«Soy un niño y me llamo David»

  Odra Rodríguez

FUENTE: CANARIAS7

Eva y Juan empezaron a buscar respuestas para su hija poco tiempo después de que mostrara su verdadera identidad sexual. Desde que tenía dos años y medio les repetía, constantemente, que era un niño y reclamaba que le reconocieran como tal. Se llama David, tiene seis años y se muestra al mundo como la identidad que siente, la de un niño.

Desde muy pequeñito mostró su disconformidad con la identidad que le habían asignado (de niña). Las señales llegaron muy pronto. Con solo dos años y medio tenía claro que no quería ser una princesa sino un pirata. Con el tiempo no quiso vestir faldas ni llevar trabas ni coletas; prefería pantalones y lucir pelo corto. Ni jugar con muñecas sino con balones y todo lo que llevase ruedas y él pudiera montar. Tampoco se identificaba con el nombre que se le asignó al nacer y demandaba, incansablemente, que se le llamase por un nombre del sexo opuesto. Eva y Juan se fueron al otro lado del mundo, a China, para adoptar a una niña. «Pero el azar en la barriga de la mamá que lo gestó, nos dio un niño», resalta su madre. David  –nombre que el mismo decidió– vino con nueve  meses, hoy tiene seis años y está feliz con su imagen y con su identidad. Es un niño transexual, que «no ha nacido en un cuerpo equivocado; no rechaza sus genitales», sentencia su madre, que apunta que «eso es solo uno de tantos otros tópicos que se dicen acerca de la transexualidad». «Para él, actualmente, no es un problema tener vulva en lugar de pene», concreta Eva Pascual.

La historia de David, Cloe –su hermana dos años menor que él– y sus padres, Eva y Juan, refleja una compleja realidad que en Canarias viven decenas de familias que, a diario, se enfrentan con tabúes y miedos sociales. Para afrontar las desigualdades en sus derechos y necesidades nació hace más de ocho meses  la delegación canaria de la Asociación de Familias con Menores Transexuales Chrysallis, que agrupa a algo más de una veintena de familias en el Archipiélago de las más de 200 que están asociadas a nivel nacional. Al frente de ella se encuentra Eva, la mama de David.

En estos últimos cinco años, «hemos aprendido a convivir con un bebé y un niño al que todo el mundo veía como una niña por el simple hecho de sus genitales, pero al que regalaban cosas de chico porque él manifestaba esa identidad desde que tuvo capacidad de hablar. Al principio fue un camino muy duro para la familia, excepto para Cloe, que siempre vio a David como un niño», relata esta madre, de profesión arquitecta, que por amor lucha porque su «príncipe sea feliz». «Desde pequeñito, mi hijo nos decía que era un chico y a partir de los tres, que tenía un pene pequeñito dentro que ya le saldría», apunta esta madre.

Hace dos años Eva no podía esperar a que David fuera «infeliz más tiempo. Yo lloraba, el  niño reclamaba y corregía su identidad. Mi casa era un sin vivir, rechazábamos la evidencia y decidimos afrontar la realidad», afirma. Un día, en una charla en el colegio sobre educación sexual que ofrecía la Asociación de Gays, Lesbianas, Transexuales y Bisexuales (Gamá), Eva descubre la existencia de los niños transexuales, identificando a «mi niña reflejada en cada frase» y, a partir de ahí, «mi marido y yo empezamos a ver a nuestra princesita como realmente era –confiesa– como nuestro príncipe oriental». «Nos informamos y participé en  un curso invitada por Gamá donde los pocos años vividos con David empezaron a tener sentido, sus demandas, sus emociones y su lucha desde su inocencia de ser reconocido como niño», relata. Pero necesitaba acercarse a familias con niños pequeños y no adolescentes y  adultos, que era lo que encontró en el grupo de familias de Gamá, y se traslado a la Península a conocer Chrysallis, donde «por fin, pude ver a niños iguales a David. Mi hijo no era el único, ni tampoco sus demandas. Y, respiré y comencé esta aventura, intentando conseguir para David lo que Cloe tenía por derecho de nacimiento. A mi hija, con solo tres años, nadie le cuestiona que se sienta una princesa porque es lo que la sociedad espera de ella, pero a mi hijo le cuestionan todo, incluso, que se sienta niño cuando no tiene pene».

«Ser transexual no es una enfermedad. Es una identidad sentida, inherente a cada uno y vivida desde las más tierna infancia. La identidad sexual nace en el cerebro y no de los genitales con los que nazcas. Y esto ocurre de forma azarosa en las barriguitas de las mamás», insiste Eva.

David  hizo su tránsito social en octubre del 2014 y empezó a «vivir plenamente como un niño, dentro y  fuera de casa». «Se lo contamos al mundo el día de su quinto cumpleaños. Primero, a los vecinos y luego, a la familia y amigos. Les dijimos «es un niño, siempre lo fue y se llama David». Hoy es inmensamente feliz. «Yo siempre pensé que jamás se podía querer a un hijo como yo quiero a la niña que fuimos a buscar al otro lado del mundo, pero hoy creo que quiero mucho más a David de lo que he querido a esa niña. Con el cambio hemos ganado un hijo maravilloso», confiesa Juan.