Niños transexuales, entre el ser y el parecer

Lleva las uñas pintadas y una camiseta en la cabeza que mueve como si fuera una larga melena, se ha puesto los zapatos de tacón de su madre y la contempla mientras se maquilla. «Mamá, yo de mayor quiero ser como tú», dice Uriel. «¿Quién decide quién es niño y quién es niña?», preguntó Pedro con dos años y medio, y añadió: «Porque conmigo se equivocó». En un pueblo de Sevilla, otro pequeño se hace pis en el cole porque se niega a entrar en los aseos de los varones. Los tres nacieron con genitales masculinos y les pusieron nombre de chico. Hoy son Ariel, Eva y María. Son niñas, y son felices.

Les gusta vestirse de princesas, jugar a ser mamás, tener el pelo largo y pasarse horas delante del espejo probándose mil peinados. También sucede al revés: niñas que prefieren jugar con los chicos, que se niegan a llevar vestidos y prefieren ser el papá o el príncipe cuando se reparten los papeles. Todos son comportamientos variantes de género, o lo que es lo mismo, gustos y preferencias diferentes a las expectativas sociales y culturales generalmente aceptadas para cada género. Sin embargo, hay tantas formas de ser hombre o mujer como personas, y un comportamiento poco ajustado a lo esperado no convierte a estos niños en transexuales.

«Asociaba la transexualidad al mundo de unos adultos marginales. Me ha costado siete años armarme de valor y abandonar mis prejuicios», revela Nuria, madre de Eva, una niña transexual.

La publicación If you are concerned about your child’s gender behaviors elaborada por el Children’s National Medical Center de Washington (Si a usted le preocupan los comportamientos de género de su hijo o hija), guía de referencia para despejar dudas, establece que: «Cuando los comportamientos variantes se dan en forma generalizada, marcada y persistente, hablamos de un patrón. En estos casos no nos referimos a niños en los que solo se observa un interés aislado y pasajero que dura únicamente unos pocos días o semanas, sino a aquellos en los que el interés es intenso y persiste durante años». Si a estas conductas se une el hecho de que se identifican y definen a sí mismos como del sexo opuesto al de sus genitales, si piden que se les trate como tal y recibir un nombre adecuado, entonces sí hablamos de transgénero: un niño que se sabe niña, o una niña que se siente niño, a pesar de que los atributos con los que ha nacido digan lo contrario.

Los errores con respecto a ellos son tan numerosos como frecuentes: no son homosexuales (su orientación no se definirá hasta más adelante y podrá ser cualquiera, como en el caso de cualquier otra persona), tampoco actúan así por llamar la atención, por ser consentidos o por ningún tipo de trauma o trastorno mental, pero esos argumentos, fruto de la desinformación y el tabú que opaca la cuestión, son los que antes o después pasan por la cabeza o por los oídos de los padres. Por eso, la información es el primer paso.

En España existen sexólogos expertos en transexualidad a los que recurrir y hay también nueve unidades especializadas en la atención multidisciplinar que acompañarán cada caso en el largo y complejo proceso de asesoramiento, diagnóstico, aceptación personal y familiar y, llegado el caso, en la etapa de hormonación y reconstrucción genital. Juana Martínez Tudela, especialista en Psicología Clínica de Unidad de Transexualidad e Identidad de Género del Hospital Regional Universitario de Málaga, explica que «desde los primeros años el niño puede verbalizar ser o sentirse del sexo opuesto, mostrar sus preferencias en ropa, juguetes y juegos que comúnmente están asociados con el otro sexo. Esto puede contextualizarse como una etapa del desarrollo que posteriormente puede desaparecer o mantenerse tras la pubertad». Nuria Asenjo Araque, psicóloga clínica de la Unidad homóloga del Hospital Ramón y Cajal Madrid, añade que «lo más natural es que esta disonancia con el género biológico, se manifieste a partir de los cuatro o cinco años en forma de verbalizaciones acerca de si ‘somos niños o niñas’. A esta edad se empieza a interiorizar el Yo, la imagen corporal y se comienza a construir la identidad de género». ¿Cuándo es, entonces, el momento de buscar ayuda especializada? «Cuando se considere que persiste o que genera disfunción en el ámbito familiar, escolar o social», responde Martínez Tudela.

Preocupación y desconcierto ante lo desconocido son los sentimientos que describen los padres. Y miedo también ante la posibilidad de que, en la batalla interior que libran, arremetan contra ese cuerpo que creen equivocado y que no les permite ser quienes son («Me gritaba diciéndome: ‘Mama me la voy a cortar, yo no tengo que tener esto porque soy una niña'», explica Raquel, la madre de Ariel. «No teníamos ni idea sobre transexualidad, pensábamos que nuestro hijo podría ser gay o muy afeminado y no sabíamos muy bien por dónde empezar», admiten María y Germán, los padres de María. Por su parte, Nuria, la madre de Eva, reconoce que asociaba la transexualidad «al mundo de unos adultos marginales. Me ha costado siete años armarme de valor y abandonar todos mis prejuicios. Es difícil de asumir, primero porque sabes que la vida de una persona transexual es mucho más dura que la de los demás y te niegas a creer que tu hija vaya a tener que sufrir. Después, porque te obliga a deshacerte de tus prejuicios y, por último, porque te tienes que olvidar del qué dirán y de la opinión de la gente».

Los que señala Nuria son los principales obstáculos con los que tendrán que pelear: prejuicios, represión, insultos, burlas, rechazo, discriminación… Al comienzo de actual curso escolar la fiscal andaluza de Violencia contra la Mujer y contra la Discriminación Sexual se vio obligada a intervenir en tres colegios de Málaga reacios a respetar la identidad de género de tres alumnos transexuales. Los padres pedían que sus hijos fueran llamados con el nombre del género con el que se identifican, que puedan vestir según su identidad y elegir qué aseo utilizan. Dos de ellos han dado marcha atrás. Uno todavía no.

En España no existe una normativa estatal integral que garantice la no discriminación y los derechos de las personas transexuales. La Ley de Identidad de Género de 2007 se limita exclusivamente a regular los requisitos para la modificación registral: permite el cambio de nombre sin necesidad de someterse a cirugía reparadora (aunque sí exige dos años de tratamiento hormonal y un informe psicológico que acredite la transexualidad). Sin embargo, algunas comunidades autónomas como Navarra y País Vasco han ido más allá aprobando una Ley Integral de Transexualidad, que engloba aspectos laborales, educativos, legales, sociales y sanitarios. Son normas pioneras en Europa que han inspirado los proyectos similares que ya se han presentado en otras comunidades, como Canarias y Madrid o el más ambicioso de Andalucía que pretende, además, incluir la autodeterminación del género (igual que se ha hecho ya en países como Argentina y Uruguay) eliminando el requisito del informe psicológico previo al cambio de identidad, lo que supone la despatologización de la transexualidad. Uno de los caballos de batalla del colectivo.

Sin embargo, aunque no se trate de una enfermedad ni sea ya considerado como un trastorno mental, se hace necesario un seguimiento integral, porque su condición conlleva con frecuencia problemas de autoestima, ansiedad, e incluso depresión… «Los niños corren el riesgo de desarrollar problemas en las relaciones sociales o en el ámbito escolar, conflictos emocionales, trastornos del comportamiento», advierte la psicóloga del UTIG de Málaga. «Los padres y demás agentes sociales juegan un rol muy importante en la creación de un ambiente en el que el menor pueda crecer seguro y con un desarrollo óptimo». Son estas dos armas, la aceptación familiar y la reafirmación ante la sociedad, las que cambian la vida de niños en lucha consigo mismos. Germán se tatuó el nombre de María junto al de sus hermanos para hacer pública la identidad de su hija, como muestra de su apoyo incondicional. «Ahora ella irradia felicidad. Ha pasado de estar siempre llorando a estar siempre riendo. Tiene ganas de ir al colegio, de estar con sus amigos y amigas. Ha pasado de vivir en túnel negro a vivir dentro de un arco iris. Mi casa ha dejado de ser un infierno para convertirse en un paraíso».

Ariel, María y Eva tienen cinco, cuatro y nueve años. Se sienten queridas en su círculo familiar y felices e integradas en el colegio, pero aún tienen mucho camino por recorrer para ser, simplemente, quienes son. Primero un psicólogo tendrá que emitir un informe que les permitirá cambiar de manera oficial su nombre; después, si así lo deciden, vendrán el tratamiento hormonal y la cirugía de reconstrucción genital. Para todo ello tendrán que esperar a ser mayores de edad, pero antes pasarán por la adolescencia con sus consecuentes cambios físicos, que pondrán aún más en evidencia su diferencia. «En la pubertad se fija, casi en su totalidad, la identidad sexual, con ayuda del desarrollo hormonal, y por tanto será un periodo crítico. El desarrollo de sus características sexuales secundarias (vello, cambio de voz, aumento de genitales, y/ o mamas y menstruación en las chicas…) hará que la persona rechace aún más el sexo biológico, por alejarse infinitamente más de la identidad sentida», explica la psicóloga Nuria Asenjo.

Aunque no todas las unidades de transexualidad de España los siguen, los protocolos internacionales establecen el uso de bloqueadores hormonales, que frenan este desarrollo sexual para después, a la edad adecuada, poder comenzar con el tratamiento de hormonas cruzadas que estimulará que empiecen a desarrollarse en el sexo con el que se identifican.

Un estudio de la Universidad de Málaga refleja la precariedad económica de este colectivo, con una tasa de paro del 35,3% (y las cifras probablemente habrán empeorado porque el estudio se realizó antes de la crisis), que lastra la calidad de su vida adulta. El 55,9% señala, además, haber sido objeto de algún tipo de conflicto o discriminación en el trabajo debido a su condición. Con una ilusión a prueba de estadísticas agoreras y dispuestas a desafiar esta realidad, las niñas sueñan con ser peluqueras, psicólogas, cantantes, cocineras o top models. Mientras, a sus padres la incertidumbre por el futuro les quita el sueño. La felicidad de sus hijos pasa por que el tabú deje de serlo, por que la transexualidad se normalice y se reconozca la diversidad con igualdad de derechos, por unos protocolos de actuación legal adecuados, por la preparación específica de pediatras, endocrinos y psicólogos infantiles que descentralice la atención y la ponga al alcance de todos… «Esta es la primera generación de transexuales que va a llevar una vida digna desde la infancia y no van a tener que pasar por el calvario de la culpa, la vergüenza, la adolescencia sin su verdadero yo. Creo que mi hija va a llegar adonde quiera y va a ser muy alto porque podrá utilizar plenamente su creatividad y su inteligencia». Esa es la esperanza de la madre de Eva. Se llama igualdad.

FUENTE: El Mundo, YoDona (Beatriz García Manso)