“Claro que soy más feliz, es que yo soy así y no de ninguna otra manera”, así de contundente respondía esta misma semana mi hija a la que fue su tutora antes de comenzar el tránsito cuando la preguntaba si ahora era más feliz… Y es que la nena siempre ha sido de armas tomar, con un carácter que se come el mundo y al que se la ponga en medio, y yo no puedo más que agradecer esa fuerza interior, porque la va a necesitar.
Y es una pena, pero es así, porque tal y como están las cosas nuestrxs hijxs dependen de cuestiones tan subjetivas y arbitrarias como la buena fe, la empatía, la capacidad de abrir la mente de los demás para ser reconocidos, aceptados y tratados con el mismo respeto que cualquier otra persona. Porque mi hija pregunta por qué su carnet de la biblioteca, el nombre en sus exámenes, la cartilla del médico y el DNI tienen que llevar un nombre y género que no le pertenecen, y entonces ahí estás tú, que lo único que te apetecería es prender fuego a las instituciones arcaicas y a las leyes discriminantes y excluyentes intentando ocultar la frustración, explicándole algo que tú misma no terminas de entender y que, por supuesto, no aceptas.
Y no lo aceptas porque no puedes, porque sabes que “así es tu hija y no de ninguna otra manera” y que ahora tiene ocho años pero así es desde que nació, aunque fuera incapaz de expresarlo con palabras. Y cada vez que rellenas un formulario oficial y tienes que poner su antiguo nombre sientes el mismo dolor que si estuvieras negándola. Porque cuando escuchas cómo personas con estudios, con capacidades y supuesta apertura de miras la tratan en masculino “para ser lo más fieles a la legalidad posible” te dan ganas de dar un golpe en la mesa y mandarlas al cuerno… pero, ¡ay de ti! Eso no se puede hacer. Hay que poner buena cara y tragar, porque no debes olvidar nunca que depende de su «caridad» que tu hija pueda seguir siéndolo socialmente, depende de su limitada visión que no tengas que cambiar de centro, porque, en caso de hacerlo, tendrías que tocar puerta por puerta en todos los colegios públicos para volver a pedir favores, a despertar empatías, a mendigar derechos…
Pero cambiemos el mundo, amigxs, que no es locura ni utopía, sino justicia… y este no es un testimonio derrotista, nada más lejos. Por cada caso de discriminación, incomprensión e ignorancia, a diario encontramos muchísimas personas más que nos demuestran aceptación, cariño, admiración incluso… Y sabemos que todas estas situaciones pasarán, conseguiremos que las leyes reconozcan a nuestrxs hijos como verdaderos ciudadanxs de primera, ellxs crecerán felices, porque lo merecen y ahí estamos todxs juntxs para conseguirlo. Y esas personas que ahora utilizan su poder y su posición para evitarlo no tendrán más remedio que morderse la lengua, bajar la mirada y lamentarse por su ignorancia en silencio.