doble estándar que se suele aplica a la hora de mirar a las personas transexuales. Por ejemplo, cuando se presume que una persona es cisexual, normalmente aceptamos su género como natural y auténtico, ateniéndonos a la impresión general que nos causa y descartando las discrepancias menores de su aspecto en relación a su género. Sin embargo, al descubrir o sospechar que una persona es transexual, a menudo nos ponemos a buscar de manera activa (y mas bien compulsiva,) evidencia que confirme la presencia del sexo que le asignaron a esa persona al momento de su nacimiento, tanto en su personalidad, como en sus expresiones y en su cuerpo físico.  En mi caso he experimentado todo esto de primera mano durante las incontables ocasiones en que he tenido que revelar a otras personas que soy una mujer transexual.  En cuanto se enteran de mi condición transexual, la mayoría adquiere “esa mirada” tan característica en sus ojos, como si de repente me vieran de forma distinta y estuvieran buscando indicios del chico que se supone que una vez fui y proyectando en mi cuerpo toda una serie de significados ajenos a la persona que realmente soy. Yo le llamo a este proceso, des-generización, ya que es un intento por deshacer el verdadero género de una persona transexual para favorecer las incongruencias o discrepancias en su aspecto en relación a su género, las cuales serían pasadas por alto o descartadas si se diera por sentado que se trata de una persona cisexual. Al único propósito al que sirve la des-generización es al de privilegiar los géneros de las personas cisexuales, a través de la deslegitimación de los géneros de las personas transexuales y de otras personas con variación de género.

Más allá de los “Chicos Bio” y las “Chicas Genéticas”

El primer paso que debemos dar para comenzar a desmantelar el privilegio cisexual es purgar nuestro vocabulario de aquellas palabras y conceptos que fomentan la idea de que los géneros de las persoans cisexuales son inherentemente más auténticos que los de las personas transexuales. Un buen lugar para comenzar es criticar la tendencia muy común de referirse a las personas cisexuales como a hombres y mujeres “genéticas” o “biológicos.” A pesar de la frecuencia con que esto ocurre, el uso de la palabra “genética” a mí me parece particularmente extraño, ya que nadie puede ver con facilidad los cromosomas sexuales de otras personas. De hecho, dado que muy pocas personas alguna vez se han hecho examinar sus propios cromosomas, uno podría argumentar que la gran mayoría de las personas no los conoce, así que casi todos tienen un sexo sexo genético aún por determinar.  En los raros casos en que las personas tienen que someterse a un examen de verificación de cromosomas (como en las pruebas de sexo en los Juegos Olímpicos o en las clínicas de infertilidad), la posibilidad de que el sexo genético de una persona no coincida con el sexo que le asignaron al momento del nacimiento es mucho más frecuente de lo que la mayoría de la gente jamás se imaginaría. (3)

El empleo de la palabra “biológico” (y su abreviatura “bio”) es tan poco práctico como el de la palabra “genética.” Cada vez que escucho a alguien referirse a las personas cisexuales como a hombres y mujeres “biológicos,” por lo general presento la objeción de que, a pesar del hecho de que soy una persona transexual, no soy ni inorgánica, ni “no-biológica” de ninguna manera.  Si presiono más y le pido a la persona que defina lo que entiende por “biológico,” a menudo me responde que se refiere a las personas que tienen un sistema reproductivo completo y en pleno funcionamiento, comparado con el de otras personas de su mismo sexo. Bueno, si ese es el caso, entonces ¿qué pasa con las personas que son infértiles o a quienes les han extirpado sus órganos reproductivos, como resultado de alguna condición médica?  ¿Esas personas dejan de ser hombres o mujeres “biológicos”? Las personas suelen insistir en que “biológico” se refiere a los genitales de alguien, pero yo les preguntaría entonces, durante toda su vida ¿a cuántas personas les han visto alguna vez sus órganos genitales de cerca?  ¿A diez? ¿A veinte? ¿A cien?  Y dado que en la gran mayoría de las situaciones cotidianas nos encontramos con personas que están completamente vestidas (y que por lo tanto mantienen sus genitales ocultos) ¿cómo sabemos si debemos dirigirnos a alguien como a “ella” o como a “él”?  La verdad es que cuando vemos a otras personas y las clasificamos ya sea como hombres o como mujeres, los únicos indicios biológicos con los que normalmente contamos y en los cuales tenemos que confiar, son las características sexuales secundarias, las cuales a su vez son producto de las hormonas sexuales. Siendo ese el caso, y como alguien que ha tenido estrógeno circulando en su sistema desde hace más de cinco años a la fecha, ¿no debería yo misma de ser considerada una mujer “biológica”?

Cuando los deconstruyes de esta manera, se hace evidente que los términos “biológico” y “genética” no son más que meros sustitutos de la palabra que la gente en el fondo está deseando utilizar pero no se atreve: “natural.”La mayoría de las personas cisexuales quiere creer que su masculinidad o su feminidad son “naturales,” de la misma manera que la mayoría de los heterosexuales quieren creer que su orientación sexual es “natural.” De hecho, si observamos espectro más amplio de los temas sociales y de clase en general, uno puede darse cuenta que existen muchas personas con la tendencia a “naturalizar” de alguna manera sus propios privilegios -ya se trate de personas ricas que tratan de justificar el enorme desequilibrio que se da entre ricos y pobres apropiándose de la teoría de la selección natural de Darwin, o de personas blancas que hacen afirmaciones en el sentido de que ellas son más inteligentes o tienen más éxito que la gente de color debido a su biología o a sus genes.  En lo que se refiere al tema del género, “natural” es la carta que marca el triunfo último, ya que saca de la mesa de discusión las cuestiones que son realmente importantes -los privilegios y los prejuicios- y enmarca por anticipado los puntos de vista reales y legítimos de las minorías sexuales presentándolos como asuntos que van “contra natura” o que son “artificiales,” y por lo tanto indignos de cualquier consideración seria.

Es por todas estas razones que prefiero el término cisexual para referirme a las personas no-transexuales.  Este término apela a la única diferencia relevante a la hora de hablar de la diferencia entre la población en general y aquellas de nosotras que somos personas transexuales: Las personas cisexuales únicamente han experimentado su sexo subconsciente y su sexo físico como alineados.

Tercer-Generizar o Tercer-Sexualizar

[Traducción de los términos third-gendering y third-sexing introducidos por Julia Serano en Whipping Girl, 2007.  Aunque no son términos registrados por la RAE, fue la mejor aproximación que encontramos a las ideas de Serano, ver aclaración en el apartado de generización.]

Las personas cisexuales que se encuentran en las primeras etapas de su proceso de aceptación de las personas transexuales (y que aún no han llegado a un arreglo con su propio privilegio cisexual) a menudo tratan de ver a las personas transexuales como si fuéramos habitantes de una categoría de género propia y única, separada de las categorías de “mujer” y “hombre.” Yo llamo a este acto, tercer-generizar (o tercer-sexualizar.) Mientras que algunos intentos por generizar a las personas transexuales dentro de un tercer género tienen un claro propósito derogatorio o sensacionalista (como el término en inglés she male, “maricón con senos” o los términos travesti o “chico-chica” en muchos países de habla hispana,) otros, los menos ofensivos, aparecen regularmente en los debates sobre transexualidad (como “el/ella” o “MTF,” abreviatura en inglés para “hombre a mujer.”)  Si bien “MTF,” “hombre-a-mujer,” puede ser útil como un adjetivo que describe la dirección de mi transición, utilizarlo como nombre, es decir como si fuera un sustantivo que se refiere a mí como “un hombre a mujer,” es algo que niega por completo el hecho de que yo soy, me siento a mí misma, y vivo como mujer. Personalmente, creo que el uso popular de “MTF” (hombre a mujer) o “FTM” (mujer a hombre) en lugar de decir “mujer transexual” o bien “hombre transexual” (que no solamente es más respetuoso, sino más facil de decir y menos probable de confundir un término con el otro) refleja el deseo ya sea consciente o inconsciente de parte de muchas personas cisexuales, de separar a las mujeres y a los hombres transexuales de sus respectivas contrapartes cisexuales.

Cuando se discute el acto de tercer-generizar a las personas transexuales, es fundamental hacer una distinción entre las personas que efectivamente se identifican a sí mismas como pertenecientes a un tercer género y aquellas que tercer-generizan a los demás, es decir, que deliberadamente generizan a las personas transexuales como si fueran un tercer género en contra de su voluntad. Como sucede con cualquier otra identidad de género, si una persona se ve a sí misma como perteneciente a un tercer género y esa es su manera de darle sentido a su propia existencia y a su lugar en el mundo, esa identidad debe ser respetada. Como alguien que en algún momento del pasado llegó a identificarse como bigénero y genderqueer, creo que es importante para todos el reconocer y respetar la identidad de género de los demás, cualquiera que sea esa identidad. Pero es precisamente por esa misma razón que me opongo a quienes con toda intención generizan como si constituyeran un tercer género a las personas transexuales sin su consentimiento o contra su voluntad. Creo que esta propensión a tercer-generizar a otros es simplemente un subproducto del proceso sobrentendido y no consensual de la generización sin más. En otras palabras, nos sentimos tan obligados a generizar a las personas ya sea como hombres o como mujeres, que cuando nos encontramos con alguien que no puede ser fácilmente categorizado de esa manera (por lo general debido a sus inclinaciones de género fuera de la norma,) tendemos a aislar a esa persona y a considerarla como perteneciente a una categoría separada de los otros dos géneros. Existe una larga historia acerca de cómo los términos “tercer género” y “tercer sexo” han sido aplicados tanto a las personas homosexuales como a las intersexuales y transexuales, de parte de aquellos que se consideraban a sí mismos como de género “normal.” Esto sugiere fuertemente que la tendencia a tercer-generizar a los demás es algo que se deriva mas bien tanto del derecho a la apropiación del género, así como del sexismo por oposición.

Pasa-Centrismo

Otro ejemplo donde el lenguaje presupone que los géneros de las personas transexuales y los géneros de las personas cisexuales poseen un valor intrínsecamente diferente es el empleo de la palabra “pasar.” Aunque la palabra “pasar” responde a un propósito, ya que describe el privilegio real que reciben las personas transexuales cuando están viviendo en su verdadero género y se les otorga el privilegio cisexual condicionado, este término es altamente problemático ya que implica que la persona transexual se está saliendo con la suya a través de una acción fraudulenta. Tras un examen minucioso se hace obvio que el concepto de “pasar” se asienta en el privilegio cisexual, ya que sólo se aplica a las personas transexuales, nunca a las cisexuales. Por ejemplo, si el empleado de una tienda le llega a decir “Gracias, señor” a una mujer cisexual, nadie diría que ella logró “pasar” como hombre o que no consiguió “pasar” como mujer, en lugar de eso diríamos que lo que en realidad sucedió es que ella es una mujer y fue tomada equivocadamente como un hombre. Además, nunca se utilizamos la palabra “pasar” para describir a los hombres cisexuales que levantan pesas todos los días buscando conseguir un aspecto más masculino, ni a las mujeres cisexuales que se maquillan y usan faldas y tacones para lograr una apariencia más femenina. Sin embargo y debido a que soy una mujer transexual, si yo salto de la cama y me pongo rápidamente una camiseta y unos pantalones vaqueros y salgo a caminar por la calle y todo el mundo me reconoce y me trata como mujer (a pesar de mi falta de interés por mi apariencia,) aún así cualquiera puede negame mi identidad acusándome de tratar de “pasar” como mujer.

El quid del problema es que las palabras “pasar” y pasando” son verbos activos. Así que cuando decimos que una persona transexual “pasa,” se da la falsa impresión que ella es la única participante activa en este escenario (es decir, que la persona transexual está trabajando duro para conseguir cierta apariencia en su género y que todas las demás personas que se limitan a observar, están siendo llevadas de forma pasiva a ser engañadas o bien se dan cuenta y se resisten a dejarse engañar, por la “actuación” de la persona transexual.) Sin embargo, yo argumentaría que más bien lo contrario es lo que resulta cierto: El público es el principal participante activo en virtud de su incesante necesidad de estar generizando todas y cada una de las personas con las que se encuentran decidiendo si las consideran mujeres u hombres.  Las personas transexuales sólo pueden reaccionar de una de dos maneras ante esta situación: Pueden tratar de vivir a la altura de las expectativas del público en cuanto a la masculindad o la feminidad en un intento por encajar y evitar la estigmatización, o bien pueden pasar por alto esas expectativas y ser simplemente ellas mismas. Ahora bien, si eligen si eligen la segunda posibilidad, de todas maneras el público las juzgará basándose en si se ven o no se ven como se supone que se deben ver las mujeres o los hombres, además de que por supuesto cualquiera podrá acusarlas de tratar de “pasar” aunque ellas no hayan hecho deliberadamente nada para conseguirlo. De esta manera, el papel activo que despempeñan las personas que compulsivamente se la pasan distinguiendo entre mujeres y hombres (y que discriminan entre personas transexuales y cisexuales) se hace invisible gracias al concepto de “pasar.” Cabe mencionar que la crítica que aquí hacemos acerca de lo que significa “pasar” se ve reforzada por el equivalente en el empleo de esa expresión cuando se aplica a otras cuestiones de clase social. Por ejemplo, un hombre gay puede “pasar” como hetero, o una persona morena considerada de color, puede “pasar” por blanca. Algunas veces las personas realizan un gran esfuerzo por “pasar” y otras veces ni siquiera lo intentan. De cualquier manera, lo único que permanece consistente es que la palabra “pasar” se utiliza para desviar la culpa lejos de los prejuicios del grupo mayoritario y arrojarla sobre los presuntos motivos y acciones de las personas de la minoría (lo que explica por qué las personas que “pasan” a menudo son acusadas de “engaño” o “infiltración” si alguna vez alguien se llega a enterar.)

Ha sido mi experiencia que la mayoría de las personas cisexuales están absolutamente obsesionadas por la idea de si las personas transexuales “pasan” o no. Comenzando por los registros médicos y académicos hasta llegar a la televisión, las películas y los artículos de las revistas, las personas cisexuales gastan una cantidad exorbitante de energía en darle gusto a su fascinación por lo que las personas transexuales “hacen” -en darle gusto a su fascinación por lo que las personas transexuales “hacen” -los procedimientos médicos, cómo modificamos nuestro comportamiento, etc.- todo con tal de “pasar” en nuestro verdadero sexo. Este pasa-centrismo le permite a las personas cisexuales ignorar su propio privilegio cisexual, y sirve también para señalar el sexo asignado a la persona transexual al momento de su nacimiento por encima del sexo que ella considera como verdadero y en el que vive, reforzando una vez más la idea de que los géneros de las personas transexuales son ilegítimos.

Irónicamente, ha sido algo común que sean las personas cisexuales quienes aseguran que las personas transexuales están “obsesionadas” por recibir la aprobación social en sus respectivos géneros.  Tales acusaciones borran las historias de las incontables personas transexuales a quienes realmente no les preocupa la forma en que son percibidas por los demás y por otro lado hacen invisible el hecho de que el grupo mayoritario cisexual y la minoría transexual tienen puntos de vista bastante dispares cuando se trata del tema de “pasar” en relación a las personas transexuales. En concreto, mientras que las personas cisexuales no tienen ninguna razón legítima para estar preocupadas acerca de si una persona transexual “pasa” o no en una situación dada, (como no sea para ejercer el privilegio cisexual sobre ella,) las personas transexuales comprendemos muy bien que necesitamos ser completamente aceptadas por los demás en el género al que realmente pertenecemos ya que eso tiene implicaciones extraordinarias para nuestra calidad de vida. Al vivir en un mundo terriblemente cisexista (y que se apoya constantemente en el sexismo por oposición,) las personas transexuales reconocen el privilegio cisexual por lo que es: un privilegio. Ser aceptadas como miembros del sexo al que realmente pertenecemos hace que sea infinitamente más fácil para nosotras obtener empleo y vivienda y ser tomadas en serio en nuestros esfuerzos personales, sociales y políticos, así como tener la posibilidad de caminar por la calle sin temor a ser acosadas o atacadas sencillamente por ser quienes somos.

Las personas cisexuales (no las transexuales) son quienes crean, promueven y hacen cumplir el acto de “pasar,” debido a su tendencia a tratar a las personas transexuales de una manera completamente diferente basándose de forma exclusiva en un criterio tan superficial como lo es el de nuestra apariencia. Si una persona transexual no “pasa”, entonces las personas cisexuales a menudo utilizan esa “falla” como una excusa para negarle un acto de decencia tan común y corriente como lo es el acto de respetar y reconocer el género que esa persona considera como propio.  Algunas veces, las personas cisexuales incluso utilizan estas situaciones como si se tratara de una invitación abierta para humillar o abusar de las personas transexuales en público. Y si bien aquellas de nosotras que sí “pasamos” sin duda somos tratadas mejor por las personas cisexuales, eso no significa que lo hagan necesariamente con respeto. Como persona transexual que sí “pasa,” encuentro que es muy común que las personas cisexuales, al descubrir mi condición transexual, me alaben con el mismo tono de voz condescendiente que la gente usa cuando elogia a las personas gay que no “alardean” de su homosexualidad (es decir, que actúan como heteros,) o a las minorías raciales que hablan “correctamente” el idioma inglés (es decir, que actúan como blancas.) En otras palabras, se trata de cumplidos ambigüos diseñados para reforzar la superioridad cisexual. El más común de estos comentarios, “Te ves como una mujer verdadera,” claramente sería tomado como un insulto si se le dijera a una mujer cisexual. Otro comentario común es, “Nunca me hubiera imaginado que tú fueras transexual,” lo que esencialmente me alaba por mi supuesta apariencia cisexual, insinuando una vez más que las personas cisexuales son intrínsecamente mejores que las personas transexuales.

Debido a que el término “pasar” crea un doble estándar entre los géneros de las personas cisexuales y los géneros de las personas transexuales, al tiempo que allana el camino para el derecho cisexual a la apropiación del género, deberíamos adoptar un lenguaje que  reconociera en su justa dimensión el fenómeno del pasa-centrismo como un subproducto de la generización y el sobrentendido cisexual. Por lo tanto, sugiero utilizar el término mal-generización (misgendered) cuando a una persona ya sea cisexual o transexual, se le asigne un género que no coincide con el género al que ellas mismas consideran que pertenecen. De forma similar, se hablaría de una generización apropiada (appropriately gendered) cuando los demás les asignen un género que sí coincide con la forma en que ellas se identifican a sí mismas.  Además, como se mencionó anteriormente, el término privilegio cisexual condicionado debería ser adoptado para describir lo que históricamente ha sido denominado como el privilegio de “pasar.”

Dar el propio Género por sentado

Un problema adicional con la palabra “pasar” es que normalmente sólo se utiliza para hacer ver como dudoso el verdadero sexo de una persona transexual, el que ella reconoce como propio, en lugar de hacerlo para mostrar como equivocado el sexo que le asignaron a esa persona al momento de su nacimiento y al cual ella siempre ha sabido que no pertenece. Esto da la falsa impresión de que las personas transexuales sólo empiezan a tratar con el problema de las percepciones erróneas que otras personas tienen de ellas en la etapa que llega despúes de la transición. Las personas hablarán siempre de mí diciendo que ahora “paso” como mujer, pero nadie preguntará jamás acerca de lo difícil que debió haber sido para mí “pasar” como hombre durante todo el tiempo que viví así antes de la transición. Personalmente, a mí me resultó infinitamente más difícil y estresante arreglármelas para desenvolverme en el género en el que me percibían los demás cuando asumían equivocadamente que yo era un hombre, de lo que me resulta vivir ahora en mi verdadero género como mujer. Sin embargo, una vez que empezamos a pensar en términos de si una persona transexual está siendo mal-generizada o si por el contrario, está siendo generizada apropiadamente en relación con el entendimiento que ella tiene de sí misma (en oposición a la idea de “pasar” o no ante los ojos de los demás,) entonces vamos ganando una apreciación más exacta de lo que significa la experiencia transexual. De hecho, se podría decir que la mayoría de las personas transexuales tienen la experiencia de haber sido mal-generizadas a lo largo de toda su infancia y a veces hasta bien entrada la madurez. El grado de influencia que esta constante mal-generización ocurrida durante nuestros años formativos llega a tener sobre la manera en que nos relacionamos con el género (y sobre nuestra percepción de sí mismas) es algo que no puede ser subestimado.

Siendo que mi única experiencia del género ha sido la de una mujer transexual, me tomó mucho tiempo llegar a darme cuenta de la forma tan diferente en que yo experimento y proceso el género en comparación con la forma en que la mayoría de las personas cisexuales lo hacen. Por ejemplo, unos pocos meses después de haber comenzado a vivir a tiempo completo como la mujer que soy, una amigo me preguntó si alguna vez yo había entrado por error al baño de hombres sin darme cuenta. En un primer momento, la pregunta me incomodó por extraña. Cuando le devolví una mirada perpleja, él trató de aclararse.  Dijo que en su caso jamás se detiene a pensar a qué baño se está metiendo, que nunca observa realmente el símbolo del pequeño “hombrecito” en la puerta, pero que siempre termina en el lugar correcto de todos modos. Así que se preguntaba si de casualidad yo había entrado alguna vez accidentalmente al baño de hombres por hábito como suponía que ocurría antes de mi transición. Yo me reí y le dije que no existía un solo instante en mi vida en que yo hubiera ingresado a un baño público ya sea de mujeres o de hombres por el mero hábito de hacerlo.  Durante toda mi vida he sido dolorosa y extremadamente consciente de cualquier espacio en el que ingreso cuando se trata de un espacio relacionado con el género.

Crecer como una persona transexual -tener que manejar tanto la disonancia psicológica entre mi sexo físico y mi sexo subconsciente y al mismo tiempo tener que enfrentar el constante bombardeo que representa el ser mal-generizada constantemente por los demás- fue una experiencia terrible que ocasionó que me disociara de mí misma, de mi propio cuerpo y de mis emociones. Y aunque el realizar la transición física y poder vivir en mi verdadero sexo me ha permitido finalmente superar mi disonancia de género, debo admitir que aún sigo luchando contra una intensa hipersensibilidad hacia todo lo que tenga que ver con el género (y más específicamente con la generización.) Como nunca tuve la oportunidad de aprender a experimentar mi género como si fuera algo incuestionable o una especie de segunda naturaleza (como sí le ha sucedido a mi amigo,) todavía sigo sintiendo a veces una ligera sacudida cuando los demás se refieren a mí como “ella” (a pesar de que es el pronombre que resulta el adecuado para mí.) Cuando miro fotos o videos de mí misma, aún no puedo dejar de ver cómo asoma el “chico” en mi rostro o detrás del sonido de mi voz, aunque nadie me ha llamado “señor” en más de cinco años. Me siento atacada y me pongo exageradamente molesta cada vez que estoy viendo un programa de televisión o una película y aparece de la nada una broma o un comentario ignorante que rechaza el verdadero género de las personas transexuales o se refieren a ellas de forma equivocada tratándolas como si pertenecieran al sexo que les fue asignado al momento del nacimiento. Y a pesar de que ahora experimento la concordancia de género, de todas maneras todavía sigo pensando en el asunto del género a cada momento, lo que si bien es útil cuando uno está escribiendo un libro sobre el tema, suele ser mas bien algo desgastante y agotador.

Mi hipersensibilidad hacia el tema del género me recuerda lo que una amiga me contó una vez respecto a cómo era su relación con el dinero.  Ella creció en una familia donde el dinero era escaso, y donde las peleas venían regularmente de la tensión financiera a la que vivían sometidas todo el tiempo.  Esto alteró irrevocablemente la manera en que mi amiga se relaciona con el dinero.  Mientras que la mayoría de quienes hemos crecido en una familia de clase media vemos el dinero como un simple medio para conseguir las cosas que queremos o necesitamos, para mi amiga ese proceso acarrea un fuerte componente emocional adicional. Aunque su situación económica actual es ahora mas bien sólida desde el punto de vista financiero, mi amiga todavía se siente indigna cuando recibe dinero y culpable cada vez que lo gasta.  Todavía se preocupa y se llena de ansiedad porque no puede dejar de sentir que el dinero es algo que no se puede dar por sentado -ella entiende que es algo que le pueden retirar en cualquier momento.

La relación de mi amiga con el dinero me recuerda mi propia y continua inseguridad respecto al género. A pesar de que por fin he llegado a un punto en el que me siento cómoda habitando mi propio cuerpo, con frecuencia me siento indigna y culpable por ello. Y mientras todo el mundo a mi alrededor parece sentirse muy bien con su derecho a la apropiación del género asegurado a tal punto que lo pueden dar por sentado, yo siempre siento como si mi propio género fuera algo que me puede ser retirado en cualquier minuto. Y en cierto sentido así es, mi género me puede ser retirado (y a menudo lo hacen) cada vez que alguien intenta ejercer el privilegio cisexual sobre mí.

Distinguiendo entre Transfobia y Privilegio Cisexual

El hecho de que las personas transexuales logren sobrevivir a unas infancias en las que son objeto de abuso constante a través de la mal-generización crea grandes diferencias entre las maneras en que nosotras reaccionamos a las expresiones hostiles de la ansiedad de género del público en general y las formas en que otras personas lesbianas, gays, bisexuales o transgénero responden. Por ejemplo, una amiga cisexual que es lesbiana dyke o marimacho me compartió una experiencia que tuvo en la que fue acusada de ser un “hombre” estando en un baño de mujeres (presumiblemente a causa de su estilo de vestir y sus modales masculinos.)  La mujer que hizo la acusación se enfrentó a ella con toda la seguridad en sí misma que da el tener garantizado el derecho cisexual a la apropiación del género y la enfrentó, diciéndole: “Tú no perteneces aquí.”  Mi amiga, que obviamente se encontraba molesta por el incidente, le respondió señalando sus propios pechos y diciéndole: “Yo soy una mujer y pertenezco aquí,” lo que tuvo el efecto de hacer que la acusadora se sintiera avergonzada y terminara por pedirle disculpas.

Aunque mi amiga no es transexual, este incidente bien podría describirse como un ejemplo de transfobia (ya que fue agredida debido a que su apariencia  “transgredía” las normas de género.) Sin embargo, cuando la acusadora se disculpó, lo que hizo en realidad -aunque tarde- fue extenderle el privilegio cisexual. Es decir, la acusadora reconoció a mi amiga como una mujer legítima (que no se ajusta a la norma es cierto, pero de todos modos es una mujer,) y al considerarla como tal, la acusadora validó el derecho de mi amiga a compartir con ella ese espacio reservado sólo para mujeres. Cuento esta historia porque es tan radicalmente diferente a lo que algunas de mis amigas transexuales experimentan en situaciones similares. Cuando a una mujer transexual la acusan de ser un “hombre” que ingresó indebidamente al baño de mujeres, este señalamiento es recibido por la mujer transexual contra el telón de fondo formado por todas y cada una de las veces en que ella ha sido mal-generizada como hombre a lo largo de toda su vida. Así, en lugar de sentir que ha sido injustamente señalada debido a que su comportamiento “transgrede” las normas de género (como muchas personas lesbianas, gays, bisexuales y transgénero que son cisexuales sienten a menudo), la mujer transexual se sentirá atacada debido a su condición transexual -en otras palabras, asumirá que la acusadora está ejerciendo el privilegio cisexual sobre ella. Y la verdad es que una mujer transexual está casi siempre en lo cierto al suponer algo así. Después de todo, la acusadora se disculpó con mi amiga dyke en cuanto ella le dijo, “Yo soy una mujer” (en otras palabras aunque con retraso, finalmente “la leyeron” como una mujer cisexual,) pero cuando alguna de mis amigas transexuales trata de defenderse y dice, “Yo soy una mujer,” lo más probable es que de todas maneras la sigan acusando de ser un “hombre” (en otras palabras, “las leen” como mujeres transexuales, entendiendo con ello que no son “verdaderas” mujeres y negándoles así el privilegio cisexual.

Reconocer la diferencia entre la transfobia (que se enfoca en aquellas personas cuya expresión de género y apariencia difieren de la norma) y el privilegio cisexual (que se enfoca en aquellas personas cuyo sexo asignado al momento del nacimiento difiere de su verdadero sexo, es decir del sexo que ellas reconocen como propio) es importante, sobre todo cuando uno trata de darle un sentido a las políticas contemporáneas relacionadas con las personas lesbianas, gays, bisexuales y transgénero, así como a las políticas que tienen que ver con las personas transexuales.  Por ejemplo, en algunos eventos así como en varios establecimientos para lesbianas tienen políticas dirigidas específicamente impedir el ingreso de las personas transexuales a los mismos. Las defensoras de esas políticas suelen asegurar que ellas no son transfóbicas, ya que sí permiten la entrada de algunas personas transexuales (siempre y cuando éstas hayan “nacido mujeres.”)  Así, más que llamar “transfóbicas” a las políticas de exclusión de las mujeres transexuales, sería más exacto decir que éstas son cisexistas, ya que se rehusan a aceptar que las identidades de mujer de las mujers transexuales son tan legítimas como las de las mujeres cisexuales. (Estas políticas también pueden ser llamadas trans-misóginas, ya que favorecen a las personas transexuales de la gama mujer a hombre por encima de las personas de la gama hombre a mujer.) Es más, se puede decir que las “mujeres de origen” que son cisexuales (independientemente de si ellas se consideran transgénero,) que optan por asistir a tales eventos, están ejerciendo su privilegio cisexual (es decir, se están aprovechando de todos los privilegios asociados a su sexo de nacimiento como mujeres.) De hecho, es decepcionante que la mayoría de las personas cisexuales que son transgénero, lesbianas, gays o bisexuales -particularmente aquellas que hipócritamente acusan a las personas transexuales de tratar de obtener “el privilegio de pasar” sólo porque éstas llevar a cabo la transición a su verdadero sexo, le han prestado poca o ninguna atención a las incontables maneras en que ellas mismas están todo el tiempo disfrutando de su propio privilegio cisexual.

Una vez que entendemos el privilegio cisexual, se hace evidente que muchos actos de discriminación que previamente habían sido agrupados bajo el término “transfobia” probablemente serían mejor descritos bajo el término de cisexismo. A continuación, voy a reconsiderar una serie de tales actos de discriminación, centrándome en las formas en que éstos han sido especialmente diseñados para socavar la legitimidad de los verdaderos géneros de las personas transexuales, en lugar de tratarse de formas de discriminación dirigidas a las personas transexuales por violar las normas de binario de género.

Trans-Exclusión

La trans-exclusión es quizás el acto de discriminación más directo en contra de las personas transexuales. Dicho de forma simple, la trans-exclusión se produce cuando las personas cisexuales excluyen a las personas transexuales de cualquier espacio, organización o evento destinado al verdadero género de la persona transexual. La trans-exclusión también puede abarcar otros casos en los que el verdadero género de una persona transexual le es negado (por ejemplo, cuando alguien insiste en llamarme “hombre,” siendo que soy una mujer, o cuando utilizan deliberadamente los pronombres equivocados masculinos a la hora de dirigirse a mí.) Teniendo en cuenta la falta tan grave que consitutuye en nuestra cultura el generizar incorrectamente a alguien, y cómo la gente se apresura a disculparse en cuanto se da cuenta de que ha cometido ese error, es difícil no ver la trans-exclusión -es decir la generización deliberadamente equivocada de las personas transexuales- como otra cosa que no sea el intento arrogante por menospreciarlas y humillarlas.

Trans-Objetivación

La objetivación de los cuerpos de las personas transexuales se halla entrelazada con la obsesión cisexual por “pasar.” Aunque que nuestras transiciones físicas suelen ocurrir en un período de unos pocos años -una mera fracción de nuestras vidas- la referencia a esos años domina casi por completo los discursos cisexuales sobre la transexualidad. La razón de ésto es clara: centrarse casi exclusivamente en nuestra transformación física mantiene a las personas transexuales siempre ancladas en el sexo asignado al momento de su nacimiento, convirtiendo así nuestro verdadero sexo, aquel que reconocemos como propio, en un objetivo al cual siempre nos estamos acercando pero que nunca alcanzamos realmente. Esto no sólo socava la validez de nuestras muy reales experiencias de vida como miembros del sexo al cual realmente pertenecemos cuando éstas ocurren en el período posterior a nuestra transición, sino que deliberadamente se hace a un lado el asunto crucial de los prejuicios cisexuales en contra de las personas transexuales (de manera similar a la forma en que algunos heterosexuales centran su interés en lo que gays, lesbianas y bisexuales hacen en el dormitorio, es decir, en el “cómo” de las relaciones sexuales, con el fin de evitar considerar la posibilidad de que sean sus propios comportamientos y actitudes como parte de la mayoría heterosexual, los que permiten que ocurra la discriminación de quienes tienen relaciones con otras personas de su mismo sexo.)

Otra forma común de trans-objetivación se produce cuando las personas cisexuales se enganchan, se sienten perturbadas, o se obsesionan con las discrepancias que se supone que existen entre el sexo físico de nacimiento y el sexo actual de una persona transexual. Típicamente, esa atención se centra en los genitales de la persona transexual.  Dado que la objetivación reduce a la persona transexual a la condición de “cosa,” ésto hace que las personas cisexuales se sientan con derecho para condenarnos, satanizarnos, convertirnos en fetiche, ridiculizarnos, criticarnos, y explotarnos sin culpa ni remordimiento.

Trans-Mistificación

Otra estrategia que va de la mano con el pasa-centrismo y la trans-objetivación es la trans-mistificación: dejarse cautivar a tal punto por la naturaleza supuestamente tabú del “cambio de sexo,” que se pierde de vista el hecho de que la transexualidad es una experiencia muy real, tangible y con frecuencia mundana para aquellas de nosotras que la experimentamos de primera mano. Uno puede ver fácilmente la trans-mistificación en las representaciones que los medios de comunicación hacen de las personas transexuales, donde a menudo el sexo que nos fue asignado al momento del nacimiento es convertido en un oscuro secreto o en el giro inesperado de un argumento, de manera que el sexo en el que actualmente vivimos y que para nosotras es el verdadero, es distorsionado haciéndolo parecer un elaborada ilusión. En la vida real, cuando le digo a la gente que soy una mujer transexual, es común que se queden dando vueltas hablando sobre mí, repitiendo que no pueden creer que yo “era hombre,” como si los acabara de dejar impresionados con un truco de magia.

La verdad es que no hay nada fascinante acerca de la transexualidad. Se trata simplemente de una realidad para muchas de nosotras. Todo el tiempo me toca estar revelando que soy una mujer transexual y no se he escuchado música de suspenso en el fondo cada vez que lo hago. Y mi feminidad no es ningún tipo de producción compleja que requiere de humo y espejos para que aparezca, lo crean o no, yo vivo mi vida simplemente siendo yo misma y haciendo lo que se siente más cómodo para mí.  La trans-mistificación no es otra cosa que un intento más de parte de muchas personas cisexuales de jugar en mi contra la carta de la “artificialidad” de la transexualidad y crear así la falsa impresión de que los géneros que nos asignaron al momento del nacimiento son “naturales” y los géneros que reconocemos como verdaderos y en los cuales vivimos, no lo son.

Trans-Interrogación

El pasa-centrismo, la trans-objetivación y la trans-mistificación deslegitiman las identidades de las personas transexuales centrándose en el “cómo” de la transexualidad; la trans-interrogación se centra en el “por qué.”  ¿Por qué existen las personas transexuales? ¿Qué nos motiva a cambiar de sexo? ¿Se debe a la genética? ¿A las hormonas? ¿A la crianza?  ¿Es porque vivimos en una cultura obsesionada por la cirugía plástica?  ¿O tal vez se trata de un buen trastorno mental a la antigua? Estas preguntas representan la intelectualización producto de la objetivación que se hace de las personas transexuales. Al reducirnos a la condición de objetos de investigación las personas cisexuales se liberan de las molestias que acarrea el tener que considerarnos seres humanos que viven y respiran y que debemos arreglárselas no sólo con nuestras propias inclinaciones intrínsecas, sino con toda la discriminación extrínseca cisexista y del sexismo por oposición en lo relativo a nuestro género.

Mientras estaba trabajaba en el capítulo 7, “Ciencia Patológica,” y me sumergía en los registros sexológicos y sociológicos que intentan explicar por qué existen las personas transexuales, se me ocurrió que, más que la simple eliminación del desorden de identidad de género de la lista de trastornos mentales del manual de psiquiatría DSM, deberíamos considerar mas bien reemplazar dicha categoría por una nueva, el trastorno de etiología transexual, esta categoría serviría para describir la obsesión enfermiza de tantas personas cisexuales por intentar explicar los orígenes de la transexualidad. A diferencia de esos investigadores cisexuales que encuentran fascinante y estimulante para el pensamiento el ponerse a investigar y pontificar sobre mi existencia, para mí la pregunta de por qué soy transexual ha sido siempre un fuente de vergüenza y odio hacia mí misma.  Desde mis años de pre-adolescencia hasta la edad adulta joven, estuve consumida por esa pregunta, porque, francamente, yo no quería ser transexual.  Como la mayoría de la gente, yo asumí que era mejor ser cisexual.  Con el tiempo, me llegué a dar cuenta de que insistir en el “por qué” era un esfuerzo inútil, el hecho es que soy una persona transexual y que existo, y no hay ninguna razón legítima por la que debería sentirme inferior a una persona cisexual por eso.

Una vez que acepté mi propia transexualidad, entonces se me hizo obvio que la pregunta “¿Por qué existen las personas transexuales?” no es una cuestión de pura curiosidad, sino más bien un acto de falta de aceptación, y que invariablemente se produce en ausencia de la pregunta recíproca: “¿Por qué existen las personas cisexuales?”  La búsqueda incesante de la causa de la transexualidad está diseñada para mantener las identidades de género de las personas transexuales en un estado permanente de cuestionamiento, lo que garantiza que las identidades de género de las personas cisexuales continúen siendo incuestionables.

Trans-Borrado

Lo único cosa más preocupante que las personas que se la pasan preguntándose sin cesar por qué existimos las personas transexuales son las personas que de manera arrogante asumen que conocen la respuesta a esa pregunta. Desafortunadamente, en lugar de limitarse a aceptar los registros de los testimonios de las propias personas transexuales -que casi de forma invariable describen un tipo de auto-conocimiento intrínseco o sexo subconsciente- demasiadas personas cisexuales prefieren mas bien ignorar lo que decimos y proyectar sobre nosotras sus propias suposiciones acerca del género. A menudo, tales intentos desde fuera por explicarnos se centran en las ingenuas nociones de las personas cisexuales acerca de lo que se imaginan que una persona transexual podría ganar socialmente al cambiar el sexo en el que vive: cosas como la normalidad, la satisfacción sexual, y así sucesivamente. La idea de que realizamos la transición en primer lugar y por sobre todo para nosotras mismas, para poder sentirnos en casa habitando nuestros propios cuerpos, es algo que nunca llega a ser considerado en serio. Esto se debe a que las personas transexuales son generalmente vistas por las personas cisexuales como no-entidades: los procesos de trans-objetivación, trans-mistificación, y trans-interrogación aseguran que no se nos llegue a ver como seres humanos, sino como objetos y como espectáculos que existen para el beneficio o la diversión de los demás. La facilidad con la que las voces de las personas transexuales son descartadas o ignoradas por el público se debe el fenómeno del trans-borrado.

Si bien es cierto que las voces de cualquier minoría son silenciadas en diversos grados -se les niega el acceso a los medios de comunicación y de poder económico y político- hay varios aspectos del trans-borrado que hacen que su influencia sea particularmente extendida. En primer lugar, al igual que ocurre con todas las demás minorías sexuales, el sexismo por oposición se ha encargado de que sólo un pequeño porcentaje de las personas transexuales se lleguen a presentar alguna vez en público como tales. En segundo lugar, aquellas que se declaran públicamente a menudo lo hacen al mismo tiempo que toman su decisión de realizar la transición física, un proceso que históricamente ha sido regulado (y muy limitado) por los guardianes cisexuales. Con frecuencia, aquellas a quienes se les concedía el permiso para llevar a cabo la transición eran seleccionadas en base a la evaluación de los guardianes quienes se aseguraban de que las mismas tendrían una expresión de género normativa y que además se mantendrían en silencio acerca de su condición transexual una vez completada la transición. Esto ayudó a asegurar que la mayoría de las personas transexuales efectivamente desaparecieran entre la población cisexual durante el resto de sus vidas es decir en las etapas pre- y post-transición.

Pero quizás nada facilita más el trans-borrado que la generización de todos los días y el supuesto cisexual. Cuando me presento como mujer transexual ante la gente, a menudo me dicen que soy la primera persona transexual que han conocido en persona. Esto sugiere que la mayoría de las personas cisexuales sencillamente no toman en serio la posibilidad de que un cierto porcentaje de la población que ellos consideran de “apariencia cisexual” y a la que ven todos los días, podrían ser en realidad personas transexuales. Las estadísticas internacionales indican que el porcentaje de personas transexuales “post-operadas” anda en el rango del 1 al 3 por ciento de la población en general. Si bien no hay estadísticas rigurosas para el número de personas transexuales en EE.UU., las estimaciones basadas en el número de cirugías de reasignación de sexo realizadas sugieren que al menos una de cada 500 personas en este país son transexuales (y varias veces más si hablamos de las personas transgénero.) (4)

En un mundo donde las personas son vistas ya sea como hombres o como mujeres, y donde se da por sentado que todos somos cisgénero y cisexuales, aquellas de nosotras que somos transgénero y además transexuales somos en efecto borradas de la conciencia pública. Esto permite que los productores de los medios de comunicación nos muestre de la manera como a ellos les parezca, que los académicos postulen todas las teorías que se les ocurra acerca de nosotras, y que los médicos, psicólogos y otros auto-denominados “expertos,” todos ellos personas cisexuales, hablen en nuestro nombre como si fueran nuestros representantes.

Cambiando la Percepción del Género, no la Performatividad

Una comprensión a fondo de la generización, el derecho cisexual a la apropiación del género, así como del privilegio cisexual, desafía no sólo el supuesto oficial de que los géneros de las personas cisexuales son más “naturales” y legítimos que los géneros de las personas transexuales, sino que pone en duda también el reciente enfoque respecto al género adoptado por varios teóricos y activistas, el cual se centra en cómo las personas “hacen” o “representan” sus géneros como una si se tratara de una actuación o un performance. (5) Estos modelos centrados en el desempeño del género pueden variar un poco entre sí, pero por lo general todos subrayan la idea de que cada uno de nosotros crea activamente las diferencias de género al “hacer” o “representar” su género de una manera particular. De acuerdo con este punto de vista, la feminidad no es un estado natural, sino una conducta aprendida que reproducimos cuando nos llamamos a nosotras mismas mujeres -cuando nos comportamos, vestimos, hablamos, de formas que son consideradas femeninas- y lo mismo aplicaría a la masculinidad. Algunas de las variaciones más extremas de esta teoría dejan poco espacio para las inclinaciones intrínsecas de género, tomando partido por la noción de que nuestro género y nuestra identidad sexual son simplemente repeticiones inconscientes de las normas de socialización de género que nos han sido impuestas. Debido a que muchos teóricos y activistas ven en la performatividad del género el medio por el cual los privilegios, las expectativas y las restricciones de género se propagan en nuestra cultura, se ha llegado a argumentar que la forma más eficaz para contrarrestar el sexismo por oposición lo mismo que el sexismo tradicional consistiría en rechazar todos y cualquier género o identidad sexual, o bien en subvertir esas categorías a través de “hacer” el género de maneras no convencionales (por ejemplo, el travestismo, la androginia, y así sucesivamente.)

Así, muchos teóricos y activistas del género han adoptado modelos centrados en la performatividad, alabando el supuesto potencial que tienen para librarnos de las normas del género por oposición y desafiar la idea de que los géneros normativos son más legítimos que los menos convencionales. Sin embargo, embargo veo varios problemas con esas teorías. Primero que todo, estos modelos presentan varios de los defectos de los que regularmente están plagadas las teorías de género, tal y como lo describí en el capítulo seis, “Inclinaciones Intrínsecas.” Además, creo que el principio básico de los modelos del género como actuación -que el género social surge y se propaga a través de la forma como los individuos  “hacen” o “actúan” el género- es en sí misma problemática. Muchas de las personas que como yo hemos realizado la transición física de un sexo al otro sabemos muy bien que el género en el que una vez fuimos percibidas no era producto de nuestra “performatividad” (es decir de la expresión de género y/o los roles,) sino mas bien de nuestra apariencia física (en particular, de nuestras características sexuales secundarias.) Esto tiene sentido si piensas en ello.  Después de todo, si te ves como una supermodelo puedes actuar todo lo camionera o butch que quieras, pero inevitablemente los demás te van a generizar como mujer. Y si te ves como un jugador de futbol americano, puedes actuar todo lo femenino que quieras, pero de todas maneras los demás te van a generizar como hombre.  Si bien la forma en que “hacemos” el género puede influir en si somos percibidos ya sea como lesbianas, gays o como heterosexuales y nuestra actuación puede inclinar la balanza en uno o en otro sentido siempre y cuando nuestra apariencia sea un tanto ambigüa, la gran mayoría de nosotros somos generizados basándose en nuestros cuerpos físicos más que en nuestro comportamiento.

Personalmente, yo solía tener una visión centrada en la performatividad del género en la época en que era percibida como hombre, en ese entonces yo solía travestirme y “pasar” como mujer en público. La cantidad de tiempo y esfuerzo que tenía que poner cada vez para conseguir alterar mi apariencia y mi comportamiento y lograr esa hazaña hacía que en más de una manera todo se sientiera como una actuación. Pero cuando finalmente hice la transición a mi verdadero género, decidí no realizar ningún tipo de actuación -simplemente me comporté, me vestí y hablé de la forma en que siempre lo había hecho, es decir de la manera que siento que es la más cómoda y natural para mí. Después de estar en hormonas femeninas durante unos pocos meses, me encontré con que la gente me generizaba de forma consistente en el género femenino a pesar de que yo “hacía” mi género de la misma manera en que siempre lo había hecho. Lo que me pareció más sorprendente fue ver cómo la gente interpretaba las mismas acciones y los mismos gestos de forma completamente diferente en función de si me percibían como mujer o como hombre.

Por ejemplo, al ordenar las bebidas en los bares, me di cuenta que si yo me ponía a mirar alrededor para darle un vistazo al local mientras esperaba mi bebida (como siempre lo había hecho de forma inconsciente antes de la transición,) los hombres comenzaba a tratar de ligar conmigo porque asumían que yo les estaba enviando la señal de que me encontraba disponible para un encuentro (cuando yo era percibida como hombre la misma acción era probablemente interpretada como que sencillamente yo estaba examinando la habitación.) Y en las colas de las cajas de los supermercados, cuando el niño en el carro delante de mí comenzaba a sonreir y a hablar conmigo, me di cuenta que ahora podía interactuar con los niños sin que sus madres me viera con recelo o con temor (que era lo que normalmente ocurría en situaciones similares cuando yo era percibida como hombre.)

Durante el primer año de mi transición, llegué a experimentar cientos de pequeños momentos como esos, donde la gente interpretaba mis palabras y acciones de manera completamente diferente basándose únicamente en el cambio en mi sexo percibido.  Y no era simplemente que mis maneras se interpretaran de forma diferente, se trataba también de la relación que establecían con mi cuerpo: la forma en que las personas se aproximaban a mí, en que me hablaban, los supuestos que hacían acerca de mí, la falta de la deferencia y respeto que antes solía recibir, la forma en que los demás con frecuencia sexualizaban mi cuerpo. Todos estos cambios se produjeron sin que yo tuviera que hacer o decir nada al respecto.

Yo argumentaría que el sexo social no se produce ni se propaga por la forma en que nosotros como individuos “desempeñamos” o “hacemos” nuestro género, sino que se encuentra en las percepciones e interpretaciones que los demás hacen de nosotros.  Puedo modificar mi propio género todo lo que quiera, pero eso no cambiará el hecho de que la gente seguirá asignando de forma compulsiva un género para mí y que me verá a través de los lentes distorsionados del sobrentendido cisexual y heterosexual.

Mientras que no hay expresión de género capaz de subvertir el sistema de género tal y como lo conocemos, sí en cambio es cierto que aún así podemos instituir el cambio en ese sistema. Sin embargo, tal cambio no vendrá por la gestión de la forma en que “hacemos” nuestro propio género, sino con el desmantelamiento de nuestro propio derecho cisexual a la apropiación del género. Si de verdad queremos poner fin a toda forma de opresión basada en el género, entonces debemos comenzar por asumir la responsabilidad por nuestras propias percepciones y presunciones. Lo más radical que cualquiera de nosotros puede hacer es dejar de proyectar sus propias creencias acerca del género de los demás en sus comportamientos y en sus cuerpos.

Chrysallis línea

1. Greer, The Whole Woman, 74.
2. Califia, Sex Changes, 116.
3. Durante las Olimpiadas de 1996 en Atlanta, 8 de 3,387 atletas mujeres dieron positivo en la prueba de material cromosómico Y; desde entonces el Comité Olímpico descontinuó las pruebas de sexo genético.  (Myron Genel, “Gender Verification No More?” Medscape Women’s Health 5, no. 3 [2000], www.medscape.com/viewarticle/408918).  En las clínicas de infertilidad se ha encontrado que más del 11% de los donantes con azooespermia (es decir, hombres que no tienen esperma en el semen) tienen un cariotipo XXY (Hiroshi Okada, Hitoshi Fujioka, Noboru Tatsumi, Masanori Kanzaki, Yoshihiro Okuda, Masato Fujisawa, Minoru Hazama, Osamu Matsumoto, Kazuo Gohji, Soichi Arakawa, y Sadao Kamidono, “Klinefelter’s Syndrome in the Male Infertility Clinic,” Human Reproduction 14, no. 4 [1999], 946-952).
4. Tarynn M. Witten, Esben Esther Pirelli Benestad, Ilana Berger, R. J. M. Ekins, Randi Ettner, Katsuki Harima, Dave King, Mikael Landen, Nuno Nodin, Volodymyr P’yatokha, y Andrew N. Sharpe, “Transgender and Transsexuality,” The Encyclopedia of Sex and Gender: Men and Women in the World’s Cultures, C. R. Ember y M. Ember, eds. (New York: Kluwerl Plenum, 2003), 216-229; Lynn Conway, “How Frequently Does Transsexualism Occur?” LynnConway.com (2001-2002; http://ai.eecs.umich.edu/people!conwayITSITSprevalence.html).
5. La noción de “hacer” género se suele atribuir a Candace West y Don H. Zimmerman en su artículo, “Haciendo Género,” Gender and Society 1, no. 2 (1987), 125-151, y puede también encontrarse en Kessler y McKenna, Gender: An Ethnomethodological Approach, 155-159. La idea de que el género es “desempeñado” se atribuye por lo general a Judith Butler, aunque ella ha rechazado esa interpretación de su trabajo; este punto se explica con detenimiento en el capítulo 19, “Trayendo de vuelta lo femenino al Feminismo.”

Traducción realizada por Akntiendz del capítulo 8 del libro de Julia SeranoWhipping Girl. A Transsexual Woman On Sexism And The Scapegoating Of Feminity (Se traduce más o menos como: La Chica del Látigo.  Una mujer transexual opina acerca del sexismo y el chivo expiatorio de la feminidad.)

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Otros capítulos de La chica del látigo: