La necesidad de negar a otro

FUENTE: ELMUNDO.ES

  • LORENZO SILVA
Autobús de Hazte Oír contra la transexualidad. EFE

Has nacido en un mundo ancho, en un país que mejor o peor, y sin otras limitaciones que los que impone la convivencia, te permite ser quien desees ser, hacer lo que desees hacer, imaginar lo que desees imaginar. Y entre todas las posibilidades a tu alcance, decides que la que te defina sea negar las posibilidades de ser, hacer e imaginar de otro. De otro a quien no conoces, a quien no entiendes, que nunca te pidió nada ni te ofendió.

Comprenderás que me pregunte por qué, para qué; qué hay o puso alguien en ti para que tu camino consista, precisa y prioritariamente, en tratar de cortarle el camino a otro. En decir no sólo que no puede o no debe, sino lo más extremo de todo lo que un ser humano puede echarle a la cara a otro: que no es.

Comprenderás que me lo pregunte, o no, porque es un acto de la voluntad y la tuya parece tener premisas que van antes que la comprensión de las inquietudes y los sentimientos ajenos. En cualquier caso, lo comprendas o lo comprendas, lo admitas o no lo admitas, te guste o no te guste y lo quieras o no: soy.

Esa es la cuestión principal, de la que dependen no sólo mi voluntad y mi derecho de ser, que no se imponen a tu existencia ni la limitan en modo alguno. De ella se sigue que seré, y que tu cruzada para impedirlo es estéril, además de grosera, ofensiva y anacrónica. Sería un excelente ejercicio probar a examinar las razones y los argumentos que te asisten para afirmar que no soy, o que soy un capricho, una enfermedad, una desviación o una anomalía que debe corregirse y desaparecer; desde antiguo, muchos de los que se empeñan en expedir certificados de aberración al prójimo acaban mostrando, en cuanto se rasca un poco bajo su cáscara, que tienen algo descompuesto dentro de sí, algo de lo que hay que huir tratando de descomponer a otro.

Te pido que reúnas tus argumentos de verdad, los que se derivan del uso de la razón que alguien o algo (Dios, la evolución de las especies, elige a tu conveniencia) te dio para que la usaras y te sirvieras de ella en tus comportamientos. Deja a un lado tu fe, espontánea o adquirida, que es personal e intransferible y tan sólo sirve para amueblar tu casa; no pretendas que ella te da la prerrogativa de ordenar el espacio íntimo de otro. Y entre los argumentos, hazte el favor (o muéstrate el respeto a ti mismo) de no limitarte a aquellos que quedan en la superficie y la simpleza de las cosas. A tu disposición está el conocimiento elaborado durante siglos por los que te precedieron, la información ilimitada e instantánea que otros pusieron a tu alcance. Contrasta con ellos tus intuiciones apresuradas, tus prejuicios ramplones.

Ahonda y sabrás que yo, como tú, soy algo más que unos accidentes anatómicos externos, que unos cromosomas o unas hormonas. Haz el esfuerzo de considerar todas las dimensiones de mi ser, que es el esfuerzo de considerar todas las del tuyo: ambos hemos sido bendecidos con un cerebro complejo, que no sólo construye lo que somos, sino lo que podemos o debemos ser. Acepto que a ti te otorgue una identidad predeterminada, unívoca en todas sus facetas, convencional, dogmática. No voy a discutirle a nadie el derecho a ser así, que es natural y que te proporciona una felicidad que tienes derecho a perseguir.

El asunto, querido militante contra la diversidad, querido censor de lo que no es como tú, es que mi identidad, extraña al molde, contradictoria, minoritaria y dialéctica, no es menos natural, ni está escrito (más bien está escrito lo contrario, en la ley que a ambos nos vincula) que mi derecho a perseguir la felicidad a través de ella sea menor o de peor condición que el tuyo.

Piensa lo que quieras, sé lo que quieras, no me aceptes, ni me apruebes, ni me apoyes, si no lo deseas o repugna a tu fe o a cualquier otra cosa que sea importante para ti. Pero abstente de aparcar autobuses que mienten a la puerta de los colegios.