Como Nahiane, que nació varón, 15 menores transexuales vascos de entre 5 y 12 años han emprendido el tránsito a
su verdadera identidad.
MARÍA JOSÉ TOMÉ
mjtome@elcorreo.com
BILBAO. Cuesta imaginar a una niña más femenina que Nahiane, más similar a la imagen idealizada de una princesita. Con su rubísima y larga melena sujeta por una gran lazada, su vestido de guipur blanco y rosa, sus facciones delicadas, sus gestos de coquetería, su bolso y sus inseparables muñecas… Lástima que el médico que la trajo al mundo, hace casi siete años, no supiese ver más allá de sus genitales y la etiquetase erróneamente como un varón. «Pero es que él no era mago para saber que yo era una niña», le justifica Nahiane, mientras acicala con un diminuto peine a una de las seis ‘monster high’ que la acompañan.
Nahiane, que hasta hace un año respondía al nombre masculino de Nahier, es una de los quince menores que el Gobierno vasco acompaña en el complejo y doloroso tránsito hacia su verdadera identidad sexual, a su identificación con el sexo que en realidad sienten y no con el que les ha tocado en la ruleta biológica. Son niños transexuales de entre 5 y 12 años (7 vizcaínos, 6 guipuzcoanos y 2 alaveses); algunos de ellos, como Nahiane, ya han emprendido el proceso de adaptación externa aparente –que no física– y son tratados y aceptados como deseaban: les llaman por su nuevo nombre, se visten de acuerdo a su verdadera condición sexual y en el colegio acuden a los baños y vestuarios donde no se sienten intrusos. Casi a partes iguales están escolarizados en la red pública y la concertada y, a diferencia del caso ocurrido en Málaga –donde una menor tuvo que abandonar el centro religioso donde estudiaba–, en Euskadi, al menos de momento, los procesos se desarrollan «con normalidad».
Para evitar conflictos y garantizar los derechos de estos niños y otros menores homosexuales, el Departamento vasco de Empleo y Políticas Sociales realiza tareas de sensibilización y formación del profesorado en diversidad sexual, a la vez que asesora y acompaña a las propias familias en el camino de afrontar una realidad difícil de aceptar. En el primer curso de andadura, el programa Berdindu Eskolak ha formado a 400 profesores de 30 centros (la mayoría con menores homosexuales o transexuales), mientras que Berdindu Familiak ha servido como un lugar de apoyo mutuo para estas 15 familias que tienen niños en un cuerpo equivocado. O con un ‘comportamiento de género no normativo’, que es el término empleado por el Gobierno vasco para referirse a estos chavales.
Nerea García y su marido Óscar, que viven en Vitoria, han encontrado en estas reuniones a otras familias con una vivencia similar a la suya con las que desahogarse y pedir consejo, mientras que a su hija le han servido para ver que «no es la única» con la que el médico se equivocó. Porque Nahiane, como reconoce ahora su madre, «siempre fue una niña», por mucho que se empeñasen en mantener la ilusión de que había nacido un varón, justo lo que querían para tener la parejita. Hasta los dos años fue Nahier, pero entonces Nahiane empezó a desplazar a su álter ego, a buscar su sitio.
«Se ponía pañuelos en la cabeza como si tuviese melena y lo expresaba con dibujos». A los tres años ya lo verbalizaba: ‘yo soy una niña’. «Y medecían; ‘tú eres un niño, tú eres un niño’», recuerdaNahiane, que aún no se explica aquel absurdo empecinamiento de los mayores.
Porque la lógica reacción de los padres fue la negación. «Pensábamos que era muy sensible, que ya se le pasaría. No le ibas a dar vueltas a que quisiese jugar con una muñeca». Pero la verdadera identidad de Nahier salía por los poros de una forma arrolladora. Empezó a sentarse en el wc para orinar, a pedir que la vistieran de chica, a odiar el color azul. «Quería muñecas, pero sobre todo estaba obsesionada con los vestidos de princesa, con las pelucas, con el color rosa y el morado». Cuando jugaba, sus roles siempre eran femeninos: ella era una gatita, la tata, la mamá…
Descolocados, sus padres trataron de cortar de raíz estos comportamientos. «Le obligábamos a mear de pie, motivándole a que era mejor así, pero firmes. Tratábamos de que jugase con niños, su padre la llevaba al fútbol, que era un suplicio para ella». Para entonces, Nerea ya había consultado el problema con la pediatra y acudió a la Unidad de Género del hospital de Cruces, donde por edad aún no puede ser atendida. La psiquiatra del centro hospitalario le aconsejó frustrar a la pequeña en su deseos, motivarla a realizar actividades más masculinas… «¡Pero ya lo hacíamos y no funcionaba! Le llegamos a decir cosas muy duras: ‘Nunca, jamás, vas a ser una niña por mucho que te empeñes’». Pero Nahiane se empeñó, vaya si se empeñó.
El punto de inflexión y uno de los momentos más felices de su aún corta vida fue cuando, con cuatro años, su madre le quiso premiar con un día especial en el que podían hacer lo que quisiera. Y su deseo fue comprar vestidos, ropa de niña, vestirse de Nahiane. Casi de forma clandestina, las dos fueron a una tienda de moda de Vitoria en la que entró un niño y salió una niña. La cría estaba radiante y quería mostrar a todo el mundo lo guapa que se veía pero sumadre no estaba preparada aún parala burla, para el estigma. «Yo en cambio le propuse ir al pantano a tirar piedras». Poco después repitieron la experiencia con el padre y la hermana, «para que viesen lo feliz que era así».En esa ocasión se fueron a Bilbao para evitar habladurías. «¿Qué le estaba inculcando a mi hija? Que para ser ella misma tenía que esconderse».
Un día, Nahiane, ahogada en llanto, les dijo a sus padres que quería morirse. Y eso ya fue demasiado. Entretanto, Nerea había trabado contacto
con varios transexuales adultos para conocer sus vivencias. «Les hacía sólo dos preguntas: ‘desde cuándo lo sabes y cómo fue tu niñez’. Todos me respondían que desde siempre y que sus infancias fueron terribles. Yo no quería eso para mi hija».
Convencidos ya de que no había marcha atrás y con la ayuda del centro sexológico Emaize, Nerea y Óscar acordaron dar el paso a la transición
en el verano del año pasado y anunciarlo en el colegio antes de acabar el curso. Nahiane está escolarizada en un centro religioso concertado de Vitoria, donde va a cursar 2º de Primaria. Ya desde los dos años, las andereños han estado atentas por sí había variaciones en su comportamiento. Pero nunca las hubo. Así, tras la mediación de lArarteko y responsables del berritzegune y del área de Política Familiar del Gobierno vasco, la dirección del centro aceptó despedir a Nahier y dar la bienvenida a Nahiane. «Convocamos a una reunión con los padres, que empatizaron mucho con nosotros».
Unos días después, la andereño leyó en la clase un cuento escrito por la propia Nerea para explicar que Nahier no había existido nunca. «En general no se sorprendieron, la han aceptado y no la han juzgado». Al salir de clase, fueron a ponerle pendientes.
«Pasamos un duelo para despedir a nuestro hijo». ¿Y el futuro? «Espero que en la pubertad le pongan bloqueadores hormonales para frenar su
desarrollo masculino. Por ahora intento que no odie sus genitales». ‘Eso’, como llama Nahiane a su pene. Y de mayor llegarán las inyecciones de estrógenos, las valoraciones psiquiátricas y quién sabe si la cirugía. «Ojalá esto revirtiera y no tuviéramos que pasar por eso. Pero no hay en Nahiane ninguna duda». Para la familia, dar el paso a la transición ha sido una «liberación» tras años de angustia en los que «hemos llorado mucho». Por eso a Nerea le gustaría que en los centros escolares se hiciese más hincapié en la educación en diversidad sexual para que los niños supiesen –y también los padres– que, a veces, los médicos también se equivocan.