Me planteo sacarla del colegio San Patricio, pero sería huir de la realidad de mi hija

La madre de la menor transexual relata el calvario que vive por la negativa del centro a tratar a Gabi como una niña, género con el que se identifica
Pilar Sánchez luce un colgante en el cuello con tres figuras de plata que representan a cada uno de sus hijos. Gabi quiso darle una sorpresa a su madre para su cumpleaños, el pasado cinco de mayo. Tenía claro cuál iba a ser su regalo. Recorrió con su tía tiendas y joyerías en busca de esa misma figura, pero con una forma diferente. Quería un muñeco con faldas en lugar de pantalones. «Toma mamá, aquí tienes la mía. Yo soy una niña».

La pequeña nació con órganos genitales masculinos, pero su identidad de género es femenina. Con cinco años, cuando aprendió los artículos en el colegio, le repetía a su madre: «No soy el niño. Soy la niña». Pilar añade: «Cuando me lo dijo, me quedé muerta. Yo quería negar la realidad. Trataba de reprimirla, de ocultarla, incluso de regañarle. Pero ella se empeñaba una y otra vez. Tiene mucha personalidad, es muy fuerte».

Acaba de cumplir siete -le ha regalado su primer vestido, de Agatha Ruiz de la Prada- y sueña desde principios de curso con ponerse su nuevo uniforme, pero las faldas siguen colgadas en su armario, aún sin estrenar. En el colegio San Patricio, donde estudia, la llaman por el nombre Gabi y no aceptan que vista como las demás alumnas ni que use el mismo cuarto de baño que ellas. «Ella va al de los discapacitados -el aseo del aula específica- y, desde entonces, asiste a clase en chándal. Sus hermanos -los dos mayores, varones- se han solidarizado con ella y van igual. Ninguno se pone el uniforme», cuenta.

Pilar es la madre de la menor transexual del Colegio San Patricio, un título forjado muy a su pesar en las páginas de los periódicos. «No estoy de acuerdo con ese término; transgénero es más correcto», precisa la mujer, de 45 años. Su polémico caso ha destilado ya ríos de tinta y está lejos de escribir su última línea, porque el patronato de la Fundación Diocesana de Enseñanza Santa María de la Victoria, que gestiona el centro concertado, de clara adscripción católica, se mantiene firme en su decisión de no tratar a Gabi como una niña, moviéndose en el terreno de la ambigüedad del diminutivo de su nombre.

Un calvario

El jueves, la Asociación de Madres y Padres de Alumnos (AMPA) del colegio mantuvo una asamblea. Pilar asistió con un PowerPoint con la banda sonora del Mago de Oz para exponer su caso y que los demás lo entendieran. No pudo mostrarlo. En una entrevista concedida a SUR, relata el calvario que está viviendo, dibujado en las ojeras de su rostro, y que comparte con su exmarido, al que le costó aceptar la situación, pero que ahora es uno de sus principales apoyos. «Sólo quiere la felicidad de su hija, igual que yo».

El álbum de fotos familiar ilustra con nitidez la evolución. Gabi aún llevaba chupete cuando jugaba con un sujetador, y apenas se había quitado los pañales y ya se inclinaba por los vestidos y las muñecas. Con los juguetes de psicomotricidad, ella se hacía un collar. Y nunca quería que le cortaran el pelo; le gustaba llevarlo largo. «Siempre se estaba poniendo turbantes. De pequeña me pidió un cochecito para pasear a su osito Teddy», explica Pilar.

La familia negaba la evidencia, que era cada vez más visible. «Pensábamos que sería gay o afeminado, pero ni se me pasaba por la cabeza la palabra transexual. Mi madre, pese a sus 73 años, siempre lo vio claro: dice que ella tuvo dos nietos y una nieta. Me ha dado una lección de vida». Pero hubo un punto de inflexión. Un episodio íntimo que para Pilar fue muy revelador. Su hija empezaba a luchar no sólo con su entorno, sino contra su propia naturaleza. «Me di cuenta de que tenía que hacer algo».

Fue el pasado febrero y en esas fechas la mujer, preocupada, se encontró en la tele con un reportaje sobre otras familias. «Me puse a llorar y pensé: ‘Eso le pasa a mi hijo’». Ahí oyó hablar por primera vez de la Asociación Estatal de Familias Transexuales y escuchó el caso de Eva Witt, una madre cordobesa con su misma situación. Rastreó por internet hasta dar con ella. Fue quien la invitó a su primera reunión con otros padres.

Se subió en su viejo Seat Córdoba con el pequeño Gabi, que entonces aún era Gabriel, y se fue a Sevilla. «¿Me puedo poner el jersey rosa? ¿Y llevar la muñeca?», le preguntaba. Las lágrimas apenas la dejaban hablar al exponer su caso, pero, por primera vez, se sintió arropada y comprendida. Recuerda que hizo el viaje de vuelta llorando mientras la pequeña dormía en el asiento de atrás. «Pensaba en lo que se me venía encima. ¿Qué voy a hacer? ¿Y si la perjudico?».

Feminidad

Empezó a informarse y a reeducarse. Llevó a la pequeña a varios especialistas que confirmaron sus sospechas. Sus informes recomiendan que se la trate con el género con el que se identifica. «Un médico me dijo que ni siquiera yo era capaz de tener su feminidad ni de hacer sus poses». Fue una etapa difícil, de cambios. «Muchos padres lo llaman el periodo de duelo, pero para mí no lo fue. Mi hija está ahí», sostiene. Al principio, los hermanos de Gabi tampoco entendían que se sintiera una niña. La madre habló con ellos y le mostró al mayor el mismo vídeo que le había hecho reaccionar a ella. «Me dijo: ‘Mamá, estoy a muerte contigo. Somos una piña’».

Pilar dejó pasar el curso, que estaba ya avanzado. En junio, habló con la directora para explicarle el caso y, según asegura, se mostró comprensiva. El colegio cerró sus puertas y Gabi «abrió su vida». El verano fue su liberación, la etapa que ella denomina como «el tránsito». Se puso su primer biquini para ir a la playa y empezó a salir con la ropa que le gustaba. «Fui con ella a la ferretería y la dueña, al ver como iba vestida, me preguntó: ‘¿Y esa niña?’», cuenta la madre. «Le dije a mi hija que saliera un momento y se lo expliqué. Se quedó con los ojos abiertos como platos. La gente no reacciona».

El colegio tampoco lo hizo. En septiembre, al empezar el curso, Pilar volvió a reunirse con la directora. Fue entonces cuando se llevó el jarro de agua fría. «Me dijo: ‘Tengo malas noticias. La fundación me ha comunicado que no se puede hacer lo que pides’». Ahí comenzó su batalla. «Gabi empezó a preguntar cuándo se podía poner su uniforme. Va a clase con sus tenis rosas, sus pulseras y su diadema. Pero en chándal».

Es una niña «feliz» que, asegura, no está sintiendo rechazo, aunque intuye que pasa algo. «El otro día una compañera le dijo que por su culpa iban a cerrar el colegio -Educación estudia retirarle el concierto por desoír sus recomendaciones sobre la escolarización de la menor- y tuve que responderle bromeando: ‘¡Si yo no tengo las llaves!’ No me siento responsable, no he creado esta situación».

Sigue sin ver la luz al final del túnel. «Me veo teniendo que llevar a Gabi a un juzgado, y no es lo que quiero para ella. Ningún juez tiene la potestad de decidir si es un niño o una niña». Reconoce que las dos últimas semanas le han llevado a pensarse en tirar la toalla. «Me estoy planteando cambiarla de centro, pero eso sería huir de la realidad de mi hija, amputarle su identidad». Pilar no quiere dejar al profesorado en mal lugar. «El problema no son ellos, sino los que están detrás. No sabía en manos de quién estaba dejando a mis hijos».

PILAR SÁNCHEZ MADRE DE GABI
«Cuando aprendió en el colegio a usar los artículos me dijo: ‘No soy el niño. Soy la niña’»
«Pensábamos que sería gay o afeminado, pero ni se me pasaba por la cabeza la palabra transexual»
«Gabi empezó a preguntarme cuándo se ponía su uniforme; va a clase en chándal»
«Me veo en un juzgado, pero ningún juez tiene la potestad de decidir si es niño o niña»
«El problema no son los profesores del centro, sino los que están detrás»

JUAN CANO / ANTONIO ORTÍN | MÁLAGA  Diario Sur