Entrevista a Lucas Platero:
Hablamos con el sociólogo Lucas Platero sobre la situación de las personas trans en los centros educativos, sobre inclusión y de las dificultades para aceptar que las prácticas deben adecuarse a las personas y no al revés.
Lucas Platero es sociólogo y profesor en un instituto de Madrid, con alumnado adulto. Es referente a la hora de hablar de personas trans y en 2014 publicó, precisamente, el libro Trans*exualidades. Acompañamiento, factores de salud y recursos educativos (Bellaterra). En él dedicaba espacio y reflexiones al papel de los centros educativos, los docentes y el sistema a la hora de facilitar la vida del alumnado trans. Hablamos con él pasados unos días de la polémica con Hazte Oír, al tiempo que, hoy, se celebra el Día de la Visibilidad Trans.
¿De qué hablamos cuando hablamos de personas trans en el sistema educativo?
Cuando pensamos en una persona trans en el sistema educativo solemos pensar en un estudiante. Pero puede ser el personal de la limpieza, conserjería, bedeles o las propias familias. Podemos ser los profes. Ahora mismo, la presencia que tiene más visibilidad es la de los chavales, que representan la cara más amable de la realidad trans.
¿Cómo es la primera reacción ante el chico o la chica trans?
Las chicas y chicos no llegan, es que ya están en el sistema educativo. Veo que algunos profes se llevan una gran sorpresa: “Parece tan normal…”, “no puede ser, tú eres un buen estudiante”, “esto es una cosa pasajera, de adolescencia”… Algunos profes que, bienintencionados, dicen cosas como que la gente trans es “muy pesada, que está todo el día hablando de lo suyo”. Y eso, quizás, altera el clima de la clase. Tanto hablar de lo tuyo, hace que haya posiciones enfrentadas… Y los demás no queremos hablar de esto.
Muchos intentan hacerlo lo mejor posible, pero no saben bien cómo y a los chavales les ponen en la obligación de tener una certeza: “¿Pero estás seguro?”, “¿tienes esto clarísimo?”. Se han de enfrentar a una decisión que les cambia la vida, para siempre. ¿Seguro que no cambiarás de idea? ¿seguro de que vas a aguantar el tipo en un centro escolar, donde vas a ser la diana de todos los comentarios? El sistema educativo nos pide exponernos públicamente y no nos olvidemos de lo que es un instituto o un colegio: es un microcosmos bastante salvaje, en el que se están poniendo en tela de juicio y construyendo las personalidades. La adolescencia tiene mucho de ser diferente: no me entiende nadie pero quiero ser igual que tú. Tiene esa dualidad.
En estas situaciones el riesgo es que vivan acoso, que no estén bien para hacer su vida. Como profes, tenemos la obligación de que salgan adelante y les vaya lo mejor posible con respecto a su progresión académica, con su desarrollo personal. Por eso, tendríamos que estar más atentos, como sistema educativo, a todas las cosas que suceden en el espacio escolar.
Con nuestras ideas tan rígidas estamos produciendo que los chavales tengan que ir de un extremo a otro, por las demandas que les hacemos. Cuando alguien te dice: “Yo no soy un chico”, nuestra cabeza registra: “Entonces es una chica”, y puede ser el caso, pero igual es la realidad de todas las personas.
Las rupturas que encarnan tienen que ver con cómo se ha construido este chico o chica adolescente estereotipado: ellos tienen que ser lo más, el primero, el más rápido, el más valiente. Crecen con una gran presión para mostrar esa masculinidad, las voces por los pasillos, los empujones… y toda la socialización “apropiada de los chicos”. Las chicas por su parte, se les exige ser de maneras muy estereotipadas con respecto a la feminidad, amables, mediadoras, simpáticas.
Como profes, por una parte, tenemos que abordar y proteger a los chavales trans y, por otra, las maneras estereotipadas de masculinidad o feminidad, bastante dañinas para todo el mundo, la producción del binarismo de género, los modelos cerrados, la dificultad para cuestionar cómo hablamos de las cosas. Son dos tareas, entrelazadas, pero distintas.
No es una cuestión de las personas trans…
Les hacemos creer a las personas trans de todas las edades que ellas son el problema. Igual que en una situación de acoso: la persona acosada se convierte en el problema y por eso se la cambia de centro. Porque encarnan el problema. Entras por la puerta del centro y todo el mundo dice: “Vigilamos a este chaval o chavala para que no le pase nada”. Pero nadie vigila el entorno, no lo transformamos. Eres tú, que tienes un problema, que no se ha sabido defender. Mientras que los demás se enfrentan a violencias similares, “pero se han sabido defender”. Este enfoque es muy problemático, no impulsa una transformación.
¿Cómo identifica un docente a un alumno trans? ¿cómo ha de actuar?
A veces ves que un chaval o una chavala tiene una expresión de género que no es como la de los demás. En educación infantil el profesorado puede estar más atento, ofrecer más espacios de expresión y juego, como el cajón de disfraces, el juego simbólico… Entonces ves que hay una persona que adopta un rol que no se espera de ella, con insistencia. O te piden que utilices otro nombre, expresan cosas y hay que estar atentos. Si son personas mayores, te lo dicen ellas.
Me contaba una compañera de FOL que tuvo una chica trans en su aula, que le dijo que necesitaba decirlo a sus compis, cuando tuvo un informe de disforia de género. Los profes hicieron un acompañamiento. Y en un momento dado, ante la presión, la alumna pide ir más despacio, en relación al uso del nombre femenino, su apariencia… Entonces, los profes que han hecho un esfuerzo por salir de su marco tradicional se sienten engañados, porque creen que se trata de ir muy rápido de A a B, sin darle su tiempo a su proceso.
En nuestra sociedad hay una presión muy grande por conformar las normas, y los chavales a veces están mejor, a veces están peor. Hay muchas experiencias distintas, a menudo atravesadas por el acoso y los diferentes apoyos que reciben. En secundaria hay quienes vienen ya bastante dañados, y se podría decir: “Claro, es que la gente trans es problemática, están todos fatal…”. No, es el impacto del acoso y la falta de apoyo de tu familia. Esas son las causas de su dolor. Tendríamos que pensar cómo son nuestros entornos escolares para que no fueran tan difíciles y que apoyasen a quienes más lo necesitan.
¿Se las ve como personas incómodas dentro del sistema?
Acabo de cambiar de instituto tras muchos años en otro centro. Y al principio escuchas cosas por el pasillo como: “Si quisiera ser un chico de verdad debería tener pelo en la cara” o “es que… se le nota mucho”. De fondo, te das cuenta de que la diferencia puede generar incomodidad a alguna gente. El feminismo incomoda, los niños mariquitas incomodan, los chavales trans incomodan, los niños inmigrantes incomodan, las que tienen discapacidad incomodan… Nos hacen plantearnos, aunque no quieras, hacer una reflexión muy profunda: “Es que mi centro no es accesible”, “es que mi vida no es accesible”, “es que mi vida podría ser otra”, “es que estoy todo el día hablando de mi familia heterosexual”. Me incomoda que esté este niño porque tengo que empezar a hablar de ciertas cosas, y hacerlo de otra manera.
Una vez vino una alumna a mi clase que era invidente, gitana y con un problema cardiaco, en ese centro le daban largas para que no se matriculara, porque tendríamos que adaptarnos, por ejemplo, explicar todo lo que escribíamos en la pizarra dado que ella no lo veía. Y era incómodo para algunas personas. Generas una incomodidad extrema al no dejar hacer las cosas como siempre se han hecho. Rompes lo que se supone que es “normal”.
Las personas que tenemos alguna diferencia interseccional aportamos cosas importantes, desde una madurez temprana, autoreflexión y un lenguaje específico, así como cuestionar que esas cosas que tú siempre has hecho así, se pueden hacer de otra manera. Por ejemplo, cuando tienes un chaval que no puede hacer un examen escrito, es un buen momento preguntarte ¿de verdad tengo que hacer un examen? ¿por qué hacemos tantos? Podríamos pensar, por ejemplo, cómo la organización escolar está articulada sobre la diferencia binaria entre hombres y mujeres, la propuesta es darnos la oportunidad para repensar la escuela, cuestionar lo que damos por habitual.
¿Qué elementos debe tener un centro para ser seguro?
Debe ser un centro en el que haya una tasa muy baja de acoso. Un sitio que sea más amable, en el que veas que a la gente adulta le importan los estudiantes. Esto no es tan obvio. He trabajado en sitios en donde los estudiantes son percibidos como un problema, molestan, son pesados, hacen ruido. Hay que percibir a los estudiantes como parte de la vida escolar, no como un accidente. A los profes, de alguna manera, nos gustaría tener alumnos listísimos, que nos dijeran lo bien que lo hacemos todo… Pero no va de eso, no va de la autoestima del profe, va del desarrollo académico, personal, del crecimiento de los estudiantes. Creo que una escuela segura encarna un espacio en el que tú puedes crecer, con apoyos para avanzar. Donde se hacen visibles las diferencias, no como un problema, sino como un activo, como un valor.
Sobre el profesorado, hay algo de encarnar tú la diferencia que hace que los chavales se miren en ti. Vienen a hablar contigo, y tienes que ser accesible, con quien se puede hablar de las cosas importantes. No sólo sobre el género o la sexualidad, sobre los trastornos de alimentación, de las drogas, del absentismo. De lo que quieras. La relación que estableces con los chavales es muy importante, hará que te cuenten cosas y busquemos soluciones. A veces, estamos tan metidos en las materias que no nos damos el tiempo para crear una buena relación con los chavales.
¿Es falta de tiempo, de interés?
Bueno, puedes tener tiempo o no, pero es tu trabajo. Nos gustaría tener una clase perfecta, encender tu powerpoint perfecto y que todo el mundo haya estudiado y saque un ocho y que tú digas: “Qué alumnado tan bueno tengo”. Pero el proceso escolar son muchas más cosas. No sé, por ejemplo, el pasado fin de semana ha muerto el padre de una alumna mía. ¿Qué hago? ¿le pido los deberes al mismo tiempo que los demás? ¿su duelo no es parte de lo que aprendemos? Para aprender, necesitamos tener un vínculo emocional y establecer interacciones múltiples y significativas, entre iguales y con los profes, que aborden los contenidos académicos, pero también sobre lo que nos pasa y quiénes somos. Es otro elemento de la escuela segura: la interacción con muchas personas, donde esa interacción no está filtrada por la violencia que voy a recibir o condicionada a si me acepta mi entorno, si me percibe como una persona molesta o imposible, o alguien que incomoda.
La escuela segura supone identificarte, tener un clima agradable, no consentir el acoso, donde los profesores no humillan a los chavales, donde no les insultan y sí nos preocupamos por cómo están, donde hablamos de los contenidos académicos de muchas maneras.
Quizás es un ideal tramposo, porque la escuela segura no existe. Pero es un ideal y la utopía tiene la función de guiarnos hacia qué dirección caminamos. Pero si nuestro camino está interrumpido por el informe PISA, la PAU, el bilingüismo mal implantado…
El sistema es muy rígido y hay mucha gente que le molesta.
Parece que en el fondo nos molestan los estudiantes y los profes que no son obedientes. Tendremos que cambiar eso. Si te dedicas a la docencia es porque te gusta, y si no te gusta, mejor vete.
¿Hay mucha gente a quien no le gusta?
Hay gente que percibe la docencia sólo como un trabajo y yo creo que la vocación docente tiene que tener algo más. Tiene que haber una diferencia significativa entre ser profe y ser otra cosa. Tiene que haber una parte de que te apetezca, que se te dé bien…
Y tener una sensibilidad hacia la diferencia…
Vivimos en una falacia: hay que tratar a todos igual. No, no hay que tratar a todos los chavales igual. Les tendré que tratar en función de sus necesidades. Y esto se da de bruces con la idea del currículum único, de un único ritmo de aprendizaje.
Hablamos de la plena inclusión, eso exige aprovecharnos y aprender de la diferencia. Y no siempre percibimos a las personas que encarnamos alguna diferencia como un activo. Traemos algo que los demás no tienen. Los chavales trans, o LGTB son mucho más flexibles para cuestiones de género, tienen un vocabulario, un conocimiento y una autoreflexión encarnada que los demás no tienen. Han hecho un trabajo con sus familias, aunque les haya salido más o menos bien, han tenido que luchar por su propia identidad en edades muy tempranas, con lo que hay un trabajo de autodeterminación y de búsqueda de su camino. Los demás no han tenido que madurar en esa dirección. Tienen un valor activo y no lo vemos. Los percibimos como un problema. Tenemos que ser capaces de ver un poco más allá de la norma, del protocolo.
¿Hay protocolos suficientes? En algunas CCAA los hay, pero no en todas.
Los protocolos son la estandarización del sentido común, que evitan que se hagan cosas sólo si se tiene “sensibilidad” para cubrir las necesidades de una persona determinada. El hecho de tener que implantar protocolos te dice que hay lugares donde hay resistencias a utilizar el sentido común, por ejemplo, para usar el nombre de pila de una persona como ella quiere. Siempre pongo el ejemplo de mi amigo Curro. En el DNI se llamaba Francisco. Y no tenían ningún problema en la escuela para llamarle Curro. El sentido común te dice: “A lo mejor no se pudo poner Curro en el DNI, pero él se llama Curro”. En la lista, donde pone Francisco, tú tachas y pones Curro. ¿Esto es muy distinto en las personas trans? Es lo mismo, pero nos cuesta más. Es el nombre, el uniforme, el baño, los espacios segregados… Es nuestra manera de concebir el proceso de enseñanza y aprendizaje.
El temor a los baños mixtos ¿Tiene más que ver con el posible acoso?
Es un miedo que se materializa en un lugar concreto. El cuarto de baño encierra todo lo sucio, todo lo íntimo; el baño es la metáfora. Es el lugar que encarna todos los miedos de la persona adulta: “A saber lo que hacen allí”. Pues contarse un secreto, hacer pis, lavarse las manos, salir de clase un rato que te has cansado de estar allí… Lo mismo que las personas adultas.
Y hay otros espacios de conflicto…
Según entras por la puerta. El patio, el recreo. La entrada del instituto es un sitio bastante difícil porque tienes que pasar por delante de todo el mundo, vas escuchando lo que la gente dice de ti. Es un sitio difícil. O los grupitos que tienes que atravesar. Puede generar bastante miedo. Y ya ves tú, está todo el mundo delante.
A lo mejor nos toca hacer una cosa que decimos mucho en educación infantil: todos los espacios escolares son lugares educativos. Vamos a educar sobre cómo se está en la entrada, sobre cómo son los pasillos, el espacio del recreo. ¿Hacemos que los lugares comunes sean amables o ásperos? Creo que nos toca pensar cómo son las relaciones que se establecen en ellos y cuál es nuestro papel como escuela.
A veces esperamos que ocurran cosas que si no es por un protocolo no van a ocurrir…
Tanto si hay un protocolo como si no, necesitas la implicación del profesorado para hacer lo que hay que hacer. Incluso si hay protocolo ¿hay posibilidades de boicotearlo? Todas. En estas cuestiones, al final, lo que quieres es que haya un cambio de actitud y que sea algo socialmente mayoritario. Y esto enlaza con lo que estamos viviendo con el autobús de Hazte Oír. Cada vez hay más personas que se alarman con la frecuencia del acoso escolar y lo rechazan, que aceptan que hay personas trans, al menos más que hace una década.
Yo creo mucho en los efectos de los cambios sociales, que me parecen más duraderos. Los protocolos o las leyes son importantes, pero somos las personas las que con nuestras acciones cambiamos la sociedad. Este autobús ha incomodado a muchas personas, que no desean problematizar a los niños y las niñas, que no quieren ser cómplices con el acoso.
Los niños y las niñas necesitan saber que son posibles, con sus cuerpos y con sus vidas. Esa es nuestra responsabilidad como sociedad.
¿Dónde debería estar el debate?
Para mí, es importante hacer un cuestionamiento del deseo de normalidad que tenemos. Es una idea problemática, porque encierra varios significados, desde lo más habitual hasta lo más deseable, no es lo mismo. No todas las personas podemos o queremos “ser más normales”. Mi alumna no puede ni debe dejar de ser gitana, invidente o tener una cardiopatía, para poder desarrollarse como estudiante, como persona o como trabajadora. Este deseo de normalidad nos hacer sufrir, y debemos cuestionarlo. El profesorado tenemos que pensar cómo hablamos, no por censurar o estar súper vigilantes, sino porque estamos conformando la realidad a través de nuestras palabras.