Niños transexuales: «¿Tú de pequeña eras chico o chica?»

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THAIS MORALES. 27.03.2015 Articulo de 20minutos 

«¿Por qué no le dices al médico que me haga una niña?», le pregunta un hijo a su madre. «Me voy a cortar la colita», asegura otro, mientras se mira en el espejo disconforme con el reflejo que este le devuelve.

Para los demás, por su cuerpo y por sus genitales, son niños, pero a su corta edad, 3 años, saben y sienten que son niñas. Ese es su sexo sentido, su verdadera identidad.

No son casos únicos. El sociólogo Lucas Platero ha recogido varias historias de niños y niñas transexuales en Trans*exualidades, un libro indispensable para entender la transexualidad y que ofrece una visión sociológica, histórica y pedagógica sobre esta cuestión.

Las personas trans no vivimos fuera de la sociedad, y tenemos todo tipo de trabajos y aficiones Estamos en un momento en el que la transexualidad empieza a salpicar las páginas de los medios de comunicación y no solo con noticias negativas, como la que saltó a la prensa hace unos días, sobre el párroco de la localidad sevillana de Umbrete que vetó la entrada de una menor transexual a misa.

El enfoque y el tratamiento empieza a cambiar gracias a series como Transparent, películas como Tomboy y también a las nuevas generaciones de Hollywood: uno de los hijos de Angelina Jolie, Shiloh, se siente niño a pesar de que para los demás su cuerpo es el de una niña; y el hijo del icono mujeriego Warren Beatty y su esposa Annette Bening, Stephen Ira, se ha convertido en un joven transexual, poeta, performer y activista.

Todo ello prueba que las estadísticas no mienten, aunque, probablemente, al 1% de la población transexual que arrojan las cifras, habría que sumar algún punto más que permanece oculto y bien dentro del armario a causa del desconocimiento y la falta de información.

«Las personas trans no vivimos fuera de la sociedad, y tenemos todo tipo de trabajos y aficiones. La transexualidad no es algo nuevo, ni creo que sea tan difícil de aceptar que no todo el mundo vive su cuerpo, su identidad o sus relaciones de la misma manera. No es que sus vidas sean de color de rosa, pero se puede ser trans y vivir bien y feliz», dice Lucas Platero.

Igual de positiva se muestra Lola Rodríguez, la primera menor transexual que ha sido candidata a ser reina del Carnaval de Las Palmas de Gran Canaria.

Lola tiene 16 años y ha logrado una visibilidad muy positiva para el colectivo transexual gracias a su participación en los Carnavales de su ciudad.

«A los chicos y chicas transexuales les diría que tengan fuerza y que piensen que quienes importan de verdad son ellos mismos. Que se empoderen, que luchen y que rompan todas las barreras que haga falta. Si queremos cambiar la sociedad hay que luchar por ello, porque nadie nos lo va a dar regalado».

Ella lo ha hecho. Y su lucha la ha llevado a conquistar un sueño: desfilar luciendo un traje de 300 kilos en la gala de la reina del Carnaval. «Desde siempre me ha gustado el Carnaval. De pequeña lo vivía como una especie de liberación. Una vez al año podía ser quien era porque me disfrazaba de niña y nadie me podía decir nada», explica.

Un estado persistente en el tiempo

Pero, empecemos por el principio: ¿qué es una persona transexual? «Desde el punto de vista médico, sería la persistencia en el tiempo, bien documentada, de que una persona se siente incómoda con el género que se le ha asignado en el momento de nacer y que necesita unos cambios físicos que la lleven a ser la persona que siente que es», explica Rosa Almirall, ginecóloga de Trànsit, servicio de promoción de la salud de las personas trans de Barcelona, que depende del Institut Català de la Salut.

«Creo que si entendiésemos la identidad sexual como algo que se construye a lo largo de toda la vida, que puede ir hacia delante o hacia atrás y que puede ser flexible, sería más fácil», añade la doctora.

Violeta, madre de una niña transexual de 10 años, explica la transexualidad de una manera más gráfica: «Son niñas que pueden tener pene y chicos que pueden tener vulva», nos dice. Como comenta Saida, de la Asociación Chrysallis y madre de M., otra niña transexual de 9, «no hay dos personas iguales y no hay dos formas de ser mujer ni de ser hombre iguales. Hay tantas identidades como personas».

Por si aún no está claro, Alicia, madre de un chico transexual de 18 años, añade: «No es que nuestras hijas y nuestros hijos digan, ‘ahora quiero ser un chico o una chica’, es que ya han nacido chico o chica, independientemente de que tengan vulva o pene. Es decir, que no es que mi hija se haya ido transformando en hombre, es que nació hombre».

Son niñas que pueden tener pene y chicos que pueden tener vulva.

En estos tres casos, las familias notaron, desde que sus hijos eran muy pequeños, que estos no se sentían a gusto con con la identidad sexual que les habían asignado. Como explica Violeta, «a los 2 años, Eli ya se enfadaba según la ropa que le ponía. No quería camisas ni pantalones o prendas que considerara masculinas. Decía que se ahogaba. Recuerdo que un día fuimos a casa de mi madre y jugando con mi sobrina se puso un vestido de princesa. Le cambió la cara. Desde entonces, lo primero que hacía al llegar a casa era ponerse el vestido y una toalla en la cabeza, como si fuera una melena, y yo le hacía colas. «¿Estoy guapa?», preguntaba.  Yo, a veces, le corregía el género… A partir de los 3 años, empezó a hacer preguntas: «¿Cuándo voy a ser una chica? o ¿tú, de pequeña, eras chico o chica?».

En el caso de M., sus padres se dieron cuenta cuando ella misma se lo explicó. «Tenía 7 años. Lo que pasa es que antes hubo algunos signos que si hubiéramos tenido información, habríamos entendido lo que estaba pasando. Primero pensábamos que sería una cuestión de orientación sexual, pero una persona de 3 años no tiene ninguna orientación. Luego nos dijimos, pues va a ser cuestión de gustos con respecto a las actividades. Pero hubo otras cosas que nos fueron poniendo alerta, como expresiones refiriéndose a un futuro en femenino, o que nos decía: ‘Cuando yo sea una niña, cuando lleve bikini…’. O que pedía usar un nombre femenino y llevar falda».

Gala del carnaval

Para Alicia, todo llegó un poco más tarde. Su hijo, una persona tímida y reflexiva, esperó hasta los 12 años para decirle a sus padres que era un chico. «Siempre he tenido muy claro que había algo. Pensé que sería una chica lesbiana porque yo veía que le gustaban las chicas. Pero a los 11 años, después de un desengaño amoroso, nos dijo que no es que le gustaran las chicas como chica, sino que él era un chico y le gustaban como chico», recuerda Alicia.

 «Fui encajando las piezas y descubrí mi verdadera identidad»

Lola Rodríguez siempre lo supo.  «A los 2 o 3 años, sabía que algo en mí no era lo correcto. No me gustaba comportarme como la gente creía que tenía que hacerlo. En mi casa me comportaba como una niña, pero fuera tenía que cumplir una serie de requisitos y ser como un niño», apunta.

La joven fue creciendo y viviendo una doble vida hasta que a los 10 años se preguntó por qué iba «a  aguantar ser quien no era»: «No me parecía justo. Busqué información, fui encajando las piezas y descubrí mi verdadera identidad: soy mujer, puedo ser mujer, porque ¿quién me va a impedir serlo? Cuando se lo conté a mis padres, me apoyaron muchísimo y fuimos a Gamá, el colectivo LGTB de Gran Canaria, y allí tuve toda la información y las herramientas para saber de verdad quién era».  Lo que sintió al reconocerse fue, como ella misma dice, «una liberación».

La fase de la culpabilización de los padres. Cuenta Lucas Platero en su libro que muchos padres y madres de niños transexuales pasan una etapa de sentimiento de culpa por la situación que tienen que atravesar sus hijos. «Sí. Hay una parte de ti que se cuestiona si estarás haciendo algo mal, y, por otro lado, la sociedad también te lo cuestiona continuamente. Ahora, si miro hacia atrás, puedo decir que tener una hija transexual me ha aportado mucho», dice Violeta.

Alicia confiesa haber derramado muchas lágrimas: «Lloré porque tenía miedo de que cambiara mucho. Pero ahora tenemos a nuestro hijo y, aunque la testosterona, en general, les hace estar más nerviosos, empieza a estar más relajado. Y ya volvemos otra vez con nuestros besos y abrazos».

Saida vivió un proceso largo en el que la culpa también hizo acto de presencia: «En un principio sí que te preguntas: ‘¿Cuando me pidió la cocinita y se la compré, provoqué esto?’. Pero luego, como me dijo un profesional: ‘Si apenas consigues que se duche en 5 minutos, ¿cómo vas a cambiarle la identidad?’. Tiendes a culparte porque toda la sociedad te culpa».

Niños transexuales

Rosa Almirall ha visto a muchos padres llorar en su consulta, incapaces de entender dónde se han equivocado y sin fuerzas para comprender lo que le ocurre a su hijo o a su hija.  «Por Trànsit han pasado cerca de 300 personas. La más joven, de 5 años, y la más adulta, de 70, provenientes de todos los estamentos sociales y en momentos muy distintos del proceso», resume Rosa.

«Lo que hacemos básicamente es escuchar, ayudar a los padres a que tengan claro que lo único que tienen que conseguir es que la sociedad no haga daño a sus hijos e hijas.

En Trànsit exploramos quiénes son y les damos toda la información que hay para que ellos, y sus padres si son menores, decidan qué hacer. Muchas veces, ya están en tratamiento psicológico o psiquiátrico, e incorporamos al psicólogo o psiquiatra para hacer el seguimiento del proceso y del tratamiento hormonal, si se lleva a cabo, para ver cómo se siente en los primeros meses».

Normalmente, el tratamiento con bloqueadores puberales (para frenar el desarrollo de la pubertad) se administra entre los 12 y los 15 años de edad, y a partir de los 15 o 16 ya se dan hormonas cruzadas. Pero en nuestro país, estos criterios varían de una comunidad autónoma a otra y, a veces, es cuestión de kilómetros conseguir que un menor acceda a los bloqueadores para evitarle un sufrimiento cuyo nivel de intensidad puede variar de una persona a otra.

En busca de una ley sentida y que dé sentido

Pero antes de llegar a debatir cuándo y a qué menores transexuales pueden administrarse bloqueadores, hizo falta que, en el año 2007, el Gobierno socialista aprobara una Ley de Identidad de Género que hizo realidad una reivindicación histórica de los hombres y las mujeres transexuales –hasta entonces, muchas veces ignorados por la ley y estigmatizados por la sociedad– en su lucha por conseguir unos documentos en los que se reconociera su verdadera identidad.

Fue un primer paso que, como explica Carla Antonelli, que en aquel entonces era coordinadora del área transexual del Grupo Federal GLTB-PSOE, debe revisarse, transcurridos ya casi diez años desde su implantación.

Activista, primera diputada transexual del Estado –lo es desde el 2011 en la Asamblea de Madrid por el PSOE–, y parte de la historia LGTB de nuestro país, Carla fue una de las primeras mujeres transexuales que logró el cambio de género y de nombre en el DNI. La ley tampoco permite intervenciones de reconstrucción genital antes de los 18 años

«Veníamos de la nada, pusimos un poco de luz y pudimos conseguir nuestra documentación. El grandísimo avance que supone esa ley, pionera en el mundo, es no necesitar una operación para cambiar de género. En aquel entonces se amparó en que era necesario el diagnóstico de disforia de género y dos años de tratamiento, pero ahora ya no es de recibo ni un diagnóstico de disforia de género ni los años de terapia. Se trata de una cuestión de propia autoafirmación. Es decir, no es un problema de salud mental, sino una situación de salud tal como la entiende la OMS, que dice que salud no es solamente la ausencia de patología, sino el completo estado de bienestar psíquico y social», explica Carla, que insiste en la necesidad de iniciativas legislativas a nivel estatal, sin olvidarse de las leyes autonómicas para los marcos de competencias autonómicas.

«En esta legislatura, en la Asamblea de Madrid, respecto a los menores transexuales, hemos llevado como iniciativa estrella una Ley Integral de Transexualidad en la que se contemplaba el derecho de los menores transexuales, llegados a los estadios de la pubertad, a recibir los inhibidores», comenta. Pero la Comunidad de Madrid no la ha tenido en cuenta y a pesar de sus promesas ha dejado a los menores transexuales en un limbo legal.

No ocurre así en otras comunidades, como Navarra, el País Vasco, Andalucía, Canarias, Galicia y Cataluña, que van por delante de la de Madrid en cuanto a legislación y transexualidad.

«La de Navarra y la del País Vasco contemplan específicamente a los menores respecto al ámbito sanitario, para reconocerles el derecho a recibir tratamiento médico, en especial hormonal. Y la andaluza y la canaria contienen un régimen integral sobre todas las cuestiones que afectan a los menores y que es de competencia autonómica, tanto el tratamiento hormonal como ser tratados conforme a su identidad sexual en los centros escolares”», explica Javier Maldonado, de la junta directiva de Chrysallis.

La ley tampoco permite intervenciones de reconstrucción genital antes de los 18 años. «De todos modos, no es algo prioritario, porque es evidente que los genitales no marcan la identidad sexual», explica Javier. Esta idea es compartida por muchos transexuales que, como Lola, piensan que pasar por el quirófano no es una experiencia obligada. «Cada persona transexual elige si quiere o no quiere hacerlo, porque no vas a ser menos mujer o menos hombre por el hecho de operarte o no operarte», asegura.

La experiencia de la doctora Rosa Almirall la lleva a esa misma conclusión: «He tenido casos de mujeres trans cuyo mayor deseo durante años ha sido poder operarse y que, ahora, están contentas de no haberlo hecho porque han aprendido a disfrutar de sus genitales y a incorporarlos en sus relaciones sin sentirse menos mujeres por ello».

Dibujos infantiles

No obstante y, como insiste, cada caso es diferente y no se puede generalizar. Por eso, el tratamiento a seguir, desde los bloqueadores puberales hasta las hormonas cruzadas y el «proceso de feminización o de masculinización [la reasignación genital]», dependerá del nivel de sufrimiento de cada persona transexual.

Sea como sea, el proceso de cambio social está en marcha y, como dice Saida, «tendremos que cambiar la sociedad y las leyes. No puedes frenar la identidad de una niña o de un niño porque el mundo no esté preparado. Lo que hay que hacer es cambiar el mundo».

Es evidente que los genitales no marcan una identidad sexual

La sociedad está preparada, las administraciones, no. «Me sorprende la aceptación que hay a nivel de escuelas, a nivel laboral… La sociedad está preparada», sentencia Rosa Almirall, aunque consciente de que el camino que queda por recorrer es largo y está lleno de obstáculos.

Las familias de menores transexuales también comparten esta opinión. «Sí, la sociedad está preparada, pero las administraciones, no»,  asegura Violeta.

La prueba de ello es que cuando su hija hizo el tránsito en la escuela y en todo su entorno, no hubo ningún problema. «En la reunión del trimestre del colegio, hablamos con todos los padres y pedimos para nuestra hija el mismo respeto que querían para sus hijos. Teníamos miedo de la reacción, pero todo fue muy bien. Mi hija está totalmente adaptada. Los niños son una maravilla».

«Mi hija hizo el tránsito a su ritmo. Cuando ella nos dijo que quería hacerlo, empezamos a hablar con otras familias del colegio que reaccionaron muy bien. Mi hija siempre había jugado con quien quería y había llevado a cabo las actividades que le apetecían. Lo único que cambió fue el nombre, los pronombres y el uniforme», explica Saida.

Estos niños y niñas formarán parte de una generación de personas transexuales que han empezado a romper moldes, a abrir puertas, a desterrar la culpa, a llevar una vida digna desde su infancia y a ventilar, con huracanes, armarios hasta ahora invisibilizados.

«Tratamos de transmitirles a nuestros niños y niñas que los referentes tienen que ser ellos mismos, porque están viviendo realmente un proceso que está cambiando la sociedad», asegura Saida.

Carla Antonelli cree firmemente en la pedagogía y la información para derribar prejuicios, ideas preconcebidas y acabar con la invisibilidad.

«La visibilización es normalización –dice–. Y, por suerte, hemos pasado de los travestis y hombres vestidos de mujer de los años 70 a hablar de hombres transexuales y mujeres transexuales. Ya llevamos tiempo con personas transexuales que ahora tienen 20 años y que han tenido la posibilidad de empezar a estudiar en institutos con normalidad y sin persecución. Ahora, esta nueva generación de niños y niñas tienen otra batalla abierta: el acceso a los tratamientos desde la pubertad. Además, es un paso importantísimo y una gran dosis de pedagogía la tarea de visibilización de los padres y las madres. Pensemos que hay chavales adolescentes que, dentro de unos años, probablemente se casarán y, por una cuestión de matemática pura, algunos tendrán hijos transexuales. Y ya dispondrán de las referencias visuales de padres y madres que defendían a sus hijos transexuales. Por lo tanto, tendrán incorporada esta información positiva y no la información castradora y culpabilizadora que se tenía hace décadas, cuando se vivía más por el qué dirán que por el amor que se tiene que sentir por un hijo».