El nombre es lo primero que decimos de nosotrxs al presentarnos a otras personas. Es una palabra a la que se asocia todas nuestras vivencias y una forma de reafirmar la individualidad frente a otros seres humanos. Los padres y las madres piensan un nombre que les agrade como primer regalo para ese ser que está por llegar.
La inscripción del nombre legal se hace de forma apresurada durante las 48 primeras horas de vida. Todas las buenas intenciones se transforman en humo, cuando tu hija o tu hijo te explica que el nombre que le (im)pusiste no coincide con su identidad, que no le representa, que tampoco acertaste al predecir el sexo.
Los registros son sistemas previstos por la administración para reflejar la imagen fiel de la realidad, pero la realidad es compleja y no siempre se rige por los mismos principios. La diversidad del ser humano requiere de flexibilidad, la rigidez es un obstáculo para el reflejo de esa imagen fiel.
Como se suele decir: «el papel lo aguanta todo», pero las personas no… por eso es necesario que cambie la legislación, que se regule con fines prácticos y respetuosos, dejando atrás normas discriminatorias que fomentan el maltrato institucional de las personas.
Hoy en La Sexta Noticias se mostraba la noticia donde se refleja la arbitrariedad con que se interpretan las normas.
Artículo 54 de la Ley del Registro Civil:
«Quedan prohibidos los nombres que objetivamente perjudiquen a la persona, los que hagan confusa la identificación y los que induzcan a error en cuanto al sexo.»