Por Ira Terán (@flordeoctubre_ ) portavoz trans de SOMOS
Fuente: 20 minutos
Estos días se han oído numerosas voces indignadas con que el actor Paco León va a interpretar a una mujer trans en uno de sus próximos trabajos. Esta práctica es denominada trans facing, que desde una lectura superficial cierra las puertas a los actores y las actrices trans a ocupar uno de los pocos papeles interpretativos relegados para ellas. Pero a mis ojos la crítica, e incluso la autocrítica para con el colectivo trans, deben ser más profundas y políticas. Con este hecho la productora dispone al colectivo trans ante un contexto de doble violencia simbólica: por una parte se nos niega la posibilidad de que una persona trans pueda contar su propia historia, creando una narrativa justa y generando referentes en el proceso de formar y transformar la sociedad, y por otra, se nos circunscribe a personajes moldeados que descartan de la construcción personal cualquier complejidad más allá del ser trans, y tampoco todos los ser trans valen.
En este contexto cultural, sólo nosotras tenemos la capacidad de despatologizar y dignificar nuestra existencia mediática. Si la juventud trans crece rodeada de referentes que no les hagan creer que desmerecen la humanidad como derecho, su reivindicación política futura soñará mucho más lejos de lo que nosotras hemos llegado.
La clase dominante ejerce su poder en nuestras relaciones humanas a través de la cultura, produce y organiza la transfobia social en su propio interés mediante los libros que leemos, las películas que vemos, las canciones que escuchamos, el arte que admiramos, el currículo que estudiamos y los medios de comunicación que nos informan. Por esto, la representación de la mano de la visibilización trans, trasciende a representar nuestro derecho a una vida digna, de existir, construirnos y expresarnos tal y como somos sin represalias.
Imperativa, así denomina Alana Portero en su artículo Nosotras la necesidad de escapar de la ficción dominante de las personas trans, que nos fetichiza, patologiza, y coloniza nuestros cuerpos. Nuestras verdaderas vivencias nunca han tenido cabida en la producción cultural de este sistema, es por ello, que a la hora de representar las realidades trans, no hablo de cultura sino de contracultura, no hablo de un relato dominante-hegemónico sino de una contrahegemonía de la diversidad. Asimismo, por el legado de nuestra estirpe de travestis contestatarias y peligrosas sociales invito a la producción de contrahegemonías trans: queremos cuentos infantiles trans, documentales trans, memoria histórica trans, investigaciones trans, cantautoras trans, manifiestos trans, poesía trans, personajes trans, teoría política trans, autoras trans, teatro trans, periodistas trans, directoras de cine trans, artistas trans, profesoras trans, debemos poner en valor la cultura trans y fomentar la TRANSformación cultural frente a una cultura dominante y opresora.
Violeta Assiego me comentaba como hay veces en que el propio movimiento trans se imponía grilletes simbólicos en su imaginario social. Así, el colectivo trans había asimilado el reivindicar únicamente los papeles trans para las actrices y actores trans, en vez de plantear un discurso, para nosotras más rupturista, de humanizar radicalmente a las artistas interpretativas trans dotandolas de las mismas oportunidades laborales que al resto de personas, es decir, que aspiren a todos los papeles del mundo, incluidos los trans. Al fin y al cabo no somos solo personas trans, estamos atravesadas por múltiples realidades políticas ¿Por qué no íbamos a poder representar esas interseccionalidades en la cultura que producimos? Como disyuntiva a estas violencias simbólicas entendemos nuestro propio cuerpo como un campo de batalla en el frente ideológico.
Que nuestro cuerpo es un campo de batalla no es un mero lema provocativo, es el sentido mismo de nuestro activismo como trans y feministas. Luchamos para que cada persona pueda construirse, conocerse y expresarse tal y como es, que el cuerpo de ninguna mujer sea terreno de conquista física o simbólica, para que un día no haya cuerpos equivocados de los que querer huir o que necesitar adaptar a este sistema patriarcal, sino personas diversas, soberanas y orgullosas de su propio cuerpo.
En la organización donde llevo a cabo mi activismo LGTBI, SOMOS, tenemos muy claro que nuestra mejor herramienta para la consecución de este objetivo es la educación, la educación en la que intervengan iguales, la educación solidaria, la educación crítica, la educación que crea conciencia, la educación pública, la educación feminista, la educación laica, una educación inclusiva en todas nuestras formas de ser, expresarnos, relacionarnos y amarnos.
Finalmente, un elemento clave para entender la necesidad de contragehemonías culturales trans es la esperanza como concepto político. Las personas trans hemos sido condenadas históricamente a la desesperación en la cultura, no son pocos los textos sobre personas trans que lidian con el suicidio, la depresión, el acoso, el miedo, la disforia, la incomprensión, la inestabilidad, la pobreza. Pues basta ya. Basta ya de tragedias trans, ya tenemos bastante con la vida que nos habéis impuesto a nosotras. Ante esto reivindico para las nuevas generaciones el derecho a la esperanza combativa, a la producción de narrativas que celebren la vida, que celebren nuestros cuerpos, que celebren nuestra historia colectiva, que enardezcan nuestras ganas de luchar por un mundo mejor. A las activistas mayores trans les solían deslegitimar mediáticamente acusándolas en las movilizaciones de ser demasiado escandalosas, de agitar demasiado el orden establecido, de dar mala imagen a la lucha. Nuestra tarea histórica es tomar la cultura por asalto, dotar de justicia y esperanza política nuestro contrarrelato colectivo y decir agitadoras, sí, pero en primera persona.