La historia de Luvia y Tatyana, dos jóvenes que trabajan y estudian en la Argentina donde, según el último informe del Observatorio Nacional de Crímenes de Odio hacia Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans, hubo 59 muertes de trans en 2018, lo que representa una muerte cada 96 horas. Sus sueños, sus miedos y sus proyectos
Fuente: infobae (editada) | Por Emilse Pizarro | 7 de junio de 2019
En el cuarto de una casa en la ciudad de Barinas, al oeste de Venezuela, más cerca de la frontera con Colombia que de Caracas, una niña se prepara para dormir. Ya se ha lavado los dientes. Se pone su pijama, se acuesta, apaga la luz, junta sus manos sobre el pecho y llora. Las noches serán todas iguales porque no sucede. «Pedía a Dios», dice Luvia.
—¿Qué le pedías?
—Convertirme en niña al amanecer.
En la oficina en la que trabaja ahora en Buenos Aires, Luvia recuerda su infancia. A la primera que le contó fue a su mamá, y ella también llamó a Dios: «Su reacción fue abrazarme y empezarle a rezar, que esto no me estuviese sucediendo, que me convirtiera en hombre, en hombre, en hombre. Mi familia no me botó de casa, pero tampoco aceptaban que yo fuese una mujer trans. Para ellos eso era algo imposible, moralmente incorrecto. Y era algo contra lo que se podía luchar: a la siguiente semana me llevaron a un psicólogo para que me curara. Pero por suerte la persona que me trató sabía del tema y le dijo a mi mamá: ‘Esto no se cura: no hay nada que curar'».
Luvia, a diferencia del 90 por ciento de personas travestis y trans, no estuvo en situación de prostitución. Su compañera de escritorio, Tatyana, sí. Desde los 16 años fue trabajadora sexual hasta el año pasado, cuando escribió el primer currículum vitae de su vida.«Tuve mi primer trabajo así», dice, mientras con un dedo en el aire señala objetos. Un teclado, un monitor, una mesa, una oficina. «Saber que tengo un ingreso fijo, ¡obra social! Está buenísimo», celebra.
Hace 20 años que Daniel Coletti tiene una empresa de soporte de software. «Pero llega un momento en el que pierde sentido querer ganar plata. Pensás ¿por qué me levanto a la mañana? ¿Solo para ganar guita o si hago las cosas bien puedo darle una mejor vida a otra persona?», se pregunta. Junto a su pareja, Vanesa Perelló, armaron Trans-Ti, emprendimiento que emplea a personas trans. Luvia y Tatyana son las encargadas de hacer transcripciones, desde textos a volcar la facturación de una empresa a un sistema. También son asistentas virtuales por WhatsApp: la clientela puede pedirles que se encarguen desde concertar una cita con el médico hasta búsquedas en la web.
La provincia de Buenos Aires fue la primera en el país en tener una norma de cupo laboral trans-travesti: más conocida como Ley Diana Sacayán, la ley 14783 aprobada en 2015 determinó para el Estado provincial «la obligatoriedad de ocupar en una proporción no inferior al 1% de su personal a personas travestis, transexuales y transgénero que reúnan las condiciones de idoneidad para el cargo». Chubut, Río Negro y Chaco también tienen pero, aunque aún están dentro de los plazos para la reglamentación, las organizaciones creen que no sucederá. Y sin reglamentación, una ley es solo una foto de brazos en alto y algarabía de portada de medios.
Florencia Guimaraes, activista del colectivo Furia Trava, sostiene que es una decisión política: «En el caso de la provincia tiene que ver con la gobernadora, María Eugenia Vidal, que tenía la decisión en sus manos de firmar la reglamentación. Hemos tenido muchísimas reuniones en la secretaría de Derechos Humanos pero quedó en la nada misma. En La Matanza, donde vivo, lo mismo. Presentamos cartas a la municipalidad y a la intendenta. Hemos hecho movilizaciones en la puerta del municipio. Entregamos 2500 firmas del vecindario apoyando y exigiendo la adhesión del municipio a la ley. No tuvimos respuesta. Volvemos siempre al mismo punto: una ley que venía a reparar la violencia que el Estado había ejercido sobre la comunidad travesti trans está siendo violada».
Luisa Paz, coordinadora de ATTTA (Asociación de Travestis, Transexuales y Transgéneros de la Argentina) encuentra en una palabra de la ley, la trampa: «‘Idoneidad’, dice. Y ahí quedamos detenidas. En Argentina estamos atravesades por una cultura religiosa y conservadora: ¿cómo, quién y con qué criterio decide la idoneidad? Además todo el mundo sabe que en la administración pública el empleo es un puesto político. En todos los lugares hay gente que no sabe ni leer ni escribir y hay quienes aprenden las tareas en el transcurso del trabajo. Pero si el cupo trans se aplica con rigor, ¿por qué con el resto no?».
Según el último informe sobre la situación de las personas trans en Argentina que hicieron juntas la Fundación Huésped y ATTTA en 2014, 6 de cada 10 mujeres y 7 de cada 10 hombres trans mayores de 18 años abandonaron el colegio secundario.
En Tucumán, donde nació, Tatyana abandonó la escuela secundaria en segundo año. «Fue en mi transición. Cuando empecé a ir como chica trans no me dejaban entrar. Querían que fuera vestida según el sexo con el que había nacido. En ese tiempo no existía la Ley de Género, ni estaba la autopercepción, nada. Ni hablar de que te llamen por tu nombre», cuenta.
La Ley de Identidad de Género, sancionada en 2012, tuvo una consecuencia directa en la población trans con respecto al trabajo: 3 de cada 10 mujeres y 6 de cada 10 hombres trans retomaron la búsqueda laboral. Y 1 de cada 10 mujeres y 3 de cada 10 hombres trans volvieron a la escuela.
Hasta el año pasado Tatyana trabajaba en los bosques de Palermo. Llegaba alrededor de las 19 y volvía a su casa, en Las Cañitas donde vive con su marido, a eso de las 5 de la mañana. Ahora trabaja en un edificio frente al Colegio Nacional Buenos Aires de 8 a 13. Después y hasta las 18 estará en Chacarita: ahí está el Mocha Celis, el bachillerato para personas trans. Le falta un año y medio para tener el título.
—¿Te acostumbraste al cambio de horario?
—Yo el amanecer no lo veía, no veía la vida de la gente de la mañana. Me gusta. Lo único que por ahí me cuesta es el transporte público.
—¿El colectivo?
—Sí, las miradas, los comentarios.
—¿Qué hacés en esas situaciones?
—Algunas veces hago la vista gorda, pero vi el codazo, la mirada o la risita de burlita. Ya dejará de pasar. No sé si para las chicas grandes pero sí para la nueva generación, para la infancia trans. Esto te marca porque sentís que no vas a tener un lugar en la sociedad.
Una de las razones por las que decidió Luvia emigrar a Argentina fue el asesinato de dos mujeres trans en Venezuela. La noticia le llegó cuando estaba de camino a la Facultad de Artes Visuales, en Mérida: «Me hizo entrar en razón, debía irme. Mi país es el tercero de Latinoamérica donde más personas trans se asesinan. Y sin tener las estadísticas reales; el gobierno no las da» . La otra era tener su nombre en un documento: «En la universidad el profesorado hablaba cosas de mí. Era un contexto donde no iba a tener mi nombre en las listas, en las notas. Es decir, iba a pasar por todo un proceso en el que no se me iba a reconocer». Por un tiempo pudo vivir de su trabajo de ilustradora freelance.
Para ver su nombre en su DNI, Luvia deberá esperar dos años. Tatyana ya lo tiene. Y le dice: «Es un cambio único porque te sentís realmente vos, más cuando vas a hacer un trámite donde te llaman por tu nombre. Ay, es horrible cuando te nombran así. Antes de tener mi documento iba al médico con mi pareja para que cuando dijeran ‘el nombre’ se levantara él. Yo hacía como que lo acompañaba. Entonces no había personal de psicología ni de medicina especializado en las temáticas como la silicona, la hormonización. Antes te hormonizabas vos sola. Ibas, buscabas cualquier anticonceptivo para mujer y te inyectabas vos».
— ¿Dejaste de ir a consultas médicas?
—Sí. Yo me curaba con remedios que una rebusca. Nosotras siempre tenemos una amiga mayor que sabe, que te dice tomate esto. Pero no sabíamos, por ejemplo, el riesgo de la silicona industrial. Me puse en las caderas. Hoy le hablo a las chicas más nuevas para que no lo hagan. Con el tiempo vas viendo las consecuencias.
Solo 1 de cada 10 hombres y mujeres trans tiene aportes jubilatorios. Lo explica, además de no haber accedido al trabajo formal, la expectativa de vida: 35 años. Según el último informe del Observatorio Nacional de Crímenes de Odio hacia Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans hubo 59 muertes de personas trans en 2018: una muerte cada 96 horas. De acuerdo con el estudio de ATTTA y Huésped, 5 de cada 10 personas trans han tenido ideaciones suicidas y 4 de cada diez tuvieron algún intento de suicidio. En hombres, el primer intento, a los 13 años; en mujeres, a los 16, «posiblemente influenciado por la edad en la que se producen los cambios hormonales».
En septiembre de 2015 Lohana Berkins escribía sobre la recientemente sancionada ley de cupo trans en el diario Página/12: «Permite pensarnos a nosotras mismas vinculadas al trabajo más allá de la prostitución. También se complejiza el discurso médico porque para obtener un derecho históricamente la Justicia nos ha hecho pagar con nuestros cuerpos. La Justicia nos ha obligado a normativizarnos, a binarizarnos, a someternos a pericias médicas y psiquiátricas que nunca supimos exactamente de qué buscaban dar cuenta. La Ley de Identidad de Género comenzó a poner eso en cuestión. Nos ha permitido plantear nuestras demandas como derechos y no como beneficios».
El proyecto de ley de inclusión laboral que se presentó en noviembre del año pasado en el Congreso Nacional lleva su nombre: Ley Lohana Berkins de Inclusión Laboral Formal Trans y Travesti.
«No solamente habla del trabajo sino de los beneficios que brinda el Estado argentino a la ciudadanía en general: educación, vivienda, trabajo, salud y también lo que llamamos reparación histórica: jubilación para compañeras trans de más de 55 años, que el Estado se haga cargo de la ausencia de tantos años», explica Luisa Paz.
—¿De qué les gustaría trabajar en unos años?
Luvia: Mi sueño es poder trabajar en la industria editorial. Me gusta mucho la ilustración infantil.
Tatyana: Cuando termine el bachillerato me gustaría estudiar para profe de Biología y ejercer en el Mocha. Tengo 33 años. Espero llegar a muchos años más.
Fotos: Matías Baglietto