El debate en Chile debe enfocarse necesariamente en la pregunta sobre qué es lo mejor para nuestros niños y jóvenes. Desde una perspectiva clínica, desde el sentido común y desde la salud mental y social, la respuesta es abrir la posibilidad para que niños y jóvenes se vistan de acuerdo a su identidad de género, se expresen de acuerdo a sus motivaciones y tengan la posibilidad de desenvolverse en la vida de forma consecuente con sus gustos y preferencias.
La senadora Jacqueline van Rysselberghe y el senador Manuel José Ossandón, ambos representantes de la derecha más conservadora, ingresaron esta semana indicaciones al proyecto de Ley que permite el cambio de género de las personas y su reconocimiento ante la Ley. Entre otras cosas, los senadores discreparon del derecho que tendrían las personas transgénero para contraer matrimonio. Además, la senadora van Rysselberghe se negó a que el proyecto incluyera la posibilidad de que niños y menores de edad tuvieran representación alguna en la Ley de cambio de género.
“Lo que yo he encontrado que era más peligroso, era que le permitían el cambio de sexo a los niños. Yo no sé si a ustedes les parece razonable que un niño de cinco años se haga una cirugía, que el que lo tiene a cargo puede cambiarle, decidir y solicitar que se cambie de sexo. A mi me parece, de verdad, que eso no corresponde”, comentó van Rysselberghe en una entrevista a CNN Chile.
He ahí el problema. La historia de la transexualidad está marcada por sus primeras tipologías durante el siglo XVI y XVII, donde las personas transgénero e intersexo eran catalogadas como criminales y monstruosidades. Recién en los siglos XVIII y XIX se produce el primer acercamiento de la psicología clínica al fenómeno y se considera esta “anormalidad” como un fenómeno digno del estudio de la ciencia médica. Ya para mediados del siglo XIX la transexualidad fue reconocida como algo normal y deseable, y se comenzaron a hacer las primeras terapias de reafirmación a los sujetos que no se sentían conformes con su género. ¿En qué siglo están van Rysselberghe y Ossandón?
Vale aclarar. En el mundo existen dos tipos de terapias. Aquellas que son correctivas, o sea que buscan alinear a los niños con las normas de género normativas que imperan en una sociedad determinada, contraviniendo si es necesario la expresión natural de la identidad de los menores, y aquellas que son afirmativas y que apuntan a reafirmar y acompañar a los niños en un desarrollo auténtico de su identidad. Las primeras son en la actualidad ampliamente criticadas por el mundo científico y desde la psiquiatría (ojo que van Rysselberghe es psiquiatra de la Universidad de Concepción), llegando incluso a ser prohibidas por asociaciones de psiquiatría internacionales.
Según Jake Pyne, el experto en salud mental de personas transgénero del Centre for the Study of Gender, Social Inequities and Mental Health (CGSM) de la Universidad Simon Fraser en Cánada, pasar de un tipo de terapia a la otra responde necesariamente a un cambio en los paradigmas médicos y sociales. Ya no hablamos de un desorden, sino de diversidad, ya no hablamos de tratamiento, sino de afirmación. Pero esto no le basta a la derecha chilena.
Hay que dejar en claro que las expresiones de van Rysselberghe y Ossandón no hablan necesaria o exclusivamente de una práctica homofóbica o transfóbica, sino que surgen del desconocimiento, voluntario o no, de la realidad de niñas y niños chilenos que se enfrentan diariamente a la discriminación y el desconocimiento por parte de sus familias, pares, profesores y la sociedad en general. Estos niños y niñas, que no se reconocen a sí mismos con el sexo que aparece en su cédula de identidad, se encuentran sujetos a una doble discriminación. Primero, carecen de la habilidad para defenderse en su calidad de menor de edad y; segundo, se desenvuelven en un ambiente donde los servicios más básicos les son cuestionados. Por ejemplo, los estudiantes transgénero tienen las tasas más altas de deserción escolar; esto no es raro si pensamos que incluso el uso de los baños en los colegios es un elemento de exclusión, o bien no se les permite elegir deportes que están clasificados para el otro género. Oponerse a estas reglas supone un riesgo de matonaje o humillación frecuente.
El debate en Chile debe enfocarse necesariamente en la pregunta sobre qué es lo mejor para nuestros niños y jóvenes. Desde una perspectiva clínica, desde el sentido común y desde la salud mental y social, la respuesta es abrir la posibilidad para que niños y jóvenes se vistan de acuerdo a su identidad de género, se expresen de acuerdo a sus motivaciones y tengan la posibilidad de desenvolverse en la vida de forma consecuente con sus gustos y preferencias. Así, el reconocimiento y la validación juegan un rol fundamental en la salud mental y emocional durante la etapa de desarrollo de los niños y niñas que algún día se integrarán a la sociedad como sujetos independientes.
El debate que existirá los próximos días en el congreso es un debate que llega tarde y que debió existir hace mucho tiempo atrás. La discriminación y los actos de violencia han significado vidas perdidas en la historia de Chile, donde muchas veces estos crímenes gozan de la impunidad y la despreocupación del Estado y los propios medios de comunicación.
Cuando en 2012 el senado argentino aprobó con 55 votos a favor y ninguno en contra la Ley de identidad de género, determinó que desde el Estado se garantizará la “vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente, la cual puede corresponder o no con el sexo asignado al momento de nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo”.
Nosotros no nos podemos quedar ajenos ante el dolor constante de niños, niñas, jóvenes y adultos que todos los días son excluidos en la mesa de la sociedad. Esperamos que van Rysselberghe y Ossandón lo tengan presente.
Fuente: elquintopoder (Tomás Dodds: Licenciado en Comunicación Social de la Universidad de Chile; Estudiante de Magister en Sociología UC.)