«Después de conversar en un grupo cerrado en el Facebook, los padres decidieron salir del armario digital y llevar la discusión a público»
Fran* tiene ocho años y siempre le gustaron muñecas. Su madre cuenta que, a los dos años, estaba fascinada por el mundo mágico de las princesas y, a los tres años, cuando tuvo que escoger un deporte en la escuela, pidió ser matriculada en las clases de ballet. Un poco más mayor, a los cuatro, no dudó en vestirse de princesa cuando la profesora dijo que celebrarían el carnaval en la escuela, a pesar de las advertencias de la madre.
Así como Fran, Ariel*, de 10 años, siempre tuvo muy claro desde pequeña que las faldas eran su preferencia. Con dos años, no se cansaba de ver las películas de Barbie que pasaban en televisión y a los tres intentaba imitar los ademanes femeninos de las madres de las amiguitas del colegio. Estaba fascinada por todo tipo de bisutería. Los collares y pulseras representaban una atracción mayor que cualquiera otro juguete, lo que, en la época, generaba una comprensible preocupación para los padres.
Sin embargo, la vida relativamente común de Fran y Ariel no es tan fácil como pueda parecer: El nombre de bautismo de Fran es Carlos*, y el de Ariel, José*. Las dos niñas traen en sus certificados de nacimiento que nacieron con el sexo masculino, a pesar de sentirse niñas. Justamente para que sus vidas y las de otros niños puedan ser normales, un grupo de padres y familiares de menores transexuales creó la asociación Chrysallis, para “conseguir que nuestros hijos tengan los mismos derechos que otros niños ya tienen”, explica Violeta Herrero, madre de Ariel.
La Asociación es relativamente nueva, fue oficialmente creada en julio de 2013, pero los padres que la fundaron se conocen desde hace más tiempo. “En principio creamos un grupo secreto en Facebook. Era allá donde nos desahogábamos. Pero después no era sólo para eso, empezamos a compartir las sentencias favorables a nuestras causas (cambios de nombres, derechos reconocidos…) para formar un archivo de precedentes”, afirma Saida García, madre de Fran.
Con el tiempo y el aumento del número de integrantes, los miembros del grupo secreto resolvieron salir del armario digital y llevar la discusión a público. “La visibilidad sirve para normalizar. La única manera de considerar normales a nuestros hijos es haciéndolos visibles”, dice Violeta. “Las personas creen que aparecen de la nada, o sea, los transexuales aparecen con 18 años y listo. Pero no es así, viene desde pequeños”, cuenta la madre de Ariel, que revela haber entendido la realidad de su hija después de ver un caso en un programa de televisión.
Ayuda profesional
Saida ejerce actualmente la función de presidenta de la Asociación en la Comunidad de Madrid y cuenta que ellos actúan fundamentalmente con los padres de los niños. “Para que el menor se desarrolle como ha de hacerlo, las familias necesitan estar fuertes y quienes necesitan tener las cosas bien claras son los padres. Entonces lo que hacemos es escuchar, acompañar y derivar a profesionales especializados”, subraya.
Casi todas las familias que participan en la Asociación Chrysallis van regularmente a consultas con psicólogos o sexólogos que trabajan el tema (especializados en diversidad sexual y de género). La psicóloga Ana Gomes explica que empíricamente el abordaje que da mayores resultados positivos, con niños y con adultos, es la terapia afirmativa.
“El principal objetivo [de la terapia afirmativa] es asumir la identidad o rol de género que presenta la persona y desarrollar un enfrentamiento eficaz para combatir el estigma social”, esclarece la profesional.
La primera experiencia de Violeta y Ariel con psicólogos no fue de las mejores. Ella cuenta que solicitó una consulta con una profesional indicada por la sanidad pública, pero que no era especializada en diversidad sexual o de género.
“Fue horrible. Me dijo que los niños tenían que jugar con cosas de niño y las niñas, con cosas de niñas. Mi hija hizo un lindo dibujo de una mariposa y ella lo tachó con un bolígrafo rojo diciendo que no podía ser así”, lamenta la madre.
Debido al trauma de la primera consulta, Violeta investigó otras opciones dentro de la red pública española y descubrió que la comunidad de Madrid mantiene una Unidad de Trastornos de Identidad de Género. Es en esa unidad, localizada en el Hospital Ramón y Cajal, en la capital de España, que la mayoría de las familias con niños transexuales son acogidas. Pero, a pesar del servicio especializado, la legislación dentro de la Comunidad es un impedimento para el tratamiento. Los médicos y psicólogos allí no pueden tratar personas con menos de 18 años, por eso, todas las consultas son realizadas con los padres de los niños.
“Tras comenzar la terapia en ese centro nos recomendaron que comenzáramos con el tránsito en el colegio. En esa época, cuando preguntaban el nombre de mi hija, ella decía que no sabía. Entonces decidimos cambiar el nombre. Primero cambiamos por Leila, después por Flora, porque eran nombres de hadas. Pero inmediatamente escogimos Ariel porque era un nombre unisex y fuimos al colegio para informar sobre el cambio, hablamos con los profesores y con las madres”, relata Violeta. En España, hasta ahora los menores de edad no podían tener nombres que no correspondieran a su sexo asignado al nacer, por eso Violeta y Saida escogieron nombres que pueden ser utilizados para los dos sexos.
Cambios en el colegio
Además de cambiar el nombre y la indumentaria de los niños, los padres de la Asociación envían una petición al colegio para que traten a sus hijos por el nombre que escogieron y que utilicen su nueva opción de género cuando se dirijan a ellos. “Creamos una serie de protocolos y de escritos. Tenemos una guía de padres que también enviamos a los colegios, y una petición formal para que todo se cumpla”, explica Saida.
Las dos madres afirman que no encontraron grandes resistencias por parte de los colegios o de los padres de otros alumnos, a pesar de percibir alguna que otra reacción contraria al cambio. La situación es parecida en otras partes del país, donde los padres consiguieron garantizar que sus hijos fueran llamados por el nombre que optaron y que puedan entrar en los cuartos de baño correspondientes a su nueva elección de género. Sólo un colegio religioso en Málaga aún resiste al cambio y el caso será resuelto por vía judicial.
Tanto Saida como Violeta aún piensan en los próximos pasos que tomarán en relación a sus hijas. Ambas barajan la posibilidad de administrar bloqueadores hormonales en la pubertad para que los efectos del desarrollo de los caracteres secundarios de los niñas no cause un impacto psicológico negativo.
“Yo sólo quiero que ella tenga tiempo para pensar qué quiere hacer con su vida. Los bloqueadores ya son administrados en otras comunidades autónomas y espero que ella pueda tener acceso también. Si en el futuro ella quisiera hacer una cirugía, tomar hormonas cruzadas o simplemente seguir como es, será una decisión suya. Yo sólo deseo que viva feliz siendo ella misma”, concluye Saida.
* Nombres ficticios
Fuente: Opera Mundi- Brazil (Rafael Duque)
(Traducido por Saida García)