Autora: Ana
Vivimos en un barrio pequeñito de casas antiguas, distribuidas alrededor de dos plazas y calculo que somos unas cien familias en total. Nos mudamos a nuestro barrio cuando estaba embarazada de mi hijo mayor. Nos gustó porque era una zona muy tranquila cerquita de la ciudad. Al poco tiempo me di cuenta de que vivíamos en un barrio muy diverso donde habitaba la palabra “respeto”. “Diversidad y respeto”…….son dos de mis palabras preferidas. Hay personas mayores que viven aquí desde siempre, matrimonios jóvenes, gente viuda, separada, una señora de más de 70 años que es madre soltera desde los 17, un matrimonio de chicos, un matrimonio de chicas, y en medio de aquel potaje, estamos nosotros… en una casita que hace esquina.
Un año me tocó ser vocal de una mesa electoral de un colegio que hay cerquita de mi barrio. Por allí pasaron casi todos mis vecinos, los que conocía y los que me faltaban por conocer (irremediablemente, al ser un sitio tan pequeño, nos conocemos casi todos, aunque sólo sea de vista).Las personas mayores son las que nunca faltan a votar, así que por allí vi a casi todas mis vecinas. Esa mañana fue a votar mi vecina Susi, y cuando me entregó su DNI, supe que el nombre de mi vecina, aquella señora mayor de cutis perfecto y brazos poderosos, estaba equivocado. En segundos noté cómo se hacía el silencio en la sala, esperando que dijese en voz alta el nombre que estaba impreso en el DNI de mi vecina. Fue un acto reflejo, dije el nombre y apellidos en voz alta, pero por supuesto no el nombre equivocado que figuraba en aquel DNI. La otra chica que era vocal y que debía comprobar el nombre, me miró y reaccionó rápido repitiendo en voz alta el nombre que yo había dicho. Por supuesto su nombre era Susi, no podía ser otro, y cuando le devolví el DNI a mi vecina, ella me regaló una amplia sonrisa. Era la primera vez que yo era consciente que la persona que tenía enfrente era una persona transexual.
Y digo la primera vez, porque en ese tiempo mi niña era un bebé sentado en un carro. Todavía no había escuchado aquella eterna pregunta que empezó a hacerme a partir de los tres años:
“-Mamá, ¿a ti cuándo se te cayó el pito?”
Todavía no había visto su cara de desconcierto, cuando yo cariñosamente la corregía diciéndole que no se decía guapa, que se decía guapo. Todavía no me había contado mañana tras mañana durante meses, mientras la peinaba para ir al colegio, lo que había soñado aquella noche. Siempre con la misma introducción:
“-Mamá, te voy a contar mi sueño, pero como es un sueño, es inventado.”
De esa forma evitaba que la corrigiese cuando hablaba en femenino, contándome que era una chica princesa que volaba, así día tras día, durante meses.
Aquella fue también la época de mi niña de pelo de trapo. Muchas mamás saben lo agotador que puede llegar a ser peinar pelo de trapo. Hacer tirabuzones con mangas de jerséis, moños con pareos de playa, peinar pelo liso con manteles bordados. No sabía que me producía más tristeza, si el verla llorar cuando se le caía su pelo, o cuando la veía las tardes enteras quieta sentada delante del espejo, con una sonrisa de oreja a oreja mirando su maravilloso pelo de trapo.
Un día, como otros tantos, que mi niña lloraba desconsolada, le pregunté a mi marido:
“-¿Tú sabes que tu niño es una niña verdad?”
Y él, con su terrible sentido del humor, y guiñándome un ojo me contestó:
“-Tú también te has dado cuenta, ¿eh?”
Fue en ese momento cuando sentí cómo se instalaba en mi estómago ese vacío que supongo me acompañará para siempre.
Y a partir de ahí, comenzó mi peregrinaje de consulta en consulta. Nunca supe manejarme en el mundo de Internet, así que mi única opción fue la de salir a la calle, buscando que alguien me informara y me orientara para poder gestionar lo que estaba pasando en mi casa. Ese fue mi gran error. Durante años me entretuve. Me entretuve coleccionando palabras como, es pronto, espera, tendencia transitoria, actitud permisiva, no fomentar,……Una vez en una consulta, pregunté cómo era la infancia de una persona trans, y el profesional de turno, escandalizado, me contestó que si era consciente de la barbaridad que estaba preguntando.
Y mi niña siguió creciendo, mientras yo iba de consulta en consulta, perdida, coleccionando palabras como ya he dicho y viendo como mi niña crecía sin respuestas, viendo cómo se quedaba sola en los recreos, porque los niños decían que era una chica y las niñas decían que era un chico.
Fue la época de los suspensos en el cole, la época de nuevas palabras: inmadurez, déficit de atención, actitud apática, incluso llegar a escuchar “posible retraso”. Hace un año llegó la peor época de todas……mi niña se resignó. Para mí la resignación y la tristeza van cogidas de la mano. Yo quiero que mis hijos luchen, quiero que ganen, que pierdan, que rían y que lloren, pero que nunca se resignen.
Mi niña se fue apagando, ya no se vestía de chica para jugar, ya no decía que cuando fuese mayor quería ser una chica. Se encerraba en su cuarto a jugar con su imaginación, como ella decía, ya no quería que la viésemos jugar.
Siempre supe que mi niño era una niña y que de mayor viviría como una chica, no podía ser de otra manera, pero no sabía nada de transexualidad infantil.
A finales del verano pasado llegó a nuestras manos el documental “El sexo sentido”. De repente me encontré con la puerta de salida de aquel laberinto en que se había convertido nuestra vida. Vi cuál era nuestro camino. Un camino difícil, por supuesto, pero más difícil es caminar sin rumbo, sin saber hacia dónde vas. Sin camino.
Pero justo en ese momento en el que encontré la puerta de salida, mi niña no estaba. Estaba escondida, asustada, resignada, y no la podía empujar, tenía que dejar que saliera sola y me sentía impotente. Por fin había encontrado el camino, pero ella no estaba. Y la tuve que esperar. Y con todo el cariño del mundo, la esperé.
Y por fin al día siguiente de cumplir 9 años todo estalló. Hacía tiempo que no nos contaba nada del cole, se enfadaba si le sacabas el tema. Ese día nos contó como se habían metido con ella, y agarrándose la cabeza, empezó a llorar diciendo que tenía un cuerpo de chico y una cabeza de chica.
Y pasó lo que siempre pasa en mi vida, que por mucho que prepare y planifique, en el último momento salgo corriendo, y aquello fue un sprint final. Al día siguiente estábamos en Sevilla, sentados en el despacho de Mar Cambrollé, que con una paciencia infinita contestó a todas nuestras preguntas, y nos dio un curso acelerado de transexualidad infantil, al que sólo le faltaba la foto de mi hija. Mar nos puso en contacto con Chrysallis y al día siguiente teníamos a Javier y María José con su niña de la mano en mi casa. Dos semanas más tarde mi hija hizo su tránsito escolar. Durante ese proceso, Javier y María José nos acompañaron, y 6 meses más tarde siguen haciéndolo. Es maravilloso cuando encuentras a alguien con quien puedes hablar, sin que las palabras sean necesarias y con ellos nos pasa esto. Para nosotros, ellos son los padrinos de mi niña no bautizada.
La primera semana de tránsito de mi hija fue lo más parecido a un parto. Nervios, alegría, incertidumbre, visitas de amigos, vecinos y familiares, regalos, etc.
Una noche de aquella primera semana llamaron a mi puerta. Era mi vecina Susi, que sin decir ni hola, me abrazó y me dijo:
“-Sólo una mujer transexual sabe lo triste que es ser una niña vestida de niño.”
Y se fue. Y no pude hablar. Ese abrazo fue el regalo más bonito. Hace poco me enteré de lo triste que fue para ella, cuando en su boda, el Juez se negó a llamarla por su nombre sentido.
Ahora estamos con los trámites del cambio de nombre equivocado de mi niña. El tiempo y mis hijos me han enseñado que los deseos hay que pedirlos de uno en uno. Y en éste momento mi único deseo es, que mientras mi niña tenga un nombre equivocado en cualquier informe o documento, que nadie le haga daño gratuitamente llamándola por un nombre que no le pertenece. Deseo que la miren y la llamen por su nombre, el único…….el suyo.
Ese nombre nunca me gustó, pero es el que ella eligió cuando tenía 3 años, y hace unos días su papá buscó el significado y me di cuenta que es el mejor nombre que ella podía tener. DAVINIA, significa amiga y amada.
Ana