Trans no binaria, activista, mapuche, rapera de barrio, sudaca. La obra de esta artista atraviesa e interpela todas las categorizaciones que buscan enmarcarla. Aquí una semblanza de su vida y su trabajo en los márgenes del género.
Fuente (editada): Arcadia | Ignacio Damiani | 26/06/2019
Paz tiene unos rasgos de belleza hegemónica. Y si no los tuviese, ¿qué? Paz te suelta una mirada eléctrica con unas ganas de vivir que inyecta. Pero si tuviese los ojos apagados, ¿qué?
Bebe un sorbo de café con leche y no tardará en sonreír. Debajo de su mentón tiene impreso el símbolo mapuche Nge Nge, que permite observar, a través de un ojo, las almas.
Son las 12 del mediodía en la ciudad de La Plata, Argentina, y tiene mucho para contar acerca de su arte y su disco. Pero antes, es necesario hablar de ella, de sus orígenes, de su pueblo.
Paz Kümelen (“estar en paz, ser feliz”, en idioma araucano) Berti nació hace 30 años en Allen, un pueblo ubicado en el Alto Valle de Río Negro. Allí, a mediados de 2010, se solaparon 1625 kilos de cocaína entre cajones de manzanas, valuados en 1.400 millones de euros: la operación de narcotráfico más grande de la historia de Argentina y España, conocida como “Manzanas Blancas”. El principal condenado es Valentín Temes Coto, primo de Alfredo, el dueño de la cadena de supermercados Coto.
Desde ese territorio, emergió su obra artística. Su arte se plasma desde su identidad que no admite ni soporta categorizaciones. Ella misma se define como trans no binaria, activista, mapuche, rapera de barrio, sudaca. Le recontra cabe el neologismo de “artivista” por la diversidad.
Su infancia se recreó en el barrio Santa Catalina, un cuadrado de cemento y hierro con 32 escaleras que conectan a los 264 departamentos del monoblock construido para cubrir la necesidad habitacional de clase trabajadora en 1982. En un pueblo de más de 27.433 mil habitantes según el último censo 2010, en el Santa se acumula la mayor densidad poblacional en menor cantidad de metros cuadrados.
No existe una tarde en la que el piberío del Santa no juegue al fútbol en los playones agrietados del barrio. La cultura machista, en un barrio picante, parece invadir todo, todo el tiempo: “Mi viejo me decía ‘andá a jugar al fútbol’. Y yo por dentro, pensaba: ‘Ok, dale’. Pero a los dos días me caía la ficha: ‘Y no… No me va’. No es que no me cupiera el fútbol: lo que no me iba era eso de que debías demostrar hombría. A la vez, tampoco me gustaban mucho las muñecas. Tampoco me sentía mujer. Entonces, me di cuenta de que no tenía por qué pertenecer a una de esas dos cosas”.
Paz cree que hay que proponer arte para que las nuevas generaciones de trans y travestis que forman parte de un pueblo predominantemente heteronormativo, tengan otras oportunidades. Desde esa concepción, nació en 2017 Patagonia Emergente, su primer disco construido completamente por artistas del sur argentino. El trabajo artístico es un collage de géneros: rapeo sobre bases que se mezclan entre la cumbia, la cultura barrial, con detalles del trap, funk, reggaetón, bajo la mirada del mainstreaming de género.
Patagonia Emergente es una mixtura del diálogo con su propia vida: lo que se permite escuchar y dejar ingresar, lo que logra producir e intenta generar. No puede definirse. O bien solo puede enmarcarse en una búsqueda constante.
Paz emergente
La búsqueda artística que mantiene desde muy pequeña terminó por fortalecerse cuando decidió a viajar por Latinoamérica como mochilera. El destino final, en principio, era Colombia. La maravillaba la idea de profundizar los conocimientos sobre la cumbia caribeña. Camino hacia el norte, frenó unos meses en Florianópolis y terminó por afincarse en Río de Janeiro tres años.
En Río tuvo techo, comida y arte: “Me abrigaron en la casa unas ‘marikas’ amigas, que eran una excepción: tenían privilegios económicos. Ellas me dieron un cuarto regio. Me quedé ahí un tiempo, pero después me fui para la favela en Providencia. Si yo no quería ir a la favela podía no haber ido. Pero para mí fue enriquecedor en todos los aspectos: me había enamorado del funk carioca y la favela era su cuna. Recorrí los bailes, me nutrí de un montón de música y de la cultura negra que me ayudó muchísimo a empoderar un montón de cuestiones vinculadas a mis raíces. Eso representó Brasil en mí”.
En ese país ganó una beca en el Instituto Nacional de Canto Coral. Luego, pasó por Porto Alegre donde plasmó un proyecto con la artista Karina Sieben -entonces MC Cholita- y el DJ Frede Beck. Al poco tiempo, con Cristian Puchel, alias “Cristo Reventón”, comenzó a producir el disco de 10 canciones.
La irrupción de la cultura trans
Las nuevas oleadas de la cultura trans están desarmando el histórico estigma que tiene el colectivo asociado a la violencia, al dolor, a la discriminación, a la prostitución. Razones no faltan para que el abordaje sobre la temática esté asociada a estos términos. La actualidad de la población travesti-trans en Argentina es alarmante: en 2018, hubo 90 asesinatos. En lo que va de 2019, ya son 39 (el último caso fue el 21 de junio pasado, según el listado que lleva adelante la Asociación Civil la Rosa Naranja que preside Marcela Tobaldi). La esperanza de vida es de 35 años. El 80% no cuenta con trabajo formal y más del 70% no termina el secundario. En la primer y única encuesta realizada por el INDEC en 2012, el 83% declaró haber sido víctima de delitos graves de violencia y discriminación.
Los indicadores son tan conmovedores como indiferentes para la casta política. La violencia a las travestis-trans es física, psicológica, simbólica, económica e histórica. Sobre la historia, se adeuda un revisionismo, por eso desde la Coordinadora Antirrepresiva Lgbtttiqp (Lesbiana, Gay, Bisexual, Transgénero, Transexual, Travesti, Intersexual, Queer y Pansexual) se plantea que “la memoria no es un privilegio cisheterosexual” y exigen que “la historia de las víctimas de la dictadura incorpore a las víctimas no cisheterosexuales”.
La legislación que ataca al colectivo trans-travesti va mutando: si en los noventa cayeron los edictos, en la actualidad la Ley 23.737 de Tenencia y Tráfico de estupefacientes, funciona como una especie de su alter ego. En la actualidad, el 91% de las trans-travestis se encuentran presas bajo esta ley. De este porcentaje el 100% son migrantes.
Paz desdobla la mirada entre el estigma y el empoderamiento económico: “La construcción del marica de barrio, afeminada, pobre, que no tiene zapatillas para vestirse, se montó bajo una mirada de poder del opresor. Las maricas no somos eso”.
A la vez, piensa que la deconstrucción debe ser infinita: “Tampoco quiero quedar encorsetada a la mirada de las formas del ser de una cultura mapuche. La categorización siempre está ahí, poniendo marcos, cercenando libertades. Hay que partir de cero permanentemente. Intento romper con el estigma entre las trans que es necesario poner en jaque. Si sos mujer trans tenés que tener tetas, culo, tenés que comportarte así… No, pará, también hay que deconstruir eso”.
Sin embargo, contra todo lo expuesto, referentes del colectivo travesti como Lohana Berkins, Amancay Diana Sacayán, Claudia Pía Baudracco y Marlene Wayar, entre tantas otras, marcaron el camino de los avances en materia de reconocimiento de derechos. Baudracco fue asesinada en 2012, Sacayán en octubre de 2015 y Berkins murió en 2016,.
La potencia trans agregó una bocanada de aire en 2012, cuando la lucha travesti-trans logró la aprobación de la Ley de identidad de género, un avance que significó una vanguardia a nivel mundial en materia de derechos humanos. En 2016, se sancionó la Ley 14.783 de Cupo Laboral Trans en la Provincia de Buenos Aires. Esta ley establece el que el 1% de la administración pública sea ocupado por personas trans-travestis. La ley fue aprobada en septiembre de 2015. Aún hoy la gobernadora María Eugenia Vidal, no la ha reglamentado.
Sin embargo, la lucha no se detiene: en 2013, Lulú, una niña trans de 6 años, recibió su DNI acorde con su identidad de género autopercibida. Fue el primer caso en el mundo en que el Estado reconoció el derecho a una menor de edad sin judicializar el trámite.
En 2017, Quimey Ramos, con 22 años, se convirtió en la primera maestra transexual, en medio de una clase. Un día llegó a la escuela donde trabaja en La Plata y les compartió a su alumnado que era una mujer trans. Su reacción no encontró prejuicios. Cuando Quimey lo recuerda, se emociona: “Fue hermoso”, suelta.
Este año, trascendió la historia de Tiziana, la primera niña trans de Salta que a los 8 años se sentó frente a sus padres y les compartió lo que sentía: “Soñé que me despertaba, iba al baño, me miraba en el espejo y era una nena. Y que siempre había querido ser una nena”. Luego, no tardó en preguntarles: “¿Puedo ser nena?”. El amor hizo el resto, la mamá y el papá se involucraron en la lucha para obtener finalmente el reconocimiento institucional.
Como ellas, Paz busca penetrar a través de su cultura no binaria. Quiere romper los viejos estigmas para lograr el empoderamiento: “Mi show es una especie de ‘Educación Sexual Integral’ para adultes. No soy la única que está en esta línea: me inspiran Sara Hebe, Susy Shock, entre otras. Creo que todas soñamos con un festival solo de trabas y maricas: con toda la disidencia junta. Queremos difundir a la sociedad nuestra cultura trans. No hay que tener límites con los espacios, todos deben ser ocupados. Hay que terminar con los prejuicios. Hay que perder el miedo. El marica tiene puertas cerradas porque vivimos en un lugar que quiere que no existamos. Pero esos lugares de dominación terminaron. Somos la generación que dice: ‘Se acabó’”.
* * *
Ya casi son las tres de la tarde y el sol otoñal atraviesa el viejo ventanal de la cafetería Big Siberia. Días después el bar cerrará sus puertas intempestivamente por la crisis que azota el país. Mientras tanto, la performance lumínica avanza hasta detenerse en una vieja biblioteca en donde se mezclan libros de Fabián Casas con Tom Wolfe. La portada del libro de Wolfe es turquesa y se llama Lo que hay que tener.
Paz no detiene su sonrisa, transmite felicidad. Van casi tres horas de entrevista pero quedan temas por abordar. En Argentina, resulta ineludible abordar el feminismo y el contexto crítico que afecta al país. Sobre el primer tema no tarda en desmalezar el enfoque del concepto de feminismo: “El debate por el aborto unió a la lucha travesti-trans con el feminismo, pero luego las trans nos quedamos nuevamente luchando con nuestras problemáticas. Eso tiene que ver mucho con la lucha de clase. Creo que hay que deconstruir el concepto de feminismo para poder hablar de diversidad”.
Sobre la crisis económica que atraviesa el gobierno de Mauricio Macri, dirá: “Veamos qué ocurre con la crisis generada por este gobierno. Muchos la están pasando mal y yo solo pienso: ‘Bienvenido a la crisis que vivimos las trans históricamente’. No me alegra la crisis que estamos atravesando, lo que quiero decir es que las clases afectadas tienen que empatizar con nuestros reclamos, porque, en definitiva, esas demandas les son propias”.
La disidencia unida
El café quedó atrás. Ahora la cita es en San Telmo. Ya no hay espacios entre los 487 lugares que ofrece el Espacio Xirgú, el centro cultural de Buenos Aires donde la artista ofrecerá su show. Son las once de la noche y Paz está por salir al escenario.
Las luces, el sonido, el micrófono y la energía, están bajo su control. El rapeo encuentra su forma en la danza, su atuendo es una mezcla fantástica de diva teatral con pinturas vintage.
“Tá tudo pronto
Voy a bailar,
Voy a bailar
Voy a bailar, bailar para deconstruir
Voy a bailar, bailar para deconstruir
Voy a bailar, bailar para deconstruir
(Baile da desconstrução, Patagonia Emergente).
Paz ordena el show. Le da indicaciones al público y el público imita sus movimientos.
Ahora les pide que se sienten. Acatan. Son pocas personas las que no aceptan la dinámica.
Entonces Paz echa a quien no quiera formar parte de la danza y arroja una pregunta retórica: “¿Para qué te vas a quedar en un lugar donde no sos capaz de integrarte?”.
Dirige.
Ejerce su libertad.
Sonríe.
Emerge.
Tiene el poder.