FUENTE: La Nueva España
La lucha de una familia por los derechos de los menores transexuales llega al Constitucional ante la prohibición del cambio de sexo en el DNI y el Registro Civil
Avilés, M. MANCISIDOR Con apenas 2 años Patrick aprovechaba los despistes de su vecino para sisarle los calzones. Sus padres supieron leer aquella y otras muchas pistas. «Hay niñas que nacen con pene y niños con vulva y hay que empezar a tomar conciencia de esto», manifiesta Natalia Aventín, madre de Patrick y presidenta también de Chrysallis, asociación de familias de menores transexuales que trabaja sobre todo con niños por debajo de los 8 años. La lucha de esta familia a favor de los derechos de los menores trans ha llegado al Tribunal Constitucional, que dilucidará si la ley que prohíbe el cambio de sexo en el DNI y en el Registro Civil es inconstitucional. Las trabas legales no son ni de lejos el único campo de batalla de los menores transexuales: la sociedad aún habla de cuerpos erróneos, cuando lo que existe es una distorsión de la realidad.
Algunos menores trans reprimen su sexo sentido por agradar a la familia hasta la adolescencia, el gran estallido. Prueba de ellos es que los profesionales de la Unidad de Tratamiento de Identidad de Género del Principado de Asturias, la segunda del país, atiende cada vez más a menores con la pubertad llamando a la puerta: de los 150 usuarios que solicitaron asesoramiento desde que el centro abrió sus puertas en Avilés en el año 2007, ocho eran menores con una edad mínima de 12 años. A la unidad asturiana suelen llegar los padres con sus hijos después de recorrer muchos kilómetros en defensa de la normalización de la transexualidad. En Avilés también ocho adolescentes participan en «Diversex, punto de encuentro», un programa municipal que permite a los jóvenes consultar con el sexólogo Iván Rotella sus dudas acerca de su identidad sexual y exponer las dificultades que se encuentran en su vida cotidiana.
El médico de cabecera es quien remite habitualmente a los menores transexuales a la Unidad de Tratamiento de Identidad de Género, donde los profesiones suelen aplicar tratamientos hormonales para frenar el desarrollo en la adolescencia. El trabajo de los especialistas (dos psicólogas clínicas, un endocrino y una enfermera) se ajusta a meticulosos protocolos que parten de la base de que las intervenciones hormonales pueden ser adecuadas para algunos adolescentes, pero no para otros. «Nuestra labor no es sólo dar hormonas y operar, nuestra labor es que la persona que sufre entre sexo sentido y sexo asignado al nacer encuentre un rol en el que esté cómoda. Y esto se puede conseguir sin tratamiento médico», explica el endocrino de la unidad, José Antonio Álvarez-Diz. Los bloqueadores hormonales son inyectables que se reciben cada tres meses y generalmente durante un periodo de dos años y medio como máximo. Éste es un momento duro para los padres de menores transexuales. «Yo lloré más que nunca», confiesa Natalia Aventín. Se explica: «Mi hijo, que con 12 años aún tomaba ibuprofeno infantil, se estaba medicando para que la sociedad lo identifique con lo que es». No sólo eso: «Estos bloqueadores son los mismos que toma una gimnasta o una niña con pubertad precoz, pero sólo los niños transexuales deben pasar un largo proceso con psicólogos y psiquiatras en el que se cuestiona al menor y a la familia para que finalmente les diagnostiquen lo que llaman disforia de género». Su consuelo es el avance conseguido en los últimos años. «Si a una persona transexual adulta le preguntas por el día de su comunión te dirá que tiene un recuerdo espantoso, y ahora ya hay niñas que orinan de pie o sentencian con rotundidad que su ‘colita’ es femenina, pero también vemos a niños encerrados en su casa que se autolesionan porque no pueden ser como son y a los que se les diagnostica hiperactividad por desconocimiento», agrega.
Tras el tratamiento hormonal algunos adultos transexuales solicitan cirugía de reconstrucción genital, aunque es una minoría. «La cirugía es un mito», dice Natalia Aventín. Y se explica: «Las personas transexuales pueden tener su sexualidad perfectamente porque son mujeres con pene y hombres con vulva, no tienen un problema funcional». De los ciento cincuenta transexuales atendidos en Avilés en los últimos nueve años veinte fueron intervenidos quirúrgicamente en el Hospital Carlos Haya de Málaga. Este servicio lo costea también el Gobierno regional gracias a un concierto con el servicio andaluz de salud.
A la batalla social y sanitaria de los menores transexuales hay que añadir la contienda legal. Cambiar el nombre en el DNI -Marcos por Inés, por ejemplo- es relativamente sencillo si los padres acreditan que es de «uso habitual». El problema viene a la hora de rectificar el sexo en el mismo documento. «La ley en nuestro país exige dos años de tratamiento hormonal continuado y que exista mayoría de edad», explica el endocrino avilesino Álvarez-Diz. En España, los menores transexuales que han conseguido cambiar su sexo en el DNI ha sido por expediente gubernativo frente al Registro Civil. «El único intento por vía judicial ordinaria es el nuestro», puntualiza Aventín, ahora en pleno litigio. Su caso ha llegado al Constitucional, que va a dilucidar si la ley que prohíbe el cambio de sexo en el Registro Civil es inconstitucional.
En Chrysallis están satisfechos. Son los primeros pasos del largo camino de la diversidad y del sexo sentido. «Mi hijo siempre fue feliz. De pequeñito nos decía que quería ser calvo como papá y nosotros le cortábamos el pelo, cuanto más mejor. Elegía su ropa y tuvo una infancia relativamente fácil. Pero al llegar la pubertad vio que su cuerpo cambiaba y nadie sabía poner nombre a lo que ocurría y que encima tenía más perjuicios de los que creíamos», concluye Aventín. Ahora internet ha estrechado lazos entre una nueva generación de padres de menores transexuales dispuestos a aunar esfuerzos con un objetivo común: la felicidad de sus hijos.