Fuente: LaVozDeAsturias.es
Las familias tenemos mucho que aprender todavía que hay tantas formas de amar, de desear y de sentir, casi como personas.
Cada vez tengo más problemas con las redes sociales. Cada vez encuentro más «debates« dirigidos por personas que hablan de cosas que no saben pero que «tienen derecho a dar su opinión» y en realidad se dedican a pontificar o a sentar cátedra sobre cosas que no saben, cuando no simplemente humillar, insultar o reírse de otras personas («No hay nada más peligroso que la ignorancia activa», decía Goethe). La falta de educación y la falta de formas me resulta preocupante y dice muy poco de nuestra sociedad, la verdad. Los debates cada vez me recuerdan más a cuevas llenas de homínidos gruñendo y golpeándose el pecho, exhibiendo orgullosos sus genitales o lanzándose piedras y huesos entre ellos y ellas.
Todo este desahogo tiene que ver con lo que voy leyendo con respecto a las actividades relacionadas con el Orgullo. Muchas «discusiones» (que suelen ser solo meros intercambios de exabruptos) giran en torno a si Desfile sí o Desfile no y puedes leer argumentos tan elaborados como «yo no tengo nada contra esa gente, pero la que desfila y sale por ahí así vestida no me merece ningún respeto».
Comentarios de ese tipo me resultan difíciles de entender a estas alturas de siglo XXI. No consigo entender por qué nos resulta tan complicado dejar que las personas puedan expresarse como deseen, siempre y cuando no hagan daño a nadie, por supuesto. Si no te gusta el Desfile del Día del Orgullo, no desfiles. Si no te gusta ver gente bailando por la calle, no bailes o cambia de canal (hay montones). Si no te gusta la gente en tanga, no te pongas en tanga, etc, etc, etc. Ya sé que es muy simplista mi argumento y que la discusión sobre el sentido del Desfile puede ser muy profunda y quizá necesaria, pero tiene que ser siempre desde el respeto. Hay que pensar antes de escribir y no escribir lo primero que se te ocurra y encima defenderlo a muerte aunque se demuestre que estás equivocado.
Quién soy, de quién me enamoro.
Hace unos días, dando clase de Educación Sexual dentro del Programa «Aprendiendo a Entendernos» que desarrollo desde el Centro de Atención Sexual del Ayuntamiento de Avilés (C.A.S.A), me encontraba hablando de la diferencia entre la identidad sexual y la orientación de deseo cuando una chica de 16 años me comentó abiertamente que era lesbiana. Su clase, un grupo pequeño, ya lo sabía y nadie se extrañó ante el comentario, pero una amiga suya dijo; «pues a mí me daría pena por mis padres, seguramente se sentirían fracasados si yo les dijese que soy lesbiana».
Este sincero comentario dio paso a un interesante debate sobre la educación familiar y las expectativas que se sienten en la obligación de cumplir en contraposición algunas veces con las suyas propias y esto puede llegar a incluir algo tan personal y subjetivo como quién soy y de quién me enamoro.
Nos pusimos hablar del amor dentro de la familia, del respeto a sus mayores, de si se sentían respetados por ellos, si podían contar con ellos o no. Fuimos abriendo y cerrando temas y llegamos a analizar incluso qué pasaría si tuviesen alguna diversidad funcional, ya sea intelectual o física, cómo creen que se sentirían su familias. Evidentemente, estábamos mezclando muchas cuestiones pero su cabeza y sus ganas de saber funcionan así en esas edades.
Comentamos cosas tan importantes como que la identidad sexual es esa conciencia que tenemos de ser mujer o de ser hombre. Pero luego, independientemente de lo que tú seas te pueden gustar las mujeres y/o los hombres. Una cosa es la identidad sexual (ser hombre o ser mujer) y otra la orientación del deseo (que te gusten los hombres o que te gusten las mujeres).
Obviamente tocamos el tema de la transexualidad. Hablamos de errores tan comunes como las expresiones «cambiarse de sexo» y «nacer en un cuerpo equivocado». Hablamos también de que la identidad sexual se descubre, no se construye. Si se explica todo esto despacio y con sentido, las chicas y los chicos lo entienden e integran perfectamente. Acabamos hablando de CHRYSALLIS, la Asociación Estatal de Familias de Menores Transexuales, revisamos algunos de sus materiales, sus videos…
Mientras hablábamos yo le daba vueltas a qué seguimos haciendo las familias con nuestros hijos e hijas, a pesar de estar ya en el 2017. Según parece seguimos transmitiéndoles la necesidad de ser perfectos (en función de cómo lo entendemos las personas adultas, claro), de cubrir nuestras expectativas a costa de ellos y de las suyas, e incluso en algunos casos parece que tenemos hijos o hijas para que hagan lo que no fuimos capaces de hacer nosotros, sea eso lo que quieren para sí o no.
Creo que es evidente que todas las familias tenemos mucho que aprender todavía sobre tantas y tantas cosas. Tenemos que aprender que hay tantas formas de amar, de desear y de sentir, casi como personas y afortunadamente nuestra sociedad va entendiendo y aceptando esa realidad, de forma quizá más lenta de la deseada, pero lo va haciendo. Todas las personas, hijos e hijas incluidos, tenemos derecho a decidir cómo queremos que sea nuestra vida erótica, todas las personas tenemos derecho a decidir con quién queremos compartirla (y si queremos compartirla) y todo ello con independencia de nuestra identidad sexual o nuestra orientación de deseo.
Ser homosexual o heterosexual, ser hombre o ser mujer (en situación de transexualidad o no) no son opciones. Son diferentes procesos biográficosde sexuación, procesos biográficos a través de los cuales te sientes y te vives y te expresas de una forma u otra. A medida que crecemos las personas vamos sintiendo que nos atraen sexualmente las personas de nuestro propio sexo, de sexo contrario, o algunas veces de ambos sexos; o tal vez descubrimos que no hay relación entre el sexo que nos asignaron al nacer y nuestra identidad sexual. Todas estas realidades tienen las mismas posibilidades de desarrollo, de expresión y, por supuesto, de visibilización. Nuestros hijos e hijas no son como son por molestar, es su proceso de descubrirse como esa persona que son. Y cada proceso es único, es el suyo, ni mejor ni peor, el suyo simplemente.
Los niños y las niñas entienden muy fácilmente que a las personas nos gustan o nos enamoramos de otras personas, independientemente de su sexo, mientras que a las personas adultas nos cuesta mucho o directamente no entendemos nada. Nos aferramos a convencionalismos sociales como verdades absolutas y parece que entender y respetar otras realidades está fuera de nuestro alcance y no es así. La educación sexual es la clave para la integración de toda nuestra diversidad sexual. Y esta educación debe llegar a toda la sociedad, no solo a la infancia, adolescencia o juventud. Nuestra sociedad solo podrá ser justa y respetuosa cuando sea capaz de acoger por igual toda la diversidad, con la implicación de todos y todas.
Pero hace falta una importante labor educativa dirigida a las familias, para que entiendan que el placer erótico y las relaciones sexuales son también un derecho irrenunciable de las personas, forman parte intrínseca de lo que somos. Y en esta educación habría que empezar por las familias, seguir por los profesionales que trabajan en estos campos y continuar con el resto de la sociedad. Si mi alumnado es capaz de entender todo esto, sólo con que se les explique, ¿por qué nos cuesta tanto a las personas adultas?
Leamos, consultemos, preguntemos, visibilicemos otras realidades y si es necesario, ayudemos a ello. Nuestras hijas e hijos no están aquí para ser clones nuestros. Son o van a ser hijos, hijas, padres, madres, tias, tios, abuelos, abuelas, nietos, nietas, sobrinos, sobrinas…en definitiva, personas y, por supuesto, personas sexuadas, sexuales, eróticas y amantes.