AUTORA: Natalia Aventín
En los últimos años se ha conseguido nueva legislación que se supone debería proteger a nuestras hijas e hijos pero la realidad es que la legislación no basta, vemos como se inicia un nuevo curso, la vida sigue, la violencia administrativa contra las y los menores trans se mantiene, las familias actúan de escudo protector y salen dañadas de ese esfuerzo ingente.
Imaginaros un chaval trans que cumplirá los 18 antes de que finalice el año, contra todo pronóstico social ha superado el bachillerato, es un tipo inteligente, activista, implicado que va a empezar sus estudios universitarios.
Pide una beca, si tuviera su familia un poder adquisitivo mayor podría haberse ahorrado los trámites y la violencia administrativa. Las discriminaciones suelen afectar más a quien es más vulnerable.
La beca la pide el chaval, para ello le obligan a tener una cuenta bancaria. Por suerte con la influencia del activismo de las familias de Chrysallis unxs 55 menores han logrado el cambio de nombre registral por uso habitual. Nuestro chaval es uno de ellos. Pero al ser menor el banco le pide el libro de familia para poder abrir la cuenta.
El libro de familia no está rectificado, total en tres meses será mayor de edad y no lo va a necesitar… Para qué volverse a enfrentar a aquellas funcionarias tan desagradables… ¡Qué pereza! Volver a soportar las miradas de desprecio, las preguntas estúpidas, las pocas ganas de colaborar de quien se siente superior por el privilegio de que al nacer le acertaran el sexo -¡menudo mérito personal!-.
Ahí va su madre una vez más y se planta frente a la funcionaria que le pone pegas, no puede hacerse, no se puede rectificar el libro de familia y la deja esperando a un lado del mostrador. Ella con la indignación ardiéndole en las entrañas aguanta el tipo, eso lo ha aprendido en esta guerra sin enemigo, no hay posibilidad de mostrarse débil, hay que aguantar. Al final con desgana de la funcionaria consigue una mala solución, una anotación al margen que deja en evidencia la situación de su hijo, todo el que vea el libro sabrá que es un chico trans, no solo atenta contra su derecho a la intimidad sino que lo expone y lo sitúa en una posición de mayor vulnerabilidad.
Esa madre no se rinde y pide una solución que garantice los derechos de su hijo, parece ser que la secretaria del Registro Civil de Figueres es quien se responsabiliza del remedio chapucero así que se planta frente a su puerta, de pie, digna, aguanta la espera y al final la recibe para abroncarla. No solo no le ofrece alternativa sino que desde la prepotencia y el privilegio le espeta que ella también es activista LGTB y no necesita que le explique nada. Me recuerda esos fiscales de violencia de género que son acusados y condenados por malos tratos a su pareja.
Pero a esa madre ya no la callan, va sin pancarta y sin megáfono, a cara descubierta y con la rabia que nace de la impotencia le asegura que puede ser activista de la L, de la G o de la B pero que que de lo que no es seguro es activista de la T.
Puede que este relacionada con el colectivo, pero desde luego esa funcionaria cualquiera de uno de miles de registros civiles de este país, es como cualquier mujer que por el simple hecho de serlo se crea libre de machismo.
Desde el chat de Chrysallis le animan a perder el libro, a denunciar un robo pero, la madre, ya cansada de la violencia administrativa, encuentra una solución poco ortodoxa pero mucho más rápida e inocua para su persona.