En el Día Internacional contra la Homofobia, Transfobia y Bifobia, que algunos colectivos recuperan como fecha reivindicativa ante la mercantilización del 28J, repasamos con Chrysallis cómo las palabras pueden hacer daño y estigmatizar a las personas trans. O cambiar de bando.
“Muchas veces nos toman por histéricas, piensan que utilizar el lenguaje inclusivo es hilar muy fino y prefieren utilizar el lenguaje de siempre, que puede resultar hiriente”, dice Saida García, vicepresidenta de Chrysallis. “Pero nuestras propuestas van calando y lo vemos, por ejemplo, en algunos reportajes que nos sorprenden para bien”, explica.
La Asociación de Familias de Menores Transexuales, Chrysallis, a punto de cumplir cinco años, conoce el poder del lenguaje y se ha propuesto desterrar el discurso patologizador y estigmatizante: el que habla de “incongruencias” entre sexo y género, pone el centro en la genitalidad y no se despega de la “disforia” de género. Porque creen que el lenguaje que sostiene el poder puede, también, cambiar de bando y convertirse en un agente transformador.
“Los avances que se van viendo tienen detrás muchísimo trabajo. En muy poco tiempo hemos generado mucho contenido, pero somos un colectivo nuevo y teníamos la base en el trabajo de las activistas trans adultas”, dice García, que cree que la aportación que ha hecho Chrysallis es que para las instituciones, antes era sencillo cuestionar a las personas trans porque “se enfocaban las identidades trans como si de perversiones sexuales se trataran; primero se les negaban sus derechos fundamentales, condenándolas a la exclusión social y luego se las culpabilizaba y señalaba como peligros potenciales para la sociedad”. Pero algo cambió con el nacimiento de Chrysallis: “somos una asociación de familias, nuestres hijes tienen a veces 3 años, no se pueden utilizar las viejas tretas”.
Natalia Aventín, presidenta de una organización que comenzó con seis familias socias y hoy llega a 700, insiste también en la fuerza de las palabras, que pueden causar daño o construir otro discurso sobre la transexualidad. “A veces con el discurso te sientes agredida y no sabes distinguir qué es lo que te transmite esa agresividad, qué parte del discurso te está hiriendo”, dice la presidenta de este colectivo para el que identificar esos malestares es parte del trabajo que se hace con las familias nuevas.
Pese a los últimos avances legislativos, como la Ley Integral Trans en marcha o la propuesta que facilitaría el cambio del nombre registral, la LGTBfobia y la visión patologizadora de la transexaulidad es hoy una realidad, como se recuerda en el Día Internacional contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia, el 17 de mayo, fecha del día en el que la homosexualidad fue eliminada de la lista de enfermedades mentales de Organización Mundial de la salud en 1990, al mismo tiempo la transexualidad entraba en los manuales de diagnóstico como patología. Desde entonces, la transexualidad, no ha abandonado la lista de la OMS, aunque sí ha cambiado de epígrafe en la actualización de este año: abandona el de “trastornos de la personalidad y el comportamiento” para pasar al de “condiciones relativas a la salud sexual”, donde se considera una “incongruencia de género”, pese a que los colectivos de personas trans continúan insistiendo en que no hay tal incongruencia.
Repasamos con Chrysallis algunas indicaciones para identificar cómo el lenguaje puede reforzar la visión estigmatizadora que considera que las personas trans son un error. Y para cambiarlo.
Usa el nombre social. El nombre social es el nombre elegido por la persona, que puede o no coincidir con el nombre registral. Negarse a llamar a un persona por su nombre sentido, como hizo la Fiscalía con la tuitera Cassandra Vera, no solo es tránsfobo sino que supone un atentado contra la intimidad.
Transexual es un adjetivo, no un sustantivo. “Transexual” es un adjetivo y debe ir por tanto precedido de un sustantivo. Chrysallis advierte del error de referirse a una persona trans como “un transexual”, poniéndole el énfasis en lo accesorio y temporal.
Los genitales no (te) importan. “Muchas veces los medios van buscando amarillismo, drama, morbo: te preguntan cómo se llamaba antes tu hijo, hija o hije, si se ha sometido a un tratamiento o no… cosas que a cualquier persona cis no preguntarían en la vida”, dice Aventín.
No, ser trans no es un drama. Y es que la transexualidad no es un error y no es un drama, pese a lo que diga la OMS, como recuerdan las familias de Chrysallis. No se trata de hombres o mujeres atrapados en cuerpos que no son suyos, no hay nada que diagnosticar y nada que curar: las personas son diversas. “Si lo piensas bien, ninguna encajamos cien por cien en los estereotipos”, dice Aventín.
Olvida la disforia. Hablar de “incongruencias” entre sexo y género lleva implícito el considerar que hay un error en las personas trans. Pero no lo es, y Chrysallis insiste en la repercusión que puede tener en los menores trans este prejuicio.
Aprende vocabulario. La confusión de identidad y orientación es un clásico del uso irrespetuoso del lenguaje con las personas trans. Comprender y respetar las identidades trans pasa por agregar al vocabulario un pequeño glosario y distinguir entre orientación sexual (preferencia sexual de la persona), expresión de género (forma en la que nos mostramos al mundo) e identidad sexual (sexo psicológico, sexo sentido). “Esto yo lo explico en colegios e institutos y lo entienden, las máximas reticencias las he encontrado en la parte adulta”, dice García.
Adjetivos con -e. Utilizar terminaciones de adjetivos con -e- para no marcar el género es un recurso que utilizan algunas familias de Chrysallis. Según Aventín, “hay críos, crías y críes que lo usan y se sienten bien usándolo”.
Lenguaje inclusivo. “Se asume que todas las mujeres debemos sentirnos incluidas cuando se utiliza el lenguaje masculino genérico y no es así, pero cuando la situación atañe a personas trans es aún más violento y doloroso”, dice Aventín. “Para una mujer trans a la que han tratado durante mucho tiempo en masculino, pedirle que se incluya en un pronombre masculino cuando por fin ha conseguido que se la reconozca en su verdadera identidad es una situación doblemente violenta por las violencia que ella ha sufrido antes; en el caso de las personas no binarias, pasa algo parecido, no están contempladas de ninguna de las maneras”, argumenta. “Vamos a tomar una cerveza es más corto que vamos todos a tomar una cerveza, dice Aventín para quienes alegan que no utilizar lenguaje inclusivo es una cuestión de economía lingüística.