Gabi tiene seis años. Cuando apenas había cumplido los tres, su madre lo descubrió con su sujetador puesto. Tal vez ella le dijese que él era un chico y los chicos no se ponen la ropa de las chicas. En ocasiones, la sociedad heteronormativa funciona como el que se enfrenta a un puzzle de 24.000 piezas. Cuando el reto le supera, se empecina en ajustar el fragmento en el hueco que no le corresponde con tal de no esforzarse en buscar cuál es el lugar de esa pieza en el puzzle. Porque lo tiene. Tiene su lugar.
Una tarde, Gabi le dijo a su madre que él, cuando fuese mayor, quería tener el pelo como Rapunzel. No le gustaba el pelo corto. En su universo, ninguna mujer debería llevar el pelo corto. Y se colocó una camiseta en la cabeza para vivir la ilusión de tener un pelo largo. Gabi también le dijo a su madre que no quería que le regalasen coches por su cumpleaños; que él quería princesas. Y el día que le sorprendió con los labios pintados de carmín comprendió que ser madre era algo mucho más complejo que parir un hijo. Era un compromiso vital con ese ser humano que, hoy por hoy, depende de ti. En ese momento en el que tu hijo te mira a los ojos y te pregunta “Mamá, ¿cuándo me va a dar el médico la pastilla para que se me vaya el pito?”, quedan atrás todas las regañinas, las negaciones, las dudas. En ese instante es cuando una madre debe demostrar si es la persona que su hijo necesita.
Pilar, la madre de Gabi, lo es. Escuché su historia en un programa de radio y empoderó mi corazón saber que esa niña, porque Gabi es una niña, había tenido la enorme fortuna de nacer en ese hogar. Puede que la sociedad no sea un valle encantado apto para princesas de pelo largo, pero es nuestra obligación hacer que se parezca, lo más posible, a ese lugar. Al prestar atención a la voz de Pilar, y como a ella a los miles de padres y madres que acompañan a sus hijos e hijas transgénero en ese capital tránsito hacia la verdad, sentí la vitalidad de esa mujer luchando por la integración de su pequeña. Y sentí orgullo. Orgullo de ser humano, algo difícil de sentir en estos tiempos, créanme.
Solo hay una manera válida de pasar por esta vida: contribuyendo a construir una sociedad mejor. Y los familiares de menores transexuales lo están haciendo. Pilar contaba, con la voz entrecortada por las lágrimas, que estaba mostrando la intimidad de su hija para poder favorecer que tuviera un trato igualitario. Y la entendí sin matices. Hay que contarlo tantas veces, explicar tantas cosas al jurado popular en el que se ha convertido esta sociedad, presentar tantos documentos en tantas ventanillas para que, simplemente, nos permitan ser felices, que hay que perderle el miedo a la visibilidad. El silencio no es la solución. Ni siquiera el necesario paraíso artificial en el que muchas familias convierten su hogar y que se desmorona cada vez que hay que poner un pie en la calle y afrontar la áspera realidad. Precisamente es el miedo de esos padres el que condena a los hijos a la oscuridad. Y la infancia debe ser luz. Sin condiciones.
Pilar lloraba porque su hija, con seis años, había sentido la vergüenza. En el comienzo de curso, no se había atrevido a sacar su plumier violeta porque se iban a reír de ella. Y ese sentimiento de su hija se transformaba en dolor en la voz de su madre. Pero ella no iba a tirar la toalla. Siempre ha dicho que tenía dos opciones: sí o sí. Y aunque aún la pequeña no puede ser tratada en femenino en el centro educativo en el que estudia y tampoco puede llevar el uniforme que le corresponde a su identidad de género, Pilar empleará hasta el último aliento en dinamitar todo obstáculo que se levante en el camino de su hija hacia sí misma.
“Solo hay una manera válida de pasar por esta vida: contribuyendo a construir una sociedad mejor. Y los familiares de menores transexuales lo están haciendo”
El caso de Gabi no es único. Son muchos aunque muy pocos hayan superado el miedo a la luz. A principios de octubre supimos que la Fiscalía Superior de Andalucía había abierto diligencias contra tres colegios de Málaga que mostraron reticencias a atender la solicitud de unos padres que pedían que se respetase la identidad de género de sus hijos. Dos de esos centros eran religiosos. Aunque la Consejería de Educación había enviado unas pautas a los centros para explicarles como afrontar estos casos, uno de esos colegios, donde estudia la hija de Pilar, se ha negado a aceptar a la niña hasta que una orden judicial no refleje que Gabi es una chica. Puede que el camino no sea sencillo, puede que esta sociedad esté aprendiendo, de la noche a la mañana, a montar puzzles de 24.000 piezas, pero lo que resulta inadmisible es que un centro educativo, religioso sí, pero concertado, o sea, subvencionado con dinero público, se niegue a aceptar las leyes del país en el que reside. Ni un duro público más a los centros educativos sin ningún interés en hacer pedagogía. Si quieren montar escuelas de adoctrinamiento fundamentalista, que lo hagan con su dinero, que ya nos encargaremos nosotros luego de ver si eso es o no es constitucional. Pero, de entrada, ni un duro de nuestros impuestos. Y que luego vengan a contarnos que la asignatura de Educación para la Ciudadanía adoctrinaba…
Nadie dijo que fuera fácil. De hecho, aún hoy estamos reclamando a la Organización Mundial de la Salud, la despatologización de la transexualidad. Que dentro de dos años, cuando publique la actualización de su Manual de Trastornos Mentales, la transexualidad ya no figure en él. Y aunque sabemos que la OMS no es precisamente rápida en la evolución de su pensamiento –recuerden que la homosexualidad salió de su Clasificación Estadística Internacional de Enfermedades y otros problemas de salud en 1990-, necesitamos que la sociedad, una vez más, lidere el progreso dando ejemplo de igualdad, de rechazo a la discriminación y de fomento del desarrollo de la personalidad.
No serán esos que salen a manifestarse contra el matrimonio igualitario los que den lecciones de familia a madres como Pilar. Pero, por si acaso se les ocurre tirar la primera piedra, debemos recordarles que, si sus prejuicios les traicionan sobre nuestra identidad, no es problema de nuestro cuerpo sino de su mirada.
Fuente: EL ASOMBRARIO & Co. eldiario.es (Paco Tomás)